lunes, 22 de noviembre de 2010

Marxistas

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Cosas Pequeñas

Un recuerdo cariñoso para Gerardo Gil Ortiz. Un abrazo a su familia.


En un libro demoledor que analiza la vida y la obra de algunos intelectuales cuyas tesis han cambiado el destino de la humanidad, Paul Johnson arremete salvaje contra el filósofo-economista Carlos Marx: “La verdad es que hasta la investigación más superficial sobre el uso que Marx hace de las pruebas [para sustentar sus teorías] le obliga a uno a considerar con escepticismo todo lo que escribió que dependiera de factores fácticos. Nunca se puede confiar en él. Todo el capítulo octavo, clave de El Capital, es una falsificación deliberada y sistemática para [intentar] probar una tesis que el examen objetivo de los hechos demostró insostenible. Sus atentados contra la verdad caen dentro de cuatro categorías. Primero, usa material desactualizado porque el material actualizado no brinda apoyo a lo que quiere demostrar. Segundo, elige ciertas industrias en las que las condiciones eran particularmente malas como típicas del capitalismo. Esta trampa era especialmente importante para él porque de no hacerla no hubiera podido en absoluto escribir el capítulo octavo. Su tesis era que el capitalismo genera condiciones que empeoran permanentemente; cuando más capital se emplea peor deberían ser tratados los trabajadores para obtener ganancias adecuadas”.

Y continúa: “En tercer lugar, haciendo uso de los informes del cuerpo de inspectores de fábricas, Marx cita ejemplos de condiciones deficientes y de maltrato de los trabajadores como si fueran el resultado normal e inevitable del sistema. En realidad se trataba de lo que los inspectores mismos llamaban ‘culpa del propietario fraudulento de hilanderías’, para cuya detección y enjuiciamiento habían sido designados y por ello estaba en proceso de ser eliminado. En cuarto lugar, el hecho de que la evidencia principal de Marx, provenía de estas fuentes, el cuerpo de inspectores, pone al descubierto la mayor de todas sus trampas”. Su tesis era que el capitalismo, por su misma naturaleza, era incorregible y, más aún, que en las miserias que hacía sufrir a los trabajadores, el estado burgués era su socio, ya que el estado, escribió, “es un comité ejecutivo para la gestión de los asuntos de la clase gobernante como un todo.”

Pero Johnson no fue el único crítico de Marx. Hubo/hay muchos más: por ejemplo, desde una perspectiva más humanista, menos radical que la de Johnson –y quizá más proclive al pensamiento revolucionario– Edmund Wilson analizó en un libro memorable, Hacia la Estación Finlandia, la progresión del socialismo europeo a partir de que el genial historiador francés Jules Michelet descubrió el pensamiento de Giambattista Vico, y hasta el momento en que Vladimir Ilich Lenin llegó a la estación Finlandia de San Petersburgo en 1917, para iniciar la revolución que acabaría de una vez por todas con el régimen zarista (seriamente debilitado por el movimiento menchevique al inicio de la asonada) que acabaría instaurando el socialismo soviético. A pesar de su “empatía” con el socialismo Wilson tampoco fue muy complaciente que digamos con Marx y su obra; llegó al extremo de revisar, con el apoyo de expertos, las propuestas de Marx en materia de matemáticas, concluyendo que no hizo ninguna aportación seria a la materia. En lo que se refiere a la teoría económica, hubo quienes se preocuparon por desbrozar línea a línea los escritos de Marx, principalmente El Capital, la obra cumbre que en su mayor parte fue publicada post mortem, concluyendo que no pasó de ser un conjunto de especulaciones sumamente abstractas y difícilmente demostrables, especialmente los últimos dos tomos.

Pero en el otro extremo –el de los sacerdotes del profeta Marx– hubo legiones, cada una más afanosa que la otra, que llegaron a hacer interpretaciones de las interpretaciones, constituyendo un complejo y confrontado mosaico de “marxismos” (leninistas, trostkistas, estalinistas, maoístas, althuserianos, gramscianos, integrantes de la “escuela de Franckfurt”, teólogos de la liberación, etc.) con muchísimos matices, diferencias y hasta confrontaciones. Pero aún con eso, durante muchos años, cientos de miles de jóvenes universitarios en instituciones “progresistas” del mundo fueron formados a partir de las concepciones del materialismo histórico (la corriente económico/filosófica que parte de las teorías de Carlos Marx para explicar los hechos de la vida como el resultado de las relaciones sociales de producción).

El concepto de “plusvalía” (la diferencia entre el costo real de un trabajador y la utilidad generada por éste para el “empresario burgués”), la “acumulación originaria” (el despojo histórico que según Marx y Federico Engels sentó las bases del sistema capitalista), la ideología como producto resultante de la dominación de los poderosos, la “lucha de clases” (el verdadero, e inevitable motor de la historia) y el comunismo como fase última, deseable y conveniente para el feliz desarrollo de una sociedad libre de ataduras, de enajenación y de explotación, en la que cada quién recibiría lo necesario, fueron los pilares conceptuales de esta interpretación de la historia y la economía que acabó convirtiéndose en religión profética.

Al menos por ahora, parece que el marxismo ha pasado de moda, a pesar de que sigue sirviendo para explicar algunos fenómenos y sucesos que de otro modo no se entienden con facilidad por ejemplo, la “ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia” les sirve a algunos teóricos para referirse a la crisis financiera contemporánea, asegurando que el capitalismo tiene en sí mismo el germen de su propia destrucción (incluso sin revolución proletaria de por medio).

Hoy ya son pocos los que se aferran al uso del marxismo como justificación política (los gobiernos de Cuba y Corea del Norte son prototípicos) y aún la República Popular de China avanza vertiginosa en pos de un capitalismo de Estado en el que sus sistemas productivos no se parecen absolutamente nada a lo propuesto por Marx y en el que la explotación de su fuerza de trabajo supera la imaginación e ignora cualquier presupuesto humanitario.

En el pasado reciente, millones de personas murieron en violentas guerras que llevaban por vanguardia la efigie de Carlos Marx, en cuyo nombre se acometieron muchas atrocidades para “instaurar la revolución de las masas”; es cierto que también guerrillas y movimientos de liberación creyeron leal y sinceramente en la aplicación de sus principios como un medio de justicia y fin de la opresión para los pobres. Pero la dura realidad se ha impuesto: los países de “socialismo real” dejan de serlo, mientras Carlos Marx duerme en las bibliotecas, en espera de que alguien le despierte si es que se puede y los jóvenes pierden –al estilo de Dante Alighieri– toda esperanza.

antonionemi@gmail.com

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