martes, 18 de marzo de 2008

Greenville

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Cosas Pequeñas

Cuesta mucho trabajo entender el nivel de desconocimiento y desinformación que tienen sobre México los estadounidenses promedio. A pesar de que compartimos la frontera internacional más grande del mundo, que representa más de 300 millones de cruces de personas por año, con todo y los enormes vínculos que nos han unido y enfrentado de manera inevitable a lo largo de 3 siglos de historia compartida, a pesar de las impresionantes cifras de nuestra asociación económica, como clientes y proveedores mutuos, a pesar de que hay unos 30 millones de mexicanos de primera o segunda generación viviendo en Estados Unidos, los vecinos saben muy poco de nosotros y tampoco se esfuerzan demasiado para saber más.
Speedy González y el campirano enfundado en sarape veteado y sombrero de ala ancha, durmiendo a la sombra de un cactus, son estereotipos que –si acaso— han evolucionado hacia la figura del mexicano agresivo, negado para cumplir las leyes, ineficiente, corrupto y holgazán que los grandes aparatos de propaganda han sembrado con eficiencia y que nosotros contribuimos a consolidar entre millones de norteamericanos que a veces tienen dificultades para ubicarnos en el mapa.
Aunque en menor medida, los mexicanos tampoco nos quedamos muy atrás en lo que significa desconocer a nuestros vecinos, a los que erróneamente suponemos como una sociedad homogénea y unitaria que piensa igual, que canta al unísono con la misma tonada: si en el mundo existe una nación compleja, maleable, volátil y llena de contradicciones, son precisamente los Estados Unidos de América. Es cierto que los valores esenciales en los que se funda su proyecto nacional parecen claros e inamovibles, pero en muchas ocasiones hemos sido testigos (y víctimas, en no pocas ocasiones) cuando se atraviesan los grandes –y también complejos— intereses capaces de imponerse por encima del discurso democrático y humanitario que pregonan.
Las diferencias entre ambas culturas y ambos modelos de organización social son grandes y el poco conocimiento mutuo hace aún más difíciles nuestras relaciones de vecinos. Por ello, me parece ingeniosa y útil la Iniciativa Latina para Líderes Políticos y Cívicos propuesta por el Centro para el Entendimiento Internacional de Carolina del Norte. Hoy, ese estado de la Unión Americana es uno de los que mayores flujos de inmigración latina –y particularmente mexicana— está recibiendo y por ello, buscan prepararse para obtener de sus nuevos habitantes el mayor provecho posible y la mayor integración a sus comunidades.
Dirigentes del sector privado, activistas políticos, académicos y funcionarios públicos son invitados cada año a participar de una jornada que incluye sesiones previas allá, en North Carolina; luego, los invitados tienen 7 días de visita en México, durante los cuáles asisten a conferencias y entrevistas en las que buscan explicarse a detalle por qué la gente emigra hacia su país y en qué condiciones lo hace; al regresar a sus comunidades de origen, celebran jornadas llamadas “planeando para el cambio” en las que discuten lo que aprendieron y hacen programas de trabajo orientados a la mejora de la condición de los migrantes y, por supuesto, a un mejor aprovechamiento de sus potenciales; cada participante se compromete a hacer algo en lo personal y compartir sus conocimientos y compromisos con la gente de su entorno.
Estos programas se evalúan a partir de los seis meses de creados y, por lo visto, han impactado positivamente a favor de los migrantes mexicanos, en materias como la salud, la educación, el acceso a los servicios públicos y la creación de “centros latinos”. Este año la visita fue a Veracruz, teniendo por sede Coatepec, aunque fueron también a Coscomatepec y a otras comunidades de “expulsión migratoria”. Yo tuve la oportunidad de que me invitaran a charlar con ellos –alrededor de 30 personas de muy distintas ocupaciones y perfiles— sobre la seguridad pública en México y particularmente en nuestro Estado. Después, como parte del ejercicio, cada miembro de la delegación pasó medio día en compañía de una familia veracruzana anfitriona, con el fin de conocer desde otra perspectiva algunos aspectos de nuestra vida cotidiana.
A nosotros nos asignaron a la doctora Patricia Dunn; ella es presidenta municipal –“mayor”— de Greenville, una comunidad de aproximadamente 60 mil habitantes que pertenece a su vez al condado de Pitt. Además de ser maestra de su especialidad (educación para la salud), Patt –como la llaman— es funcionaria de la Universidad de Carolina del Norte y maneja directamente un presupuesto municipal de poco más de 60 millones de dólares anuales que utiliza para ampliar y dar mantenimiento a una enorme red de servicios públicos (aquéllos que no atienden el condado o el gobierno estatal), pagar a 160 policías, además de bomberos y paramédicos, promover una enorme agenda cultural y financiar los mecanismos de protección social que mantienen elevadísimos los niveles de vida de sus electores.
Patt tuvo la paciencia de responder a una entrevista en video que mi hijo adolescente y sus compañeros improvisaron para cumplir con una tarea escolar y nos compartió su visión respecto del estado actual de la Unión Americana y su proceso electoral en ciernes. En tiempo récord pero con intensidad y atención, la alcaldesa visitó las instalaciones de la Universidad Veracruzana, incluyendo su biblioteca central, sus jardines y lagos, así como la Iglesia de Guadalupe en “El Dique”, la Plaza de Xallitic, el Callejón del Diamante (donde hizo algunas compras de artesanías), Palacio de Gobierno, Catedral, Palacio Municipal, El Ágora, la pinacoteca del Estado, la biblioteca Carlos Fuentes e incluso la cafetería de su azotea, en el 6º piso, además del maravilloso Museo Casa Xalapa, que conocí gracias a ella y que me admiró.
Pero lo más importante es que Patt conoció a una sociedad que no pierde su optimismo a pesar del tamaño de los problemas, que la recibió con hospitalidad y respeto igual que al resto de sus compatriotas, una sociedad que aún confía en un entendimiento entre dos naciones que de muchas formas se necesitan y se complementan y que podrían servirse más, recíprocamente, con mayor honestidad y apertura.
Al menos en Greenville, Carolina del Norte, hay una aliada de las buenas relaciones bilaterales entre México y los Estados Unidos; en aquélla población se reconocerá la gran aportación de los migrantes mexicanos al progreso de Estados Unidos y, por supuesto, se respetará a nuestros compatriotas. Ojalá que esto se multiplique, en beneficio de todos, allá y acá.
antonionemi@gmail.com

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