viernes, 26 de agosto de 2011

La ola roja

Liz Mariana Bravo Flores
Andanzas de una Nutria

“Vámono’ pa’lla’ vamo’ donde el mar, cuna de candela y tierra de sal, si sangra la aurora vuélvete al mar, si la lucha falla haz el alma a la mar…”
Ray Morteo


Cualquier día resultaba bueno para relajarse, despojarse del caos citadino, para correr a un encuentro marino en cualquiera de las playas de la costa veracruzana. Cualquier día resultaba bueno para ir de pesca.
Cuando la alegría, melancolía, tristeza, reflexión o, simplemente, cuando la locura me daba, no había más que tomar mi caña y cajita de pesca, la hielera –siempre a bordo del jeep- y emprender camino hacia la playa para encontrarme conmigo misma en un día o dos de soledad.
Una y mil veces los teléfonos sonaron para programar una salida de pesca con mis amigos bajo la acuñada frase: “sí, pero sólo que sea ahorita” y, sin hacernos esperar, cada quien agarrábamos nuestro equipo y, en lapso de una o dos horas salíamos enfilados a la playa.
En nuestra rutina, teníamos paradas obligadas, como la de Cardel, para comprar carnada y víveres o, en algunas ocasiones, detenernos por unas frías y un pozole en el restaurante del parque para cenar o, por unas aguas y pambazos a un costado para desayunar.
De regreso, a la altura de Tamarindo, no importaba si era de día o de noche, nos deteníamos por un clásico café de La Parroquia a orilla de carretera.
Nuestras salidas podían ser de día o de noche y, fuera de los chaneques, nunca hubo causa de miedo o espanto.
Hoy las cosas son distintas, la ola roja de violencia que cubre a Veracruz nos ha pegado hasta en la pesca, pues ya no es recomendable ir solo o en pequeños grupos a la playa, porque se corre el riesgo de que la Marina les confunda con narcos y antes de preguntar disparen, o de que uno se encuentre con la mercancía y sus portadores.
Más allá de eso, hay reportes de la población que nos alertan para evitar entrar a Cardel para no ser asaltados, y ya ni se diga de detenerse a orilla de carretera.
La idea de viajar o salir a la playa en la noche resulta descabellada, pues el riesgo de toparse con violencia es muy alto. Y la posibilidad de ir sólo a relajarse y reflexionar mientras se contempla el mar es nula, ya que uno está pensando en los peligros que acechan en el sitio.
Por otra parte, están los retenes militares en la carretera que al percatarse de que el vehículo porta fundas o tubos de plástico largos, sin pensarlo dos veces lo detendrán, puesto que el largo de la caña podría confundirse con el de un arma.
Esto es en el terreno de la pesca, que es el que yo practico, pero en nuestro club lo mismo hay pescadores que cazadores, y sobra decir que para estos últimos el panorama es menos esperanzador; el simple hecho de cargar con una escopeta, rifle o hasta charpe, les implica un tú por tú con maleantes.
Respecto al narco y la vida marina podríamos decir muchas otras cosas, de esas que resultan un secreto a voces, como la “complicidad” de los habitantes de ciertos pueblos, que no tienen más remedio que ver, oír, callar y hacer como que ahí no pasa nada; como cuáles son los días en que ni por equivocación se recomienda que pise la playa, o como el movimiento de las embarcaciones.
Pero la cosa cada vez es más peligrosa y en este país la verdadera libertad de expresión dejó de existir hace mucho, por lo menos para quienes amamos nuestra vida y preferimos no correr el riesgo.
Por ahora, sólo nos queda recordar que cualquier día resultaba bueno para relajarse, despojarse del caos citadino, para correr a un encuentro marino en cualquiera de las playas de la costa veracruzana. Cualquier día resultaba bueno para ir de pesca…

nutriamarina@gmail.com

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