viernes, 20 de enero de 2012

Ser o no ser... ¿esa es la cuestión?


Erica Lara Romero

La semana pasada llegó hasta mí, por medio de un enlace en el muro de facebook, una noticia que al principio no significó demasiado, la SEP prescindiría de la materia de Filosofía a nivel Bachillerato (único nivel que la imparte como tal, antes de cualquier otra carrera especializada en el tema). A la par que leía el encabezado sobre tan terrible noticia (pues toda limitación dentro del conocimiento general resulta una espantosa pérdida), recordé mis clases de Filosofía, también vino a mi mente lo interesante que siempre me resultaron los temas relacionados con el conocimiento del hombre y lo fundamental que había sido para mi esa materia al momento de decidir estudiar una u otra carrera universitaria.
Mis divagaciones siguieron adelante hasta que una amiga por esa misma red social me saludo y comenzamos a platicar de otras cosas que me llevaron a olvidar el tema. Sin embargo los caminos del destino son inciertos y el lunes por la mañana, al regreso de mis vacaciones de invierno, me encontré con un montón de libros que había dejado pendientes de revisar con el propósito de seguir con una investigación a la que actualmente me dedico por encargo de mi jefa, la formación de un catálogo de todos los libros publicados por la Editora de Gobierno del Estado a lo largo de su historia como institución pública.
Haciendo pues mi trabajo diario me fui a topar con un pequeño escrito del pedagogo Arnulfo Pérez Rivera, que según la presentación del maestro Francisco Ramos Salas mantuvo una trayectoria más que admirable a lo largo de su camino por la difícil tarea de educar.
Para mi sorpresa la revista que sostenía con asombro, no solo había sido publicada por la Editora de Gobierno sino que también comenzaba con un pequeño ensayo dedicado a la filosofía dentro de la educación. Pues bien, sin querer tenía en mi poder la explicación a aquella divagación momentánea por culpa de una noticia que hubo mandado una ex compañera de carrera, y su indignado comentario sobre dicho encabezado volcaban todas sus razones sobre mí sin haberlo siquiera solicitado.
Es la mañana del 2 de enero de 2012, un año apocalíptico para muchos y hasta ahora para mí, pues he terminado de leer el ensayo del maestro Pérez Rivera el cual no pedí ni busqué, y que apareció que ni mandado a hacer, quedando impactada por la importancia de esta discreta materia de preparatoria que debido a su histórica constancia dentro de los hábitos de los hombres de todas las generaciones, y aparente “inutilidad” en la actualidad, piensan desaparecer de los programas educativos.

Por mi parte, dicho ensayo me ha dejado tan convencida de cada una de sus palabras que ahora me siento con la responsabilidad de no sólo compartir el escrito, sino que también comentarlo al mismo tiempo que invitarlos a defender (por lo menos con opiniones oportunas) el futuro de todos aquellos jóvenes a quienes pretenden mutilar una parte vital para la formación de todo individuo.
He aquí la transcripción del escrito puesto que a partir del conocimiento de un tema se crea la conformidad o inconformidad hacia el mismo. Además agrego algunos comentarios atados involuntariamente a un texto que debe ser, ahora más que nunca, de dominio popular.

