Jorge Arturo Rodríguez
Tierra de Babel
Bueno, dijo el malo, no contentos con la situación degenerativa por la que atraviesa el mundo y, desde luego, nuestro país, nos embutimos en superficialidades, en ligerezas, en insignificancias que muchas veces, sin darnos cuenta (¡cómo habríamos de darnos cuenta!), incluso las elevamos, las ponemos en un altar. A la vuelta de la esquina nos encontramos gente así y entonces no hay manera de evitar la pregunta: ¿pos qué nos pasa?
Bien dijo Aleksandr Isayevich Solzhenitsin que la precipitación y la superficialidad son las enfermedades crónicas del siglo. Y Quintiliano fue tajante al decir que no es tan dañoso oír lo superficial como dejar de oír lo necesario. Válgame Dios.
Sí, cada día que pasa hay más gente frívola, empeñada en la banalidad; claro, aún hay personas que se alejan y luchan contra esa enfermedad crónica del siglo, pero son los menos. Quizás sea cierto: somos superficiales, reciclables, insustanciales, nada que ver con la insoportable levedad del ser de la que escribe Milan Kundera, o tal vez rebasado ya su planteamiento en esa formidable novela.
Quiérase o no, nos gusta permanecer en el status, la comodidad, el conformismo, la mediocridad, la apariencia; no entendemos el ser porque ser es difícil y, sencillamente, cuesta serlo… Perdonad este desliz de aparente tautología.
Por eso en estos días pareciera que lo importante es no ser, la dejadez, la apatía; el destierro del asombro y, en consecuencia, de la duda y la reflexión, del instante supremo, y que nos da motivo, del nacimiento de un estar y una constante definición de lo que somos, pronto a la superación, siempre en la búsqueda de algo más, algo más que aquí, algo más que hoy, algo más de lo que soy, algo más de lo que me dan, algo más de lo que doy, algo más que este mundo, que este universo, que esta existencia, algo más que tú y yo, algo más para no aburrirnos en la inmediatez, en la facilidad de las cosas, del vivir, algo más… Y quizás ese algo más sean los detalles que deberían de definirnos, que nos hacen creer y crecer, en la mañana despierto, en el acompañamiento, en la soledad, en la vastedad del mundo y, claro, en la magnitud de lo que somos… Porque respiramos, somos, soy, eres, son, en este instante asombroso de nuestro existir, de nuestro pensar, del sentimiento movedizo, de la infinita imaginación, de la perpetua creación…
¿De qué manera luchar contra lo negativo? Hoy la vida no es vida, antes bien es sólo una baratija, una simple cuestión de nacer para acabar pronto en la mañosa trampa de la muerte, una transitoriedad endeble, el paso borrable…
¿Acaso realmente respiramos? Sí, respiramos, y por eso existe la poesía. No se quien dijo que la poesía existe porque la vida no basta. Sí, respiramos, por eso existen la música, la pintura, el arte, existen los filósofos, los creadores, la calle, el árbol, el perro, el viento, la flor, el sol, la luna, existe el mundo para vivir, ciertamente.
¿Por qué no lo entendemos? ¿Por qué nos empeñamos en la superficialidad? ¿No vemos? Existimos… Estamos vivos, testarudos que somos…
Perdonad, otra vez, este desliz de palabrería, pero a veces me encabrono y el enojo no es buen consejero…
El Papa Juan Pablo II dijo: “Me afecta cualquier amenaza contra el hombre, contra la familia y la nación. Amenazas que tienen siempre su origen en nuestra debilidad humana, en la forma superficial de considerar la vida”.
Y el novelista y periodista francés Tristan Bernard sostuvo: “Para mí la vanidad es una dolencia tan superficial, que basta con rascarme un rato para que se me quite”.
Por lo pronto, ahí se ven.
Hasta la próxima
jarl63@yahoo.com.mx
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