viernes, 26 de septiembre de 2014

La esposa y la amante de González Levet


Cecilia Muñoz

Llego rozando el tiempo. La cita es las 13:30 horas y faltan pocos minutos para que el reloj llegue al punto esperado. Estoy en el auditorio Fernando Finck Baturoni del Colegio de Notarios, el cual se encuentra rebosante de asistentes, todos expectantes. Es Sergio González Levet, columnista de alta cepa, el que nos reúne. Es Pueblo Viejo, su sexto libro —aunque el primero de naturaleza literario—, el que nos convoca.
Finalmente, Sergio entra al auditorio. Todos, a la vez, nos acomodamos mejor y algunos vuelven la voz un susurro. Esperamos el inicio de la presentación, ansiosos por intuir a Pueblo Viejo antes de conocerlo. Pero Armando Ortiz, el ameno moderador, desaira tal intención de inmediato, aunque esto no resulta decepcionante. El sustituto del anhelado discurso de apertura resulta ser un video de presentación que se muestra atrás del autor y los presentadores del libro, un par de cabezas arriba. Escuchamos fragmentos, algunos ríen, y admiramos las ilustraciones que acompañan el libro. Más tarde nos enteraríamos que la responsable de éstas es la propia hija de Sergio, Mariana.
Armando Ortiz abre el diálogo celebrando un año de la labor editorial de la Universidad Popular Autónoma de Veracruz (UPAV) y recordando que Pueblo Viejo de hecho inaugura una nueva colección de esta casa de estudios, Tierra Fértil Narrativa. Después, tras una emotiva remembranza, le cede la palabra a la doctora Guadalupe Flores Grajales, académica de la Facultad de Letras de la Universidad Veracruzana y actual directora de ésta.
Flores Grajales lee “Palabras mágicas de un Pueblo Viejo”, texto en el cual rescata la frescura rural de la que Pueblo Viejo hace gala. Presume, asimismo, que el libro en cuestión aboga por una narrativa ágil y fluida, proponiendo como protagonista a la misma comunidad, de tal suerte que la lectura se vuelve íntima y capaz de llamar a la identificación del lector.
Posteriormente, Armando Ortiz toma momentáneamente la palabra. Aprovecha para saludar a varios distinguidos presentes: la diputada Octavia Ortega Arteaga, quien preside la Comisión de Educación y Cultura; así como destacados periodistas y amigos del autor: Arturo Reyes Isidoro, Manuel Rosete, Quirino Moreno, Pepe Valencia, Cecilio García y Raymundo Jiménez; incluso saluda al alcalde de San Andrés Tuxtla, Manuel Rosendo Pelayo.
Hace, sin embargo, una curiosa distinción a modo de broma, entre el oficio periodístico y el del escritor, como si recordara aquella mortal sentencia de Rosario Castellanos: “Y un periodista, se me olvidaba, no es un escritor en potencia, sino alguien que ha renunciado a ser escritor, que ha perdido el respeto al lenguaje, que no lo trata como objeto sagrado”. Pero la ferocidad de Castellanos no puede aplicarse a González Levet, un hombre que sabe manejar las letras con fluidez y armonía, más allá de los géneros; un hombre que reveló que "para mí el periodismo y la literatura son como mi esposa y mi amante, pero nunca he sabido cuál es cuál"; un hombre que incluso tuvo a bien traslucir honestidad al asegurar haber escrito Pueblo Viejo entre carcajadas.
Y como para dar cuenta de lo anterior, Efrén Ortiz, profesor de la Facultad de Letras e investigador el Instituto de Investigaciones Lingüístico Literarias de la UV, inicia su presentación con la siguiente frase: “He leído, te lo confieso, fragmentos de tu libro a mis amigos y se han muerto de risa". Porque Pueblo Viejo, más allá del análisis semiótico que el profesor realizó, o de las agudas observaciones de Guadalupe Flores Grajales, es un libro para reír, como lo demostró el mismo autor al leer fragmentos del mismo. Mientras lo hacía, el público escuchaba atento y rompía en una sonora carcajada al final de cada retazo. En Pueblo Viejo, un pueblo que podría ser cualquiera —en solo una ocasión se menciona “Misantla” como ubicación geográfica—, en pos de la universalidad, no se salva nadie. Desde la madre que ingenua manda a su hijo a comprar huevos, sin fijarse en el posible albur en el que su vástago puede incurrir, hasta el funcionario municipal. El chisme es el alimento de sus páginas que presumen aroma a cotidianidad. Empero, no hay juicio que valga cuando se trata de literatura, excepto el propio. Así que si anhela volver o visitar las calles del pueblo, escuchar a su gente y reír, reír mucho, o simplemente tiene curiosidad, la UPAV y Sergio González Levet le ofrecen Pueblo Viejo. Creo no equivocarme si aseguro que no se arrepentirá.

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