jueves, 9 de diciembre de 2010

El arte de la paciencia y la técnica

Liz Mariana Bravo Flores
Andanzas de una Nutria


"Acuérdate de Acapulco, de aquella noche, María Bonita, María del alma; acuérdate que en la playa, con tus manitas las estrellitas las enjuagabas".
Agustín Lara.


Tacos de dorado, hamburguesas de marlín, tostadas de camarón, callo de hacha. ¿Se te hizo agua la boca? ¡A mí también! La parte terrible es que esos manjares nos quedan al otro lado del país y no podremos degustarlos pronto; la maravillosa es que del lado del Golfo de México tenemos pescado a la veracruzana, torta de mariscos, filete de pescado relleno, trucha en diferentes presentaciones, chilpachole y tantas otras delicias típicas de Veracruz y de las aguas del este.
Es un hecho que el mar del Pacífico, el del Golfo de México y el del Caribe son distintos en sus playas, la temperatura y color de sus aguas, la arena, profundidad, fuerza, marea y, desde luego, en sus especies, y eso es lo que permite la diversidad y diferencias gastronómicas.
Como es de imaginarse, también en la pesca existen diferencias entre uno y otro lugar, pues mientras que de este lado lo común es ver a los pescadores a orilla de playa con las cañas, camarón o calamar de carnada, en busca de huachinangos, cochinos, pargo, pámpano, chucumite o robalo, por mencionar algunos y, en el caso de la pesca de altura, los encuentros suelen ser para la tradicional pesca de sábalo; del lado del Pacífico es frecuente ver yates y lanchas que salen durante el día y/o la noche en busca de dorado, marlín, pez espada y muchas otras especies suculentas.
Más allá de la delicia en el sabor de su carne, para quienes gustamos de la práctica de este deporte, la sensación de luchar con un pez que cabe en un plato o, en el mejor de los casos, un animal de tres, cuatro o cinco kilos, comparado con el esfuerzo por cansar y sacar del agua a un animal de 80, 100, 300, 500 kilos o muchos más es indescriptible.
Esos animales deben pescarse con grandes señuelos o anzuelos, como un Big Blue Cavitator 13pulgadas y con carretes especialmente diseñados para soportar el peso y jalón de los gigantes marinos, como un Shimano Tiagra, por mencionar algo.
Justo en esas andanzas están ahora mis amigos y cómplices, no tan sólo de pesca sino de la vida, que decidieron emprender viaje hacia Acapulco, Guerrero para perseguir la aventura de subir a un yate, adentrarse en el océano y perseguir bichos de más de tres metros de largo.
Pescar un ejemplar de esos requiere paciencia y técnica, pues en primer lugar hay que conocer el tipo de carnada que les gusta para picar en el enorme anzuelo, de acuerdo con el tamaño de su boca, hay que conocer las rutas en las que suelen encontrarse y, desde luego, como lo hemos mencionado antes, en la pesca hay que correr con mucha suerte.
Desde que supe que planeaban ir a Acapulco en busca de los grandes bichos, tuve la certeza de que serían días llenos de fiesta y diversión, tal cual lo vivimos en cada jornada de pesca, pero sobre todo, estoy segura de que en el viaje tendrán oportunidad de estrechar, aun más, los lazos de amistad que unen a todos los integrantes del Club de Caza y Pesca de Xalapa "El Baloncito".
Con la esperanza de que a su regreso vuelvan cargados de aventuras inolvidables, pescado y diversión, dedico esta columna a mis amigos: Rey Martínez Franco, Santiago Martínez Campos, Gerardo González Torres, Juanito Bernard, Santiago Quintana, “Beto” García, Jorge García Gómez, Lorenzo Marín, Felipe Saldaña, al profesor Cristóbal Mora y, desde luego, a nuestro guía en la pesca, don Juan Bernard.
Y segura estoy de que, aunque hayan pasado los años, cada uno de los viajeros, igual que la" María Bonita", recordarán Acapulco.
A ti que me lees cada semana, agradezco tus comentarios y, desde luego, queda abierta la invitación para disfrutar juntos el deporte de pescar.

nutriamarina@gmail.com

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