lunes, 30 de junio de 2008

La otra censura

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Coasas Pequeñas

En una novela llamada “El Gran Laberinto”, Fernando Savater se duele: “Que todos los jóvenes europeos comprometidos políticamente conozcan a Che Guevara pero pocos o casi ninguno hayan oído hablar de [Jan] Patocka es un síntoma indudable de las deficiencias de la educación democrática en nuestros países”. A mí, me queda sólo un poco de joven en el espíritu, nunca he sido lo suficientemente arrogante para considerarme “comprometido” ni soy europeo, sin embargo yo tampoco sabía sobre ese profesor, “discípulo de Husserl y portavoz de la Carta 77 contra la dictadura comunista” checoeslovaca… que “murió a manos de la policía política… tras varios interrogatorios torturantes y agotadores” y que muchos consideran como un héroe de la democracia contemporánea.
El tema no me interesa en demasía y vivo con otras prioridades noticiosas, pero tardé dos meses en enterarme –por accidente— que Hugo Sánchez fue destituido como director de la Selección Nacional. Y, al igual que éstas, son decenas de miles de informaciones las que pasan frente a uno sin posibilidad de enterarse de ellas, menos de pensarlas.
El volumen de datos sobre sí misma que genera y transmite la humanidad es tan grande que nadie podría saberlo todo sobre todo, ni siquiera sobre las “noticias frescas” de cada día. La cantidad de información inquieta, puesto que los datos se acumulan en forma imparable, se transmiten como avalanchas permanentes en diarios, libros, televisión, radio y por supuesto en internet.
La misma dinámica obliga a la audiencia a ser selectiva, no sólo de aquello sobre lo que desea enterarse, sino de los emisores de la información por los que optará. El resultado es que, inevitablemente, la realidad se va conociendo a trozos, a veces demasiado pequeños, a veces tan superficiales y sutiles que acabamos sabiendo casi nada y alejándonos de una conveniente visión de conjunto. Esto da pie a la existencia de gurús informativos a los que la escasez de tiempo y el acelerado estilo de vida acaban convirtiendo en nuestros nuevos profetas, poseedores de la verdad absoluta que buena parte del público aceptará sin reproche. El maremágnum ayuda, también, a ocultar lo que no desea publicitarse, hay mucho con qué distraer para ocultar lo importante [“Chupacabras” dixit].
El de la calidad tampoco es un asunto desdeñable: como auditorio, los ciudadanos del mundo generalmente disponemos de poca opción para verificar la autenticidad, la certidumbre ni la intencionalidad de las noticias y los análisis con que nos alimentan y más de una vez debemos “dar por bueno y cierto” aquello que realmente no lo es, simplemente porque lo dijeron en tal noticiero o se publicó en tal periódico; recientemente han llegado a mi cuenta de correo electrónico “mensajes informativos de último minuto” sobre el secuestro de un conductor de televisión, sobre la muerte de una actriz e incluso, sobre un fallido intento de secuestro del Presidente de la República, todo lo que por supuesto, es falso pero seguramente más de uno dio por bueno y válido.
El otro gran tema es la caducidad de las noticias, que se hacen viejas en instantes, que son rápidamente sustituidas por otras “más novedosas”. Algunos “futurólogos” consideran ya inevitable el desplazamiento del mercado informativo de los periódicos impresos, que publican noticias “viejas”, con 24 horas de retraso por lo menos, cuando hoy tenemos a nuestro alcance información sobre casi cualquier acontecimiento en apenas unos minutos después de que los hechos se produjeron, gracias a las conexiones electrónicas y a que las decenas de miles de diarios digitales que pueblan internet y no paran de actualizarse. El mejor ejemplo de este fenómeno, sin duda, lo constituyó la transmisión “en tiempo real” de la guerra en Irak, incluso con imágenes enviadas por los aviones de guerra, en el momento mismo de la acción. ¿Para qué transmitir las imágenes del bombardeo de ayer, si están disponibles las de los muertos de hoy?
El resultado de este coctelito es magnífico para los villanos de la película: ni siquiera los más malosos han de serlo todo el tiempo, porque las nuevas y más atractivas noticias sobre otros pérfidos se encargarán de que los truhanes de hoy sean olvidados mañana. Un ejemplo: ¿recuerda usted a Josep Fritzl? En abril fue detenido por mantener secuestrada 24 años a su hija, a la que embarazó seis veces. A finales de junio, noticiosamente este es un caso viejo, aunque no tanto como el de Natascha Kampusch, que tuvieron encerrada en un sótano durante ocho años, muy cerca de Viena, y que fue liberada hace un par de años. Es una paradoja que la era de la información produzca una suerte de impunidad informativa.
Otro gran asunto es la pérdida de la capacidad de asombro: que mueran 80 mil en el terremoto de China, o 296 mil a causa del tsunami de 2004, que durante un fin de semana fallezcan violentamente más de 60 mexicanos en hechos vinculados al narcotráfico, que más de 500 policías y militares sean asesinados por la delincuencia organizada, se vuelve normal, cotidiano. La disponibilidad informativa legitima esta “normalidad” de la violencia y el sