lunes, 12 de septiembre de 2011

Twit



Salvador Muñoz
Los Políticos

A Maruchi y Gilberto

Cada vez que llega una tormenta tropical, fuertes lluvias, recios vientos, toda nuestra preocupación se centra en nosotros.
Es triste ver, después del meteoro, en mis continuas caminatas diarias por ese pedazo de bosque que tengo por la casa, pequeños polluelos que no sobrevivieron al paso de la naturaleza.
Todavía es más triste ver cuando la CFE o el ayuntamiento llega y corta ramas para despegar los cables de las estorbosas extremidades de los árboles y cómo caen nidos con huevos o crías.
El sábado pasado, al mediodía, salí a dar esa interminable vuelta por el parque y alrededores. Pasaba por un jardín de niños cuando oí un sonido peculiar así como vi una sombra bajo un carro. Pensé que era un gorrión por el tamaño pero su silbido no era de un gorrión. Agudicé la vista y entonces lo vi. Era un polluelo. Me acerqué con el fiel Harry y lo vi claramente. Un plumaje rojizo y una cola larguita, y en sus puntas, manchones blancos. Alcé la vista y los vi: Dos hermosas aves de color café tirando a un rojo barro. Me observaban con curiosidad al ver que me acercaba a su polluelo. Mis movimientos fueron entonces más lentos y más suaves. Le pedí a Harry que se sentara para no provocar el pánico en las aves adultas ni en el pequeño.
Avancé hacia el polluelo que dando muestras de agilidad, subió al alambrado del jardín de niños y ahí se quedó. Las aves adultas tomaron posiciones en extremos. Una observaba desde un cable. La otra, desde el árbol más cercano a su polluelo y a mí.
En eso, la alerta se dibujó en la cabeza de las aves y dirigieron su mirada a otro punto. Instintivamente busqué a mi perro pero iba hacia el punto que observaban las aves... ¿un gato? pensé. De repente, con un salto, mis dudas se despejaron: una rata flaca, muy maltratada corría hacia un prado mientras Harry emprendía la persecución. Una de las aves voló al techo del jardín y la otra se mantuvo en el árbol. Harry regresó a mi lado... estoy seguro que fracasó en su intento de atrapar a esa rata.
Se sentó a mi lado y observó al pequeño ser que en ese momento, mi dedo índice acariciaba. Un “twit” se escuchó y el ave brincó al interior de la escuela... ¡ya no podía hacer nada por él! Si de por sí era raro ver a un hombre haciendo ruidos con la boca mucho más raro sería verlo saltar al interior de una escuela. Lo bendije y me retiré.
Llegué a la casa. Platiqué a mi hijo del suceso. A mi esposa le comenté del suceso. A mi hija le conté del suceso. Y se hizo el domingo. Lloviznas... lluvias... algo de viento... frío... y en la noche, cerca de las ocho de la noche, acompañado de mi esposa en la última vuelta de mi Harry para ir a descansar, lo oí: “¡twit!”
Mi boca imitó el sonido y obtuve una respuesta... caminé hacia unos matorrales, yerba crecida y ramas en el suelo... ¡ahí estaba! ¡Todo un valiente! Si lo dejaba en ese lugar, al paso de gente, a ras de suelo, en zona de perros, gatos y ratas, difícilmente podría sobrevivir pero... pues era un valiente, ya había sobrevivido no sólo a la caída de un nido, sino a un día lejos de sus padres. Aún más: Su valentía se percibió conmigo cuando osado, picoteaba mis manos tratando de evitar que lo tomara. Luchó pero una vez que se acomodó, descansó.
Íbamos de regreso a casa y le dije a mi esposa: “¿Oíste?” Acababa de escuchar un “twit” más fuerte... de seguro lo llamaron sus padres, le dije.
Ya en casa, pedí a mi esposa que calentara un poco de pollo... lo mastiqué hasta hacerlo papilla y traté de darle un poco. Comió a regañadientes, con un pico osado que lanzaba intentos de “touchés”. Lo resguardamos en una caja de cartón con una franela calientita y descansó.
En la mañana del lunes, salió a flote su espíritu rebelde. Lanzó picotazos hasta cansarse. Después comió un poco de papilla de pollo mezclada con tantito plátano. En el suelo, sus plumillas mostraban su lucha o indicaban que ya estaba mudando.
Entonces recordé ese “twit” en la noche. ¿Y si lo llevo al parque otra vez?
Tomé la caja y encaminé mis pasos hacia el parque. Seguí avanzando hasta estar cerca del jardín de niños y un “twit” desde la caja se escuchó. El polluelo sacaba la cabeza por uno de los hoyos como si hubiera percibido el aire de libertad, lo agradable que se sentía la resolana, el canto de otras aves.
Y entonces alcancé a oír esas plumas revoloteando en mi cabeza. Estoy seguro que era su madre el ave que acababa de posarse en uno de los tantos cables que cruzan las calles. Observaba la caja que llevaba y se mantuvo firme en ese sitio hasta que saqué al polluelo y lo alcé en el árbol más cercano a donde lo encontré el domingo por la noche. Hábil, subió por las ramas hasta que se confundió entre las hojas secas. Y pude ver cómo su madre volaba para situarse en la parte más alta del árbol.
“Twits, twits” empezaron a sonar.
Estuve un gran rato ahí observándolos y las dudas se apoderaron de mí. ¿Habré hecho bien en dejar libre al polluelo del “twit”? ¿Su madre lo alimentará? ¿En la noche sentirá el cobijo de esas grandes plumas? ¿O lo abandonarán?
No me da pena decir que esas dudas me hicieron llorar. No sé qué hubiera hecho usted...
Nuevamente lo bendije, por segunda ocasión, y me retiré no sin antes decirle adiós a “Nate” como quise llamarlo, porque fue esa tormenta quien lo trajo.
Claro... también pensé en el nombre de “Twitter”, por ese espíritu luchón, rebelde, atrabancado, sin temor... pero creo que de haberle dejado ese nombre en estos momentos seguiría preso en su caja de cartón... por supuesto, si yo fuera el Procurador.

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