ALGO DE FILOSOFÍA EN LA EDUCACIÓN

El maestro debe implicar al filósofo por cuanto que siendo la Pedagogía toda teoría y toda práctica, se supone que deba reflexionar acerca del valor y significado de las cosas, del hombre y del mundo.
Decía Pascal, con gallarda frase, “el hombre es una débil caña; pero caña que piensa”. Este pensamiento que tramonta a los hombres de todas las épocas, origina que, ayer como ahora, el hombre realice con despierta inquietud, la tarea del filósofo; que nadie como él, por ser el más elevado en la escala de los animales, lo imita en la reflexión del maravilloso mundo que lo atormenta y lo absorbe, lo pasma y lo estimula, en la explicación de su circunstancia y su esencia.
Apuntaba Pitágoras, desde hace muchos siglos, “el hombre es la medida de todas las cosas”, y esta medida que hace de todo cuanto existe y le rodea, le permite conocer por la reflexión la grandeza de su microcosmos.
Todo ha importado al hombre. Por todo se inquieta y por todo goza y sufre. Jamás ha vivido resignado o conforme con su nulidad o su grandeza. Inquiere y busca la verdad de los fenómenos y los hechos; averigua en su majestuoso mundo y descifra con la fuerza de su pensamiento, las incógnitas que va presentándole la vida en el camino, unas veces amplio y otras estrecho, que guía sus pasos por el ser y el conocer.
Esa es la ocupación exclusiva del hombre dentro de la cadena de lo viviente. Explicarse las cosas una y otra vez; tomar posiciones en el estadio de su comportamiento y, sabedor de la grada que ocupa en el espectáculo de la naturaleza, la admirable inquietud de hacerse cada vez más hombre. Es inobjetable que de la gama infinita de fenómenos y hechos que solicitan su reflexión, ninguno es tan importante como el saber de sí mismo, pues, en última instancia, todo cuanto el mundo puede contener sólo es explicable en relación con el hombre, a pesar del misterio de sus infinitas posibilidades.
Muy manoseadas, pero siempre inquietantes, han sido las preguntas: ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? Interrogantes que en su fondo revelan la trascendencia del ser humano como dueño del mundo, como dueño de sí en constante camino a la perfección. Ya que el hombre “no es un ente más, un ente cualquiera, sino un sobreente, un plusente que reflexiona sobre su identidad, que se vuelve transparente asimismo en el ejercicio de su conciencia subjetiva, que ilumina a los otros entes diciéndoles lo que son, que viviendo el tiempo lo mide”. Y es que el hombre a diferencia de sus acólitos -demás seres vivientes y no vivientes- vive y se desplaza en un mundo estructurado por él, en un medio comprensible y modificado por él. La ciencia, el arte, la religión, la cultura en sí, es obra exclusiva del hombre, creada por el hombre a la medida del hombre, en contraposición con el animal resignado a un mero vivir biológico y abandonado, por ende, al mecanismo invariable de sus instintos.
El hombre no ha podido, ni podrá nunca, recostarse voluptuosamente en los muelles del mundo que ha encontrado hecho. Desde que incursiona a la vida, ya encuentra un tipo de cultura que habrá de servirle para el libre juego de sus debutantes manifestaciones. Sin embargo, pronto se da cuenta que el mundo a que aludimos, no es ni completo, ni perfecto, ni suficiente; emprendiendo así la marcha hacia otros horizontes que completan la herencia cultural recibida. Y todo esto porque el hombre es en sí, una finalidad, una trayectoria teleológica, un destino, o, como asienta Fich, un yo programa. No de otro modo podríamos explicar el progreso incesante de las generaciones y de la humanidad.
Encarado el problema por este lado, es decir que el hombre no se encuentra predeterminado ni en situación ni en orientación, es como afianza la integral substancialidad de su señorío, solamente regulado por las dimensiones de su razón y por los alcances de sus propósitos.
Con esta idea del hombre, aun cuando sólo sea vislumbrada en su finalidad, nos encontramos ya en condiciones de determinar que siendo el ente humano un ser con objetivos y con miras, lógico es suponer que la ciencia de su formación responda a esas cualidades fundamentales, cuya objetiva realización encumbre a la filosofía. He aquí articulada en un solo propósito Pedagogía y Filosofía, sin cuyo maridaje quedaría en suspenso la trayectoria humana, toda vez que una y otra presuponen una idea del hombre, como reflejo de lo que es el hombre en el medio social y de lo que es el mundo. Lo que quiere decir que ambas responden a la prevalente concepción del hombre.
De estas observaciones podemos concluir que la educación ni por un momento debe desprenderse de la Filosofía en razón de que al preguntar sobre el tipo de hombre que hace formar, necesariamente tiene que recurrir a las doctrinas en torno del hombre, pues la educación, ha dicho Gentile, “fue orientada en cada tiempo y lugar según los diversos conceptos que se tuvieron del hombre”. Ahora estamos en aptitud de advertir el porqué de la expresión del eminente maestro don Antonio Caso: “sólo los filósofos pueden ser educadores”.
