Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Cosas Pequeñas
Se atribuye al General Porfirio Díaz la frase, “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”. Más de uno le criticaba al presidente oaxaqueño su notable preferencia por lo francés, aunque no era exclusiva del mandatario, sino que caracterizaba a toda una generación de mexicanos “afrancesados” y claramente contagiados del positivismo -en el mundo de las ideas y el desarrollo del pensamiento científico-, el “Art Nouveau” -que en estricto sentido se origina en Bélgica o en Inglaterra, dependiendo de quien lo juzgue- , la música y la moda.
Sin embargo, las evidencias históricas muestran que a pesar del discurso y la atracción por lo europeo, Díaz y los gobernantes que le sucedieron hubieron de bregar con una larga historia de intromisiones más o menos duras, complicidades más o menos encubiertas, acuerdos públicos y conspiraciones sangrientas en las que una y otra vez aparecen como protagonistas no sólo los activistas mexicanos sino los intereses y los funcionarios de los Estados Unidos de América que, evidentemente, en más de una ocasión actuaron como el fiel de la balanza que inclinó hacia uno u otro lado el destino de nuestro país. Quizá esas intromisiones fueron la causa del rechazo discursivo en el discurso, aunque no en los hechos.
A propósito de esto, la Enciclopedia Temática Universal que acaban de obsequiarme el laureado poeta Fernando Ruiz Granados y Ana, su esposa, dice lo siguiente: “Al comenzar 1913 el país estaba convulsionado: las rebeliones se habían sucedido una tras otra, las huelgas y movilizaciones de trabajadores no habían cesado, el zapatismo persistía y la oposición a [Francisco I.] Madero, de derecha y de izquierda, arreciaba sus críticas. La libertad de prensa que otorgó Madero en algunos casos degeneró en abuso irresponsable de la crítica; algunos periódicos y revistas ridiculizaron sin piedad su figura.”
Y continúa: “En esas condiciones, los sectores más conservadores y agresivos, que clamaban por el regreso de la mano dura para poner fin al desorden y acabar con la amenaza de una transformación profunda, se percataron de la debilidad de Madero y decidieron actuar para terminar de manera violenta el experimento maderista, aprovechando los errores de Madero y el clima de agitación prevaleciente. Un sector del ejército, las oligarquías más resentidas, parte de la jerarquía eclesiástica y el embajador norteamericano en México, Henry Lane Wilson, apoyaron la nueva conspiración de Bernardo Reyes y Félix Díaz. El 9 de febrero de ese año el general Manuel Mondragón liberó a Reyes, quien encabezó la columna que se dirigió a tomar Palacio Nacional. La lealtad del jefe militar de esa plaza frustró el intento y en la acción murió Reyes. Díaz, con una escasa fuerza, se atrincheró en La Ciudadela, en el Centro de la Ciudad de México. Madero nombró a Victoriano Huerta jefe de la campaña contra los sediciosos, confiando en su capacidad y lealtad, a pesar de las dificultades que había tenido con él. Huerta, ambicioso y resentido con Huerta, vio que era su oportunidad y, premeditadamente, entró en tratos con los sublevados y simuló una campaña que desgastó a las fuerzas maderistas y alarmó a la población citadina que vivió diez días de bombardeos y terror.”
Prosigue el relato: “Por iniciativa del embajador norteamericano, Félix Díaz y Huerta sellaron un pacto por el que éste se comprometía a dar un golpe de Estado, asumir el poder ejecutivo provisional, nombrar un gabinete con mayoría felicista y convocar a elecciones en las que el candidato sería Díaz. Se consumó así el derrocamiento de Madero, fue obligado a renunciar junto con el vicepresidente Pino Suárez, a cambio de la falsa promesa de que respetarían sus vidas y se les permitiría salir del país con sus familias. Una vez más Huerta faltó a su palabra y el 22 de febrero Madero y Pino Suárez fueron asesinados por la espalda. Fue el fin trágico del maderismo, al que sus errores y sus enemigos no le dieron tiempo de poner en práctica sus planes de hacer de México un país de libertades y de democracia...”.
De luces y sombras, el indígena jaliciense Victoriano Huerta es juzgado por la historia como un individuo capaz de merecer los elogios del mismísimo Benito Juárez cuando era cadete en el Colegio Militar o bien, un traidor muerto de cirrosis a consecuencia de su grave alcoholismo, mientras estaba preso en una prisión de Texas. Félix Díaz vivió desterrado de México, hasta que se le permitió regresar en 1941 a Veracruz, donde murió 4 años después.
Pero Enrique Krauze señala al verdadero responsable de los hechos, el embajador de EUA: “Henry Lane Wilson está en el centro mismo de la conjura: pone contra Madero a parte del cuerpo diplomático, profiere por su cuenta amenazas infundadas de intervención militar, evita todo posible armisticio. Para él, Madero es, textualmente, un “tonto”, un “lunático” a quién “sólo la renuncia podrá salvar”. La “situación”, comenta al ministro de Cuba, “es intolerable. I will put order [yo pondré orden]”. “Con el presidente y el vicepresidente en la cárcel, Henry Lane Wilson no pierde el tiempo y concierta el Pacto de la Embajada entre Huerta y Díaz, mediante el cual ambos serán presidentes sucesivos. Según palabras del diplomático alemán, “el embajador Wilson elaboró el golpe. Él mismo se pavonea de ello”. Antes del magnicidio de Madero y Pino Suárez, Wilson “no mueve un dedo para salvarlos”, dice Krauze; “El 19 de febrero el embajador escribe a Washington: ‘El general Huerta me pidió consejo acerca de si sería mejor mandar al ex presidente fuera del país o colocarlo en un manicomio. Le repliqué que debía hacer lo que fuera mejor para la paz del país.’”
Debido a sus evidentes intromisiones en la política mexicana, Lane Wilson fue fulminantemente destituido por el nuevo presidente de EUA, su tocayo Woodrow Wilson. De cualquier modo, el baño de sangre mexicana que siguió al martirio de Francisco I. Madero había detonado, mientras el señor embajador se retiraba a escribir plácidamente sus memorias y morir en su cama de Indianápolis, 19 años después.
antonionemi@gmail.com
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