viernes, 3 de junio de 2011

IEV: Política y voyeurismo de retrete

Salvador Muñoz
Los Políticos

Desde niños, el verle los chones a una niña ejerce en la mayoría de los varones, un extraño placer... ¿a qué obedece esto? Quizás a una educación prohibitiva donde a las niñas les enseñan a no enseñar los chones y a nosotros, nos prohíben que se los veamos.
En la secundaria, aún recuerdo a compañeros bajo las escaleras intentando verle los chones a las compañeras... no miento si no hablé en primera persona-plural, pero de haberle visto los chones a alguna de ellas, lo recordaría y platicaría...
Claro, no escapé del encanto de la palabra mágica entre jóvenes conjurada en un discreto susurro “¡caldo, caldo, caldo!” cuando alguna estudiante simplemente “se sentaba mal” y voltear era inevitable.
¡Ah! Sí, porque en las damas está vetado “sentarse mal”. Ay de aquella que usando falda, abra las piernas... ¿cómo le hacen? qué incómodo es sentarse con las extremidades juntas.
Alguna ocasión un amigo de mi adolescencia me platicó del viejo truco del espejo en el pie con tal de lograr el objetivo: verle los chones a las mujeres.
Ese es el triunfo... los chones.
Incluso, si son rojos, lleva una carga extra de excitación. De la ausencia de ellos, ya ni se diga... será la historia morbosa que no tiene parangón y será en su narrador, como una especie de insignia al valor.
El tiempo pasa pero ciertas cosas no cambian...
Una mañana, en mis continuas vueltas por el parque, un jovenzuelo se enfiló hacia una ventana de baño de las varias casas que hay en la unidad donde vivo... de esa ventana, además de luz, se desprendía vapor que indicaba que alguien se estaba bañando. Al tipo no le importó desconocer si era hombre o mujer quien se duchaba, aferró sus manos a la orilla de la ventana e intentó asomarse... pero le agüé el momento con una zarandeada y varias mentadas de madre...
Sí, el baño atrae, envuelve, seduce bajo algunas interrogantes... ¿quién se baña? ¿se podrá ver?
Y del mirón simple al mirón tecnológico...
A la redacción llegó una joven. Habló con el director. Quería hacer una denuncia pública porque encontró en el baño de las mujeres una cámara camuflageada entre cajas. Siguiendo un cable, éste llegaba a la oficina del Jefe de conocido apellido en Xalapa, cuya inicial es “O” de Osorno, por decir un apellido sin que implique que ése sea.
¿En qué quedó el asunto? No recuerdo... pero no intervino, estoy seguro, ninguna autoridad judicial.
Hace más de un año, en el Instituto Electoral Veracruzano, algunos empleados fueron sorprendidos con material que los involucraba en “es-mionaje”a compañeras del IEV.
Se supone que ocultaron una cámara donde espiaban a las damas cuando hacían sus necesidades fisiológicas o sencillamente tenían que asearse.
Sí, el gusto por espiar en el baño debe ser una parafilia... voyeurismo retretero...
Y conste que preciso “chones”. Estoy seguro que el placer que envuelve a un voyeurista de retrete está más en verle los chones a su víctima que otra cosa. ¿O me falta malicia?
En el lenguaje de los naipes, “verte los chones” se refiere cuando un jugador, por lo regular novato, muestra sus cartas a sus opositores sin que se dé cuenta, debido a la forma en que agarra los naipes.
Pero quien resulta muy ducha para esto de los chones es Carolina Viveros García, consejera presidenta del IEV, quien desde el escándalo que se protagonizó en su baño, ha mantenido un extraño hermetismo en un suceso que denigra, ofende y lastima a quienes fueron víctimas de estos “voyeuristas de retrete”.
Vaya, su insistencia en hacer las cosas en lo oscurito, es decir, evitar que la opinión pública conozca de la sanción a la que fueron acreedoras los “mirones”, deja algunas cosas en claro: Que Carolina difícilmente se dejará ver los chones aunque con ello evidencie que poco le importa que se le hayan visto las nalgas a la consejera Angeles Blanca Castaneyra Chávez, como ella mismo lo dijo.
No cabe duda, esta funcionaria tiene su parafilia: una política de retrete.

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