Y en realidad así es, ¿cómo va a educar quien no sabe para qué va a educar? ¿Podría concebirse que alguien caminara sin saber previamente hacia dónde encaminarse? Horroriza pensar que, por inseguridad filosófica, muchos ignoran la teleología de la educación.
No hace mucho tiempo cuestioné a cien profesores y catedráticos en relación con los fines perseguidos en su tarea docente. Las respuestas fueron en su mayoría decepcionantes; pocos centraron su criterio en los verdaderos causes de lo que debe lograr la educación. Nótese, entonces, cuán valioso son los aportes filosóficos en la enseñanza. La Filosofía es guía, es dirección, es luz de los principios educativos. Nada podemos conseguir sin ella, a no ser desastres perjudiciales, errores descabellados y faltas injustificadas.
Ahora, que el fundamento filosófico de la educación es de todos el más complejo, es absolutamente cierto. No podemos negar que el problema del hombre es el mismo hombre, quizás como asienta Martín Buber, “de todas la ciencias la menos cultivada y desarrollada, es la ciencia del hombre”. A pesar de todo, precisa que tengamos una imagen de su dimensión y de su destino, no obstante que algunas veces esté más abajo y otras más arriba del mismo hombre; mas como quiera que esto sea, debemos aproximarnos al valor de su existencia, siendo ésta, seguramente, la más importante evaluación del ser humano.
Abundan razones fundamentales para admitir que es la explicación de la existencia del hombre, su aseguramiento humano y su interpretación espiritual de la vida, lo más substancial del tránsito efímero de su época, pero permanentemente en la historia. Y para el efecto, dejemos la palabra al maestro Caso que, con admirable penetración, ha escrito: “Supongamos que lo sabemos todo. Hemos descifrado el misterio de las nebulosas más distantes. Conocemos la composición íntima de la materia, el enigma de la fuerza, la intimidad del movimiento, la naturaleza de la luz, el calor y la electricidad, el origen de la vida, el arcano de la conciencia… Clasificamos ya, en una clasificación perfecta, todos los seres. Nuestras matemáticas poseen procedimientos analíticos irresistibles, junto a los cuales el cálculo infinitesimal resulta sólo un burdo instrumento. Nuestra Física y nuestra Química son absolutas; nuestra Biología sin defecto; perfecta nuestra Psicología y minuciosa, sintética y omnicomprensiva nuestra Historia. «Todo lo sabemos». En un pensamiento universal, exacto y oportuno, encerramos el secreto de toda la realidad. Aún si nos falta resolver esta otra interrogación. ¿Qué vale el universo dilucidado ya, para nuestra acción y nuestra dicha?
Esto es, necesitamos, además de una filosofía natural, que nos diga qué es el mundo, una filosofía moral que nos enseñe que significación tiene. Por tal razón, toda filosofía se resume en una cosmología y una ética; pero si se nos pregunta cuál de las dos teorías es más importante, quedaríamos perplejos y tal vez repusiéramos; la última. Sin saber nada o casi nada de la naturaleza de las cosas, hemos vivido siempre. No podríamos vivir en cambio, sin saber como es bueno vivir. La moral, o teoría de la significación de la vida, doctrina del deseo y de la voluntad es más importante que el análisis matemático, las formulas lógicas y las ciencias naturales e históricas. ‘¡Primero es vivir!’”.
Este vivir, ese actuar del que no habla el maestro Caso, es la síntesis de lo social en que el hombre se desenvuelve, no siendo ajeno, sino por el contrario partícipe, de las manifestaciones económicas, políticas y, en suma, culturales que lo mantienen vigilante.
Por esto y por más, es preciso que la filosofía se ligue a la práctica pedagógica hasta encontrar la esencia del hombre. De otro modo, afirma el maestro Juan Mantovani, “la educación es mera arbitrariedad, no actividad con finalidad justificada”, siendo por ello que se habla de distinta manera, pero con el mismo sentido, de una “filosofía de la educación” de una “pedagogía filosófica”, de “filosofía y pedagogía” como una manera de resaltar las bases filosóficas sobre las cuales debe erigirse toda educación.
Esta es, muy resumidamente, una fundamentación filosófica que podemos atribuir a la educación; con todo, no resistimos la tentación de cerrar este punto con lo dicho por el citado pedagogo argentino, en el sentido de que “la filosofía de la educación tiene por objeto el estudio de problemas esenciales de la educación. Se dirige, en primer término, hacia cuestiones previas, anteriores a la educación misma, como son la posibilidad o legitimidad de la educación. Considera también problemas esenciales, que se refiere a su propio contenido. Los fines y medios educativos son sometidos a un análisis crítico en su relación con la realidad y los ideales humanos.
El valor de una doctrina de la educación depende del valor del concepto de la vida humana en que se apoya, tomado de la cultura y del sentido vital dominante o del pensamiento filosófico. La imagen del hombre o la intuición de la vida puede proceder de una espontanea concepción del mundo o de una reflexiva idea filosófica. El estudio filosófico de un hombre conduce a un concepto ideal de la educación y éste, a la doctrina y prácticas pedagógicas”.

