martes, 24 de enero de 2012

Hambruna letal en la Tarahumara

Ángel Lara Platas

De no ser por el rumor de que los Rarámuris se estaban lanzando al vacio en los profundos acantilados de los cañones de la Sierra Tarahumara, para suicidarse por la terrible hambruna que padecen, nadie hubiera volteado hacia aquella región donde habitan miles de familias en condiciones de extrema pobreza, sin comida para comer ni agua para beber.
Los Rarámuris (“de pies ligeros” por su definición etimológica), viven en la parte alta de la Sierra Tarahumara en medio de un ambiente de altos contrastes. El lugar representa una de las bellezas naturales de México pero con un potencial turístico aún desaprovechado por una inconclusa planeación de los gobiernos federal y estatal. Por ejemplo, su sistema de cañones es más extenso y más profundo que el Cañón del Colorado en Estados Unidos de Norte América, y no hay comparación en el número de visitantes.
Lo que podía ser un polo turístico de interés internacional, explotando la ambientación natural que ofrece la montaña con sus impresionantes acantilados y algunas caídas de agua, que en conjunto bien podría ser un escenario de cuentos fantásticos por sus múltiples y bellos paisajes, por su clima y la cultura de sus habitantes, solo ha servido como tema para adornar los discursos de los candidatos y los informes de los gobernantes. Las promesas están en el recuerdo de aquellas etnias.
Los Tarahumaras de Chihuahua, cuyas fotografías aparecen en libros de texto, enciclopedias y un sinnúmero de revistas de temas turísticos, se están muriendo de hambre por efectos de una terrible sequía. Ningún cultivo ha florecido en las áridas tierras altamente contaminadas por la explotación de las minas, el tráfico de maderas y el acaparamiento de las tierras por los caciques que medran a costa de las necesidades de aquella gente.
Tampoco tienen al alcance agua para beber o cocer sus alimentos. Calderón habla del efecto climático.
Los Tarahumaras han desarrollado la facultad de resistir, de aguantar, de encarar a la propia muerte, pero imposible mantenerse en condiciones de miseria absoluta, de inanición
A pesar de la fuerza intacta de su atrayente cultura, no están en condiciones de luchar contra los motivos del hambre. El frío los macera y corta su piel como afilada navaja.
Los “de pies ligeros” (llamados así por su manera de desplazarse por el agreste territorio), están pulverizados espiritualmente. La ayuda que en ocasiones llega no es para combatir las causas de ese lacerante episodio. Es para paliar, sin mayor trascendencia, su condición depauperada. Por trabas burocráticas los apoyos regularmente llegan con retraso.
En reciente visita del Presidente de la República a Chihuahua, al dirigirse a las miles de familias marginadas les propuso apoyarlos económicamente con el sistema del plástico bancario. Pero nadie le dijo al mandatario que la ventanilla más cercana estaba a siete horas a pie.
Cuando algunos líderes sociales que mantienen interlocución con ellos, confirmaron que no era cierto lo del suicidio colectivo para huir de su terrorífica realidad, los que saben de la magnitud del problema no lo tomaron como forma de consuelo. Padecer alguna enfermedad grave, significa morir en el trayecto de muchas horas en busca del médico. Vivir en esas circunstancias poca es la diferencia con el suicidio.
Varias familias de los Rarámuris han migrado a Ciudad Juárez en busca de mejores condiciones de vida. Poco es lo que resuelven.
En la periferia de esta ciudad, unas 250 familias Rarámuri luchan por sobrevivir lejos de sus tierras originales en un lugar asolado por la violencia. En la Colonia Tarahumara la mayorí­a de los hombres se dedica a la construcción, mientras las mujeres -ataviadas con múltiples faldas coloridas y rebozos-, hacen artesaní­a y piden limosna. Cuando les preguntan si le tienen miedo a la inseguridad contestan que no. Dicen estar acostumbrados a compartir espacios con la muerte.
Consumidos por las enfermedades agravadas por la lejana asistencia médica, desde que nacen, todos los días del calendario son de muerte.
Medios locales han informado que en ocasiones, la ayuda que envía el gobierno del estado les es vendida.
Las declaraciones del gobernador Duarte Jáques, dibujan nítidamente el desinterés histórico sobre las condiciones prevalecientes de ese segmento de la población chihuahuense. El mandatario, con tufo de frivolidad dijo que en la Sierra Tarahumara hay hambre porque no hay maíz, no hay frijol, no hay leche ni tampoco avena; pero “así son felices”
Los candidatos (o candidatas), que tengan planeado visitar a electores de los grupos étnicos afectados por el intenso frío, las fuertes heladas y la descomunal sequía, ¿tendrán listo ya el discurso proselitista para convencerlos que los recursos públicos otorgados a sus partidos, tendrán alguna utilidad que les proporcione mejores condiciones de vida?
El asunto de la Sierra Tarahumara hará que otros gobernadores vayan buscando palangana y agua, para poner algo a remojar.

alaraplatas@hotmail.com

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