lunes, 20 de septiembre de 2010

La rapiña

Luis Alberto Romero

El robo, el saqueo de las tiendas de la zona afectada por las inundaciones que dejó Karl es, en muchos sentidos, reflejo de la desesperación de los damnificados.
En muchos casos, se trata de hurtos por hambre, gente que fue testigo de cómo el agua arrasaba a su paso con todas sus pertenencias, dejando sólo hambre y sed. En ese contexto, decenas de personas recurrieron a los saqueos de las tiendas de conveniencia para llevar a los suyos galletas, agua o alimentos enlatados con los que pudieran sobrevivir unos días. Es el trauma de quienes, en un par de horas, todo lo perdieron; todo, menos la vida, que implica la posibilidad de recuperar el patrimonio.
Hasta ahí, los robos a las tiendas son el reflejo de la magnitud de la desgracia, del tamaño del drama, y se entienden como parte de la naturaleza humana; buscan, a fin de cuentas, un poco de alimento. Hasta ahí, también, los saqueos hablan de la incapacidad gubernamental por resolver las necesidades más elementales de los damnificados.
Lamentablemente, las inundaciones también fueron aprovechadas por verdaderos delincuentes que incurrieron en actos vandálicos y saqueos; en ese sentido, las gráficas que consignan los medios informativos hablan por sí mismas: muchas personas vieron en la tragedia un pretexto para salir a las calles a delinquir.
La foto es elocuente: en el plano medio, los sujetos saquean una tienda Oxxo y se llevan refrescos y bebidas alcohólicas, cervezas y botellas de brandy sobre todo; en el plano general, otras personas en una lancha y al fondo, la tienda Aurrera. Eso ya es otra cosa, porque se relaciona con hechos más graves: forzar las cerraduras para incurrir en saqueos, robar no sólo agua y alimentos, sino arrasar con todo lo que encuentran y que incluye desde cafeteras hasta hornos de microondas.
Aunque en ambos casos se puede hablar de actos de pillaje, queda la impresión de que no es lo mismo el hurto por hambre que el saqueo al amparo de la tragedia.
Podría decirse que los actos de pillaje pusieron en evidencia a las fuerzas policíacas, que no pudieron cumplir con su tarea de prevenir el delito y, a la par, dar seguridad patrimonial a las personas; podría decirse, también, que la rapiña se encargó de cuestionar la capacidad del gobierno para evitar que el caos prevalezca; sin embargo, esos serían juicios injustos porque en medio de una inundación, la prioridad es salvar vidas, evacuar zonas de riesgo, y no dar seguridad a las empresas.
Y es que mientras los policías realizaban tareas de salvaguardia, mientras apoyaban a la población damnificada, muchas tiendas eran saqueadas. De acuerdo con datos de la Canaco, al menos 30 establecimientos fueron abiertos por la fuerza y literalmente vaciados. De igual manera, se habla de casas-habitación que corrieron con la misma suerte.
Por otro lado, dentro del drama de las inundaciones, igualmente lamentable es el abuso de algunos comerciantes que ven en la desgracia ajena una oportunidad para hacer negocio y engrosar la billetera.
El agua y los productos básicos se consiguen, dentro de las zonas afectadas, a precios de oro. Un garrafón de agua, por ejemplo, que tiene un precio al público de 15 a 20 pesos en condiciones normales, sólo se conseguía pagando 70; por un kilogramo de tortillas 15, y por una lata de atún hasta 30 pesos. Se trata de abusos que son producto de una ambición desmedida de los comerciantes; algo que, además, resulta tan deplorable como los propios actos de rapiña.
luisromero85@hotmail.com

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