viernes, 26 de agosto de 2011

La otra cara de Del Río


Liliana P.
Lucha rosa

(Xalapeñita avecindada en el DF, ingeniero civil metida a comunicadora, fotógrafa y aficionada de coraza a las llaves y contrallaves)


Me da gusto el éxito que está teniendo Alberto Rodríguez (Del Río o Dos Caras júnior como guste llamarle) en WWE, la empresa de lucha más famosa (no necesariamente la mejor) de los Estados Unidos.
Su buena campaña se debe principalmente a que desde muy joven tenía en mente superarse y dar el extra para lograr ser el mejor en su actividad; y mire que la tenia difícil, teniendo como padre a uno de los mejores pesos completos de la historia de la lucha libre mexicana, como Dos Caras, y como tíos tanto a Míster Personalidad Mil Mascaras como al Sicodélico, pionero de luchadores mexicanos en la Unión Americana.
Cuando era una chavita, tuve la oportunidad de conocer a Alberto Rodríguez allá por los años noventa en el ámbito de la lucha olímpica, en ese tiempo tuve un novio que era parte del equipo nacional, al igual que el ahora campeón de la WWE; al visitarlo en algún entrenamiento pude convivir con algunos de sus compañeros, entre ellos el mencionado sujeto.
Recuerdo a Beto como un joven llamativo por sus cualidades físicas, altura, físico desarrollado, además de una educación y amabilidad notables, no sé si para aquella época ya había culminado su educación universitaria, pero era común que entre sus cosas tuviera algún libro.
La cercanía con el equipo nacional también me permitió identificar que no era precisamente el mejor sobre el colchón de competencias, la mayor parte de su éxito lo basaba en su privilegiado físico y la ventaja que le daba la categoría donde competía, ya que la gran mayoría de rivales que enfrentaba eran gorditos.
A ellos Rodríguez aventajaba en condición física y rapidez, me contaba mi ex galán que si bien Beto era rey a nivel nacional, en las campamentos en el extranjero, especialmente en Cuba, sufría ante la calidad y talla de los antillanos, cuyos instructores le señalaban constantemente que estaba “muy chulo” para la lucha, que mejor se dedicara a modelar o cosas por el estilo.
El más joven de la dinastía de los Rodríguez dominaba muy bien el inglés, lo constato porque alguna vez en los pasillos del CDOM me ayudó con un texto de mecánica que estaba en el idioma de Shakespeare. Lo que me había costado avanzar un par de horas, él lo hizo en escasos 15 minutos, sentado en el piso con lápiz y borrador en mano, con mucha paciencia y sin importar que aún tenía que tomar un baño y apurar su paso, ya que sólo tenía media hora antes de que dejaran de servir los alimentos en el comedor del lugar.
El futuro Dos Caras junior entendió sus limitaciones, las pulió hasta donde pudo para después dar el salto al ámbito profesional donde tuvo buenas campañas en Triple A y especialmente en el Consejo Mundial de Lucha Libre, donde alcanzó el estatus de ídolo.
Su disciplina, arrojo y, por supuesto, dominio del idioma, es parte de lo que lo que le permite triunfar ahora en el extranjero y posicionarse como uno de los gladiadores del año en la WWE, y podría ser, con el no tan lejano retiro de Rey Misterio, el estandarte de la lucha libre mexicana en los estados unidos.
Por cierto, uno de los hombres que compartió campamentos con Alberto Rodríguez en sus épocas de competidor fue el paisano Armando Fernández, competidor olímpico en Barcelona 1992 y Atlanta 1996, el cual a propósito, será objeto de sendos homenajes el mes de septiembre; el primero, al portar el fuego panamericano durante su recorrido por Xalapa, y, posteriormente, al recibir un reconocimiento por su brillante trayectoria en el marco de un torneo nacional de invitación organizado por clubes veracruzanos. ¡Felicidades!

Twitter: @lili_demon

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