lunes, 25 de junio de 2012

Pelea de perros

Roberto Morales Ayala
Zona Franca



La lucha por el poder deja al desnudo las bajas pasiones que dominan a quienes aspiran a gobernar un país inmerso en corrupción y resentimientos.
En la mesa, a la vista de todos, presentaron un costoso banquete de palabras y mensajes de amor, de perdón, de cambio verdadero, de diferencia, para seducirnos o cuando menos, en la medida de quien se promovió más a golpes millonarios de propaganda, dejar inyectado en el subconsciente de las masas quién tiene mayor presencia y por ende más "popularidad".
Debajo de la mesa, la realidad de las cosas: los amores perros, las bajas pasiones, lucha sin cuartel en la que no importa difamar o sacrificar a inocentes, para denostar al adversario.

Ya en vísperas de las elecciones a los candidatos a la Presidencia de la República o a un escaño en el Congreso, la pelea debajo de la mesa se les sale de control, se desborda por doquier, y de esa manera nos enteramos de los flujos ilegales de recursos para las campañas electorales de Peña Nieto y de López Obrador.
Las elecciones ya están judicializadas, de tal manera que la lucha electoral irá más allá de los comicios del 1 de julio.
De nada sirve que se comprometan a respetar las elecciones, si en las procuradurías judiciales y electorales se cruzan muy graves denuncias entre los equipos de los tres candidatos con posibilidades de ocupar la Presidencia.
México no tiene una democracia ejemplar. Es cara e imperfecta. Mejor dicho, es terriblemente costosa y fraudulenta. Instrumento de poder de los partidos políticos que usa al pueblo, a la sociedad, sólo en un momento, en un momento crucial, el día de la jornada electoral, con un sólo fin: legitimar a los candidatos. Antes y después, la democracia está en poder de los dueños de los partidos. Antes y después, el pueblo no cuenta, no designa candidatos, los órganos electorales están infiltrados por los grupos políticos y en cuanto culmina la elección, los partidos se trenzan en el conflicto poselectoral. El pueblo, en cambio, ve los toros desde la barrera.
El proceso electoral 2012 ha sido una decepción. El PRI, con su candidato Enrique Peña Nieto, se presentó como la panacea de México, bálsamo de sus males y alivio de sus grandes problemas. Falso profeta, Peña Nieto blasfemó de su esencia: el viejo PRI. Conminó al priísmo a romper con el pasado, con la era dinosáurica de su partido, el que lo engendró y finalmente lo parió, un ardid propagandístico que a nadie convenció.
Peña Nieto es un engañabobos profesional. Ofrecedor de obras y acciones políticas que suele incumplir o cumplir a medias, o barnizar sus mentiras con mercadotecnia.A Josefina Vázquez Mota le falta bagaje político, presencia, discurso, profundidad de ideas. Su flanco débil fue el régimen panista al que perteneció, primero con Vicente Fox, siendo secretaria de Desarrollo Social, y con Felipe Calderón Hinojosa, titular de Educación Pública. Fue frágil ante los señalamientos a la guerra contra el crimen organizado, los 60 mil muertos y el desempleo. No tuvo qué contestar. Su pasado no es sucio ni vergonzoso, pero la vorágine de corrupción en que incurrió la casta divina azul, su ostentación, las ganas de lucrar, el enriquecimiento explicable, mientras el número de pobres crecía, ciertamente con la ayuda de los gobiernos estatales priístas, merma las expectativas de la señora Vázquez Mota.
Andrés Manuel López Obrador fue una simulación de sí mismo. Pretendió venderse como un político arrepentido de su pasado violento; de la alevosía con la que secuestró la vida de los defeños, en 2006, porque no le otorgaron el triunfo en la elección presidencial y no supo cómo aterrizar la derrota, si no fuera bloqueando las principales avenidas de la capital mexicana; de aquella locura en que se impuso la banda presidencial y se proclamó “presidente legítimo”, que hizo dudar de su equilibrio mental; de la anarquía que desató en la Cámara de Diputados, tomando cuantas veces la tribuna, a través de los diputados que le eran leales.
López Obrador se vistió con piel de oveja, pero lobo se quedó. Inauguró la República del Amor, su nuevo proyecto, para hacerle creer al electorado que había cambiado, que había aprendido de sus errores.No lo soportó, sucumbió a la esencia de Los amorosos, tal como los describe el poeta Jaime Sabines en su obra.
A la postre sacó las garras y enseñó los colmillos. Volvió a hablar de la mafia en el poder, de los enemigos de México, del complot cuando se le detectaron recursos ilegales y del pase de charola de 6 millones de dólares, una vez que el audio llegó a los medios de comunicación y quedó exhibido ante el electorado.
A no ser por el movimiento estudiantil #yosoy132, que enarboló un rechazo abierto a Enrique Peña Nieto, y en el que después se montaría López Obrador, las campañas eran por demás aburridas. Tras el suceso de la Universidad Iberoamericana, en que Peña Nieto salió por piernas, vino el despegue.
La descalificación en spots televisivos suplantaron a las propuestas de los candidatos. El electorado olvidó quién realizó la mejor oferta política; olvidó quién es el menos sucio; olvidó quien tiene la mayor ética; quién tiene el mejor equipo de trabajo; quién tiene las mejores intenciones; quién le sirve mejor a México.Al principio bajo la mesa, después a la vista de todos, los candidatos presidenciales, al Senado y a la Cámara de Diputados, se enfrascaron en una guerra sin cuartel, batidos todos en el lodo de las campañas, en un espectáculo que México y los mexicanos no merecen.
Al final, a unos días de la jornada electoral, terminó siendo una pelea de perros.

No hay comentarios: