viernes, 1 de julio de 2011

Placeres

Salvador Muñoz
Los Políticos

Soy de la idea de que las cosas no deben estar sujetas a una necesidad, sino a un placer.
Triste es la persona que trabaja sin disfrutarlo. Triste aquél que da clases sin sentirlo. Triste y mediocre el diputado que no entiende qué madres hace en esa curul sentado. Triste quien escribe sin emoción. Triste dormir sin tener sueño; triste tener sexo sin tener ganas; triste estar triste sin saber por qué...
II
En un mini-mini-departamento, un horno de micro-ondas era mi estufa. Allí, Brenda hacía milagros de comida. Quizás no tenían un sazón exquisito pero la disfrutábamos tanto a lo mejor por el condimento que significaba ponerle de cereza a los platillos nuestro noviazgo. Cuando decidimos pasar al nivel de la Unión Libre, y llegamos a un departamento sin mini-mini, todavía tardó un año o dos cocinando en el horno de microondas y una sartén eléctrica hasta que me pidió una cocina integral... ¿una cocina integral? ¿para qué quiere mi mujer una cocina integral? Pero, por favor señores, qué caso tiene discutir una idea con la mujer si es sabido que al final, nada la hará cambiar de opinión y ahí estaba en la casa la cocina integral.
La mujer, mi Brenda, es una mujer con miles de facetas: Contadora, escribiente, mecánica, costurera, doctora, enfermera, chofer, etcétera ¡y excelente cocinera!
Vaya... con la mano en la cintura, desbanca con gracia, sazón y sabor, a mi suegra, a mi cuñada ¡y a mi madre! Que conste que hasta la autora de mis días ya le dio el visto bueno a su buen sazón. Probar sus platillos italianos es un placer...
III
Hace como un mes, en la agenda del Gobernador, me llamó la atención un dato de su itinerario: Javier Duarte de Ochoa comería con Roberto Hernández (El Banamex) en Caserío del Lago, en Xalapa... ¿dónde está lo extraordinario? ¡En el restaurante! No lo conocía. Después, la alcaldesa de Xalapa, Elizabeth Morales, me entero, habría asistido a una reunión en dicho restaurante... luego, el rector Arias Lovillo... después, algunos amigos me comentaron que valía la pena, hasta que lo decidí: “¡Mujer! Hoy no cocinas... te invito al Caserío del Lago”.
Y ya saben cómo son las mujeres. Se ponen guapas cuando uno las invita a salir. Exacto... se tardan la infinidad de minutos en saber qué accesorio ponerse, cuál quitarse, qué zapatos, qué bolsa... ¡vaya! Hasta me retachó mis bermudas con mi camiseta de comic que pensaba lucir en el restaurante y me vistió en un pantalón formal y una camisa negra que en algún lugar del ropero de Narnia, recordó haber visto.
Lo mismo que la mujer se tardó en vestir, fue el tiempo que nos tardamos en dar con el restaurante al fallar mi GPS mental... pero valió la pena.
IV
Caserío está ubicado en lo que fue parte de las oficinas de una textilera, si no mal recuerdo. Al entrar, es como si estuviéramos en la clásica casa xalapeña, de techos altos, arcos y pilares, muy acogedora. La cordialidad se hizo presente. La atención del mesero fue puesta a prueba cuando decidí no ver la carta: “¡Sugiéreme!” mi palabra favorita. Una explicación clara, apetecible y deliciosa. De entrada, unos aperitivos con carne de pato... después, una crema de camarón servida en un bisquet (o bolillo). Sí, el pan era el recipiente para mi crema. ¡Eso me ganó! Me dirijo a mi esposa y le digo presuntuoso: ¿Sabías que los panes fueron utilizados como vasijas para los caldos hace varios siglos? Y me responde que sí... todavía en Italia se estila hacerlo. Me aguó mi presunción.
El plato fuerte fue un Ossobuco que provocó el regaño de mi esposa cuando empecé a chuparme los dedos.
Todo ello acompañado de una jarra de clericot con vino rosa... ¡el mejor que he probado!
Mentiría con el postre... no como. Pero mi esposa sí.
Y cuando pensaba que mi paladar había llegado a su catarsis, pido un café americano que termina convirtiéndose en un café Caserío a sugerencia del barista que... que... ¡que tiene que probarlo!
Imagine que la mujer no toma café ni por equivocación y cayó rendida al Café Caserío.
En verdad que la cocina de taller del maestro Carlos García es una experiencia única...
Pero sabe qué es lo mejor, el hecho de que el Caserío le haga sentirse en casa.
¿Regresamos? Le pregunté a mi mujer... ¡por supuesto!
V
Del horno de microondas a la cocina integral, han pasado platillos, sazón y sabor que me encanta de mi mujer... aunque quizás lo más relevante sea el hecho de que mañana, habremos de cumplir dos años de haber roto con la Unión Libre. Nos casamos. Soy de la idea de que las cosas no deben estar sujetas a una necesidad, sino a un placer. Y en verdad les digo: Es un placer estar casado con esa mujer. Por razones de trabajo, difícilmente celebraremos el domingo pero... un día más, un día menos... el sábado lo festejo con Brenda en el Caserío. ¡Bon apetit!

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