miércoles, 18 de septiembre de 2013

El Ermitaño

Erwin S Bárcenas Oliveros
Un Clavo al Ataúd

El anacoreta es una persona diferente al ermitaño. Vive alejado de todo eso que la sociedad ha dado por nombrar civilización, no niega su origen, ni busca contravenir a las formas y reglas que tanto sociedad como civilización han establecido. El anacoreta busca el crecimiento de sus reflexiones, respuestas en sus meditaciones y sabiduría en apreciar la vida y sus consecuencias desde un punto más lejano, contemplando la gran imagen, pero siempre a disposición de quien lo visita, consulta u ofrece ayuda, apoyo, conocimiento, opinión... es como el viejo sabio del bosque.
El ermitaño es alguien que casi siempre, sólo decide poner distancia de otras personas; también busca negar su parentela y relación con el mundo y sus requisitos. Pide con distancia de por medio su soledad, a veces sí o a veces no. Niega todo lo que de fuera viene. Aleja a los curiosos, a la familia; añora la soledad de sus propias versiones de lo que es la vida... es el viejo loco de la montaña.
En los días recientes, el gobernador Javier Duarte, bajo la instrucción presidencial de que nadie está por encima de SU verdad, ha decidido reforzar su soledad en la lejana montaña que el poder, la investidura y los consejos de sus animalitos cercanos en esos lares, le han hecho creer que él vive y reina.
Alejado está de los reclamos, de las deudas, de las verdades, de las necesidades y los problemas reales; tan alejado que no las puede ver aun cuando éstas le golpean cual olas del malecón en su ahora tupida y bien delineada barba. Cierra los ojos, ordena que con harto papel periódico le tapen los oídos; ruega que le pongan en cada estación el Himno a Veracruz y que lo lleven frente al retrato de su persona que tan elegantemente acomodó en una de sus oficinas, para que frente a frente, su Yo inmortalizado le susurre que no se preocupe, que todo estará bien, que lea las revistas y diarios que circulan a nivel estatal, donde le aclaman como el estadista que todos deseáramos que fuera, pero que hasta hoy, sólo ha figurado en las playeras, notas y mensajes que sus emisarios en los medios, comunicación social y ahora acarreados de planta que lo han acompañado y del cual obtienen jugosas recompensas por perderlo más, en esa tenebrosa montaña.
Javier Duarte es un ermitaño… ahora usa barba, se encierra en el palacio frío; corre y aleja al pueblo que en algún momento quiso creer que le pertenecía; lo niega, lo olvida, incluso alguien ha dicho que el mandatario ha llegado a odiar a todos esos que no le dan el respeto que por derecho ganado en las urnas, le deben. El gobernador reclama apoyo, pide loas, necesita adoración y en estos tiempos, eso para un mandatario político, para un funcionario público, ya no está permitido.
Por tanto, el ermitaño creciendo en su interior levanta cercos, pone letreros anunciando que si no estás con él, entonces no puedes entrar; manda a las fuerzas del orden, ésas que están (según el libreto) para proteger y salvaguardar el bienestar de la población, pero que en la práctica, por el sueldo y las prestaciones, cuidan al jefe, lo procuran; otros más arriba, con oficinas y teléfonos bien bonitos, hacen llamadas, buscan contactos, abren el tesoro del erario público, ése que nosotros juntamos, que pensamos que es para nuestro servicio y para nuestros beneficios como estado, pero lo utilizan para pagar diferentes caprichos, diferentes trucos, incluso sirve para comprar nuevos gobernados, unos que vayan uniformados, se contenten con un lonche y al final del día, le aplaudan.
Todo esto, todo lo anterior, tanta riqueza desperdiciada en el intento de seguir trabajando ahí, con el único fin, de que un ermitaño, ante la televisión, parezca un anacoreta.

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