domingo, 18 de septiembre de 2011

La nave de los locos

Rodrigo Vidal
Viajero de Indias

Todo trámite burocrático resulta un vía crucis, pero en San Luis, incluye, además del peso de la cruz a soldados romanos, jinetes, judíos agresivos, lloronas y hasta un Poncio Pilatos que se desentiende de todo. Cuando inicié el trámite de Residencia fui advertido por mis amigos argentinos de esos “obstáculos”, pero hay que vivirlo para creerlo.
Sin embargo, el asunto es otro: contar cómo este trámite me llevó a la celebración del Grito de Independencia con la comunidad –sin mucho en común- mexicana en la ciudad de Mendoza, y narrar mi versión de los hechos que ahí se vivieron.
A través del Consulado Honorario en Mendoza, que atiende la cónsul María Landa, recibí el documento de exención del certificado de antecedentes penales de México, uno de los requisitos que pide la Dirección de Migraciones de Argentina para otorgar la Residencia.
Sobre la avenida San Martín, en Chacras de Coria, lugar conurbado a Mendoza, en el número 4733 se encuentra el Consulado y se distingue de las demás propiedades (casi todas enormes chalets con patios muy amplios), por el Escudo Nacional en la entrada. Un timbre, de esos que después te responden, anunció mi llegada y finalmente conocí a la cónsul, a quien hasta entonces había tratado por teléfono y correos electrónicos.
De porte muy elegante, María –para los cuates-, me saludó con su particular acento, ese que cuando oyes te provoca desde el alma decir: ¡esta es mexicana, chingao!
Por supuesto me porté a la altura de las circunstancias –a pesar de las apuestas en contra- y no le dije ¡quihubo María! a la Señora Cónsul. Ella, amable como siempre, me entregó el documento y de paso me invitó a la noche mexicana. Esto que cuento ocurrió el lunes de la semana pasada y yo, debía esperar en Mendoza cuatro días más para la celebración patria.
A ojo de buen cubero saqué cuentas y casi lo mismo me resultaba regresar a San Luis –a cuatro horas de distancia de Mendoza-, y volver el jueves, que quedarme el resto de la semana y esperar en tan benevolente ciudad a reunirme con los paisanos mexicanos. Sin embargo, decidí no quedarme. Pero el universo conspiró y en una casa de cambio coincidí con Raúl Chávez, diseñador industrial, de meritito Guadalajara, quien al observar mi pasaporte se acercó y me dijo “de que parte de México eres, wey” y yo respondí “¡a webo!, un mexicano que fruta vendía”.
En ese momento ambos teníamos la intención de volver a nuestros lugares de residencia, él a Santiago de Chile, donde llegó a vivir siguiendo un amor –un día, con su permiso, quizá cuente su historia- pero, luego de tomar unas chelas marca Quilmes decidimos quedarnos para la pachanga mexicana, pues teníamos la idea de que eso sería una tertulia, con montón de prietitos y prietitas en camisas de la selección nacional, chupando en alta, portando enormes sombreros de Pique, echando cohetes de carrete, cantando el Rey, Cielito Lindo, y ya bien pedos terminar con Acá entre nos y esa de los Cadetes de Linares que a la letra dice: “no, no te preocupes por mi, aquí todo sigue igual, como cuando estabas tú…”
Nada más alejado que eso. El universo, ya no sólo conspira, hace lo que le da su regalada gana. Raúl, tuvo que volver el miércoles a Chile, pues los pasajes se habían agotado para todo el fin de semana con motivo de la celebración de la Independencia Chilena. Así terminé conviviendo con Francisco, un mendocino que nos recibió desde el lunes en su departamento y con quien, a los dos días ya éramos grandes amigos.

Independence Day
Jueves 15, 20:00 horas, salíamos del departamento de Francisco para el restaurante Cielito, ubicado en el cruce de España e Yrigoyen. Como llevábamos tiempo de ventaja paramos en un bar, una cerveza y seguimos. Le confesé que sentía nervios -¿presagio?- por el encuentro con mis connacionales. De algún modo con Raúl hubo clik, no sólo porque es mexicano, sino porque resultó un gran ser humano, pero ahora, no sabía con quienes iba a encontrarme.
La invitación decía: Independencia de México, menú: Margarita, Mopet, sopes, quecas, quesadillas cielito, tacos cielito, tacos al pastor, arroz con leche. Mariachi en vivo. 75 pesos por persona (casi 200 pesos mexicanos)
Llegamos y María –claro, la cónsul-, nos presentó con una familia mexicana que vive en la provincia de San Juan, y con la encargada del restaurante, originaria del Puerto de Veracruz. Éramos los primeros en llegar, y la familia entera ocupó toda una mesa, por lo que Franciso y yo terminamos en un rincón.
Llegaban más, pero María ya no nos presentaba con nadie, y nadie más se presentaba o mostraba interés en conocer al otro, hasta que invitamos a la mesa a Marcos, un religioso, profesor de una escuela católica de Mendoza, chilango de origen, quien fue integrado al rincón marginal, al cual se incorporó minutos después Leticia, una simpática mujer, muy alegre, originaria de Guadalajara, que dejó México por amor –y comencé a sospechar que los jaliscienses aún son románticos como en las películas de antes-.
A esas alturas ni los meseros atendían nuestra mesa, por eso presentamos una queja y comenzaron a llegar las primeras viandas con cinco quesadillas, luego más quesadillas, luego totopos de harina de maíz y de harina de trigo; previamente en la mesa había una salsa de tomate y guacamole ¡sin chile!
Vino el acto a la bandera –yo fui parte de la escolta, pero clásico, no el abanderado-, y luego el himno que no se cantó con todas sus estrofas; después entró el mariachi, los meseros pasaban, en nuestra mesa cayeron platos con más quesadillas y unos sopes incomibles, pues una cosa es tostado y otra duro.
Unas personas que tomaron lugar en una mesa de afuera, se apropiaron del mariachi y a los de adentro nos dejaron con una música ambiental similar a la de los elevadores; no ví integración nacional, fraternidad, ni protestas por la violencia, contra el crimen organizado o la militarización del país, las muertas de Juárez, los desaparecidos, el asesinato de periodistas y activistas sociales, o contra el mal gobierno; tampoco vi los tacos cielito, ni los tacos al pastor y menos el arroz con leche.
Francisco y yo Decidimos irnos, nos despedimos sólo de Marcos y Leticia, y caminamos por una Mendoza que parecía vacía, hasta que la música nos atrajo a un lugar sobre la avenida San Juan.
Terminé celebrando mi mexicanidad escuchando el jazz de Germán García y David Bajda en el bar La Nave de los Locos ¿dónde más sino ahí?

rodrigovp76@gmail.com

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