Laura Bibiana López Contreras
Una voz en la conciencia
Diría el Premio Nobel de Literatura en 1990, Octavio Paz, que cuando la historia duerme habla en sueños, en la frente del pueblo dormido el poema es una constelación de sangre. En esa constelación en la que todos se transfiguran como héroes inmortalizados formados bajo las estrellas, en aquellas estrellas en las que brillando eternamente se forjan nuevos nombres que en su huella, queda plasmada la historia de un pueblo.
Pero qué triste cuando una estrella cae del cielo cada vez que olvidamos los nombres de nuestros héroes y de nuestra leyenda histórica. Recordar es siempre volver al pasado, por muy remoto que nos lleve el tiempo.
Conocer el pasado es vivir con certeza en el presente, para esperar el futuro con fe en mis creencias y en mis ideologías. Así es como se vislumbra el lamentable panorama que se encarna en mi pasado, pero que se pierde en aras del olvido y de la incertidumbre.
Conocer la historia de un pueblo y de una tierra es siempre una aventura apasionante. La misma que vivieron durante muchos siglos los mesoamericanos, a lo largo de mil batallas, civilizaciones y culturas, hasta configurar su realidad en nuestros días. Desde los textos históricos generalistas se desprecia, habitualmente, la intrahistoria mexicana. Pareciera que tan sólo otras tierras la tuviesen propia, y que la mexicana hubiese nacido con la Conquista. Eso no es así. Las raíces mexicanas, que son muy antiguas, se han ido enriqueciendo y mestizando de forma continuada a lo largo de los siglos hasta configurar su plural identidad actual.
Conocer la historia es mucho más que disponer de una colección de datos, nombres y batallas. Es conocer el devenir del mundo.
El dilema podría ser, en todo caso ¿para qué? Porque, gracias a que la historia nos dice lo que hemos sido, podemos decidir qué ser. Nuestra historia es lo que somos. Prescindir de ello sería tanto como prescindir de nuestro futuro. Por eso es tan importante acercarla a la gente. En especial a los jóvenes.
Resulta muy lamentable saber que la ignorancia llegue a tal punto en el que ni siquiera se conozcan los elementos fundamentales de hechos cuya trascendencia son más que notables en la historia de la vieja Mesoamérica; es imperdonable que no se fomenten los momentos que se sembraron en el fango de un pueblo mexicano que no respeta sus símbolos patrios y que desconoce los orígenes de quien fuera un dictador por más de 30 años.
No se deben acostumbrar a nuestros niños a aprender la historia “por encima”, sino a profundizar en ella, porque son justamente los ejemplos Magonistas o las ideologías revolucionarias zapatistas las que pueden despertar en la conciencia el inicio del cambio en esta que es nuestra patria.
Si sirve para aprender, la historia debe ser conocida. Si queremos evitar el error de repetir nuestros errores; si queremos incidir en nuestros puntos fuertes, debemos conocer unos y otros. Por ello debe respetarse el rigor, todo lo posible. Y debe contarse como una historia que es, con su argumento, sus nexos y sus consecuencias.
Considero que toda historia es el resultado del magma que se funde entre la magia y la realidad, ese toque místico que toda leyenda plasma en su contenido, a ese toque no es ajena la historia. Desde nuestras deidades de las culturas del viejo continente, pasando por la maldición de la Malinche aunada a una Conquista de la cual no nos logramos liberar, llegando a los pies de un movimiento Independentista que desembocaría en decenas de intervenciones para el país, México cuenta apenas menos de un 5% de su historia.
Conocer el pasado debe resultarnos si no interesante, algo necesario. Por el simple hecho de existir y de pertenecer a un pueblo, estamos comprometidos a saber de sus raíces. Hay que tatuar en la conciencia las palabras “Quien no conoce su historia, está condenado a repetirla”.
Así pues, si ignorantes vamos labrando un camino que no sabemos dónde comenzó, declarémonos atados a los libros, que serán nuestra oración hasta que logremos escupir cada nombre y cada fecha que en monumentos se erijan dentro de la memoria histórica de mi México Querido.
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