Pérez Rivera, Arnulfo, “Algo de filosofía en la educación”, en Pérez Rivera Arnulfo, Páginas pedagógicas, Xalapa, Veracruz: Editora de Gobierno del Estado de Veracruz, 1981, pp. 7-13.

Comentarios:
De acuerdo estoy con todo aquel que habla de la evolución del mundo y el hombre con orgullo, pues a causa de todo este proceso hemos dejado de morir tan pronto como lo hacían los hombres de hace apenas el pasado siglo, nos transportamos cien veces más rápido que entonces (incluso más) y también nos mantenemos permanentemente comunicados de esquina a esquina del mundo entero, entre otros grandes prodigios de los que me considero más que neófita.
Por otro lado, la evolución igualmente nos permite hablar de la organización y reorganización social, de los ventajosos cambios del poder monárquico al monopolio industrial que ahora profesamos, a parte de las muy desgastadas formas de explotación de los recursos naturales y la reventada demografía, por decirlo de algún modo. Pero sin llegar al fatalismo al que estos temas pueden encaminarnos, diré que desde siempre el acceso a la educación resultaba una posibilidad de mejoramiento, esperanza de un mejor lugar para vivir, de criterio propio, así como de crecimiento personal, ya que históricamente la cultura del hombre aparece como pensamiento vivo y dinámico; sin embargo todo aquello que se crea, crece y se desarrolla corre peligro de deformarse también y, si bien la tecnología y la ciencia van que vuelan para descubrir nuevos métodos de facilitación física, química, genética y demás, a mi parecer la educación moral, social, racional y humana ha quedado relegada a un medio peligroso de apatía e incluso ridiculización y por lo mismo se ha revelado como uno de los mayores problemas que se tiene en todos los países del mundo; educar de manera integral.
En México no somos la excepción, pero como esto no es un ensayo teórico y yo no soy una especialista en el tema sólo puedo hablar de lo que me ha tocado vivir dentro de mi corta carrera educativa (a mi me parece larga) y ahora como ciudadana preocupada por el futuro de los hijos que algún día tendré. La cosa adquiere tintes aún más preocupantes debido a la manera tan discreta en que se maneja una noticia que merece ser motivo de escándalo pues ya bien dice Pitágoras “el hombre es la medida de todas las cosas”, pero como ser la vara de medición sin las herramientas necesarias que despierten esa curiosidad dormida desde muy temprano por todas las reglas y exigencias de una vida que siempre ha caminado delante nuestro, ordenándolo todo a cada paso.
Sí, la curiosidad por saber y aplicar nuevas formas de pensar y actuar fuera del manual sobre cómo triunfar en la vida me parece que se pierde por completo al sacar de los planes de estudio una materia tan importante como la Filosofía, pero si de pronto les pasa por la cabeza que me he vuelto radical, los exhorto a responder las siguientes preguntas: ¿Con qué derecho aquella medida de la que habla Pitágoras se volverá nuevamente privilegio de unos cuantos? ¿Cuál será el destino de aquellos que se decidan a rescatar los orígenes del pensamiento humano? ¿Estamos condenados a convertirnos en juguetes del pensamiento del otro, del privilegiado?
Es sobre estos puntos que puedo montar en cólera y hablar por los “unos cuantos” preparatorianos que andan buscando clases de latín sin necesidad de ser un proyecto escolar, de los curiosos que no se quedan quietos e investigan, y de nuevo pregunto, ¿si es bien sabido que la educación es una forma arbitraria de aprender, los que deciden actualmente qué enseñar son los más capacitados para ello? Aparentemente no, pues mutilan oportunidades de crecimiento para el alumno que regularmente es incapaz ya de formular una verdadera razón para estar en la escuela, porque, quién se encarga de explicar dentro de ese gran sistema educativo para qué estamos ahí; ¿para rentarnos como obreros al agotar los programas de estudio, para ganar dinero, para tener una casa grande y comprar de manera compulsiva todo lo el mercado nos ofrece, para ser un triunfador?
En la actualidad la educación “formal” nos da prestigio, nos deja acceder a un círculo social, pero ya no nos asegura un buen nivel de vida o un trabajo que involucre las aptitudes para las que nos hemos preparado. La educación se ha convertido en un negocio más, un requisito para ser parte de algo, un sistema que aplasta y anula si no te encuentras dentro de él, ¿pero en realidad ese es el propósito real? Me parece que no.
Creo que la deformación, “la perversión” si me lo permiten, de la educación se basa en la ignorancia de sus propósitos primeros, y no es que sea docta en el tema (como ya he dicho antes) pero aún soy capaz de recordar que las escuelas se crean con el propósito de aprender, por gente que amaba el conocimiento; y eso lo descubrí en la preparatoria, en clase de Filosofía.
Quién les contará a los alumnos de bachillerato para qué se encuentran en esa aula, junto a otros treinta y tantos compañeros suyos, a la siete de la mañana de un lunes, quién tendrá el talento de hacer a un lado esa vida rápida y ligera que viven los “chavos” y les plantará el gusanito del amor a la sabiduría, del respeto al otro, dónde aprenderán ahora el ejercicio de la reflexión; ¿o es que simplemente se encuentran destinados a ser seres humanos que cumplen con requisitos? El requisito de estudiar para que sus padres no monten en cólera, o para ver a la chica o el chico que les encanta; aunque ese no sea el verdadero propósito, como tampoco será verdad que al llegar a casa y prender la tv o su respectivo aparato móvil u ordenador, aprenderá a amar el conocimiento, ni concientizará siquiera el verdadero propósito de éste. Es probable que sin el poder de la reflexión tampoco cuestione las noticias o los programas que mira y seguramente se conformará con lo que History o Discovery les cuente sobre la vida y el mundo.
Me parece que ya es suficiente con que existan personas que voluntariamente se nieguen a abrir un libro fuera de lo necesario para pasar un examen, que no les importe quién los gobierna o que se burlan de los que separamos la basura y hacemos compostas, como para que los demás, los “curiosos”, tengan que esperar a salir de la escuela para tomar clases de filosofía, latín, griego a parte de las demás demandas que les exige cubrir el ancho mundo. Y es que (unos más otros menos) nos hemos convertido en una mayoría a la que no le importa más que el bienestar propio, que tenemos la opción de no ver más allá de nuestra nariz (porque también ignoramos el futuro que nos aguarda) y que la tomamos con gran facilidad. Somos en gran medida entes del aquí y el ahora, pero perdidos en la inmensidad del corto plazo. Entonces me dirán: “hoy me parece insignificante y de poca importancia que anulen la materia de filosofía en el bachillerato porque prefiero no pensar que presenciaré como mis hijos, sobrinos, nietos y demás generaciones posteriores se convierten en autómatas globales”, o mejor aún, “no me importa porque no pienso tener descendencia ni parentela”.
La realidad es que nuestra ingenuidad humana no nos permite darnos cuenta de que no sólo somos participes del derrumbe del sistema, sino que a muchos (la mayoría) nos tocará vivir entre nuestros muy actuales malas decisiones y apatías, tanto como a mi abuela le toco vivir entre los últimos revolucionarios para después conocer con cierto recelo a las nuevas tribus urbanas; hemos, ninis y todos los demás.
Escribo, transcribo y vuelvo a escribir porque mi conciencia no me ha permitido pasar de largo ante esta masacre de monopolio y manipulación social. Escribo porque es lo único que he podido ensayar para algún día aprender, como una forma de contribución a la memoria de un mundo que se empeña en olvidar, cortar y recortar para “facilitar la vida”.
Escribo porque no me resigno a comprar esas ideas con las que a diario nos atropellan los sentidos los medios masivos de comunicación y porque creo que en la educación y el acceso a la cultura aún se encuentran las soluciones a todas nuestras malas decisiones. Escribo porque es mi forma de contribuir y apuntar hacia un lugar de inconformidad. ¿Tú, qué harás?

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