martes, 25 de marzo de 2008

A cada quien su fraude…

Pedro Manterola Sainz
Hoja de Ruta

Hace no mucho tiempo se organizaron en México unas elecciones importantes. Se definía en ellas la suerte de muchos mexicanos y se decidían proyectos personales y colectivos de la política nacional. Se asomaba la posibilidad de construir diálogo, futuro, país. En ellas participaban, como toda elección que se respete, el preferido del que manda, el delfín, el escogido, el hijo predilecto, el más amado. También se apuntó el rebelde, el rectificador de odios y desviaciones, el divino encarnado en próximo redentor. Hubo otros aspirantes, algunos grises, otros translúcidos, incluso uno invisible que pasó como alma en pena a la que nunca nadie pudo o quiso ver.
Los términos de la elección, de su preparación, desarrollo, realización, cómputo y calificación, fueron eternamente discutidos y presurosamente acordados. Se designó a la instancia calificadora, que no era la mejor ni la más capacitada, pero si la que estaba más a la mano. Se precisaron reglas para las campañas, reglas que sonaban muy bien pero se entendían muy mal, porque las campañas y la elección fueron en súper libre y casi sin réferí. Una vez finalizada (que no aclarada) la confusión previa, se definieron los términos de la confusión posterior y arrancaron los veloces aspirantes, ciertos de que el que no corre, vuela y aunque vuele se tropieza.
Parejita la carrera, eso sí. La ventaja inicial de uno se acortó en unas cuantas semanas. El mandamás veía aterrorizado, petrificado, apende… perdón, apesumbrado, como su favorito corría el riesgo de perder. “No puede ser”, casi pensó. Hizo y dispuso de todo a su alcance, y lejos de su alcance, para que su delfín ganara. Incluso al borde, alrededor y al margen de la ley y de las reglas acordadas. Utilizó su fuerza, sus aliados, sus cómplices, sus medios y los de otros, sus recursos y los nuestros para apoyar y empujar al mismo tiempo a su “cachorro”. Tanto lo apoyó que casi lo aplasta y tanto lo empujó que por poco lo tira. Hizo lo que quiso, aunque nunca supo lo que hizo ni lo que quiso.
El otro, el “outsider”, veía complots cuando la ley lo amenazaba y exigía el cumplimiento de la ley cuando le convenía, imaginaba excesos ajenos y cometió excesivos errores propios, señalaba emboscadas entre sombras y creía en perplejas encuestas que nadie levantó. “Trampas”, gritaba, “Me quieren hacer trampas”, repetía, sin recordar que desde tiempos inmemoriales, por la poca memoria, se premia el resultado sin que nadie se detenga nunca demasiado en las formas de obtenerlo. “¿Cuál fair play? Si el árbitro está vendido”, podría haber pensado. Pero no pensó.
Angustiante final. Más confusión, menos cifras y más dedos cruzados, muchas caras largas, puras sonrisas forzadas, piernas apretadas, triunfalismo, tortuguismo, malabarismo, puro espejismo… Un drama.
Empezaron los lamentos, llovían los adjetivos, y todos se insultaban frente al espejo: “Chiquero, trampa, lodazal, anulación, simulación, fraude…” Gritaban “Cochinero” sin percatarse bien a bien de que en un cochinero habitan eso, cochinos, puerquitos, marranos, lechones y berracos que en ese lugar conviven, se ensucian, engordan y son dispuestos para el sacrificio, para ser devorados en carnitas, en longaniza, en vísceras, tacos o bisteces después de ser hervidos vivos, destazados y cocinados. Buena metáfora.
Que se anule, que se repita, que sí se vale, que tu no sabes contar, y tu no sabes perder, que cállate chachalaca, que tu no hables, que no te escucho, que si el peligro para (su) México, que tú que sabes, y tú quien eres, que voto por voto, que “haiga sido como haiga sido”, y a que horas vas al PAN, y que cuando sale el Sol, y que si el Tribunal, y que dónde está Elba, y Roberto porque tan callado, y súmete que te quedó jabón, y, y… y se acabaron los pretextos, porque ideas nunca tuvieron. Parecía Cumbre Iberoamericana con todo y Correa, Uribe y Hugo (Chávez.)
¿De qué hablamos? ¿De cuál elección? O, mejor dicho: ¿de cuál fraude? Ese en el que se dieron prácticas despreciables, las que usa siempre, por supuesto, el enemigo: campañas negativas, alteración del padrón, parcialidad, dirigencia sometida, árbitro aplaudido, descalificado, chantajeado y amenazado, casillas “zapato”, compra de votos, “carrusel”...
¿Chihuahua 1986? ¿México del 40 al 88? ¿Tabasco 94? ¿México 2006? ¿EL PRD en cada elección? Todos y cualquiera. Con esa cultura política da lo mismo quien compite y quien gana, porque perdemos todos.
La democracia no es un elixir que haya que beber una vez y cuyos efectos sean eternos, hereditarios. Un demócrata sabe que no siempre tiene la razón. Un demócrata sabe perder y se prepara para ganar con méritos propios, sin ventajas indebidas. La democracia tiene sentido si se despliega, si se vuelve una costumbre, una forma de ser y vivir que se defiende y existe mientras se habla menos de ella y se utilizan y respetan más sus reglas y procedimientos. Diálogo, equidad, confianza, legitimidad, debate, sufragio, imparcialidad, razón, igualdad, son palabras cuyo significado implica su uso, su práctica, su ejecución. Para que existan no basta enunciarlas, deben ser hábito, recurso, rutina, costumbre. Si no es así, si la democracia se ofrece pero no se usa, lo mismo en la familia y entre amigos, que en la empresa y desde la Presidencia, con diputados y senadores, en los partidos, sociedades, sindicatos y organizaciones, si solo hablamos y pontificamos sobre sus beneficios pero somos incapaces de aplicar sus métodos, la democracia no tiene sentido y nosotros seremos cualquier cosa, siempre demagogos, pero nunca demócratas.
Estos ya no saben si son de izquierda, de derecha o ambidiestros. Sabemos lo que no son: demócratas. Y sabemos lo que parecen: cínicos. Ayer Fox, hoy Andrés Manuel. Ayer Andrés Manuel, hoy Jesús Ortega. Ayer Calderón, hoy Encinas. Parecen tan distintos. Pero todos festejan sus triunfos como ejemplos de democracia y lloran sus derrotas con las mismas lágrimas de impotencia. Todos son unos hijos de la cultura del priismo del siglo XX A.D. (Antes de la Democracia, claro). Parecen tan distanciados entre sí y están tan cerca uno de otro. Y tan alejados de México, tan atrapados en sus ambiciones. Las suyas no son heridas ni cicatrices heroicas. Son muecas. No enfrentan adversarios en campaña. Emboscan a la sombra de si mismos. Agonizan de muerte natural, porque con esos hábitos es natural que vivan en peligro de extinción. Aunque más bien es suicidio. Y no es tragedia. Es tragicomedia. Un sainete en dos actos.
Haiga sido como haiga sido + voto por voto ÷ fraude por fraude y todos son =. Tantas palabras y tan pocos hombres. Hablan de “ellos” y “ustedes” sin percatarse del “nosotros”. Se creen tan indispensables y son tan poca cosa.
Cada fraude desnuda a sus ejecutores. Ayer, 1988, el priismo tardío avasalla y ultraja a Cárdenas y provoca el parto prematuro pero natural del PRD. Después, 2000, Fox llega de ninguna parte a cosechar semillas robadas. Pronto, en el 2006, el mismo Vicente tira la máscara y se evapora con todo y su falsa aureola del primer Presidente demócrata. Hoy, el Peje, el PRD todo, ataviado de suciedad e incongruencia, borra su pasado de víctima para ser verdugo de sí mismo.
Antes otros a ellos y después ellos a otros y a sí mismos, todos han pisoteado la esperanza, su propia esperanza. Y en el 88, como en el 2000, el 2006 y el 2008, la voluntad burlada es siempre la de todos.
Y ahora, ¿quién va a creerles cuando griten “¡Fraude!”? ¿Y como sabremos que nunca un tribunal les otorgará los triunfos que les nieguen los votos? De cualquier color, aquí los defensores del sufragio efectivo arruinan el voto de los ciudadanos, los puros y los moralistas escupen sus propias urnas, los guardianes de la Constitución desfloran sus propias leyes y los demócratas huyen de sus propias voces para esquivar el diálogo y el debate. Se estafan a si mismos pero exigen que se les tome en serio. Nomás faltaba.
A cada quien su fraude. Y con su PAN, su PRI y su PRD que se lo coman. Y habrá que tenerles cuidado, no respeto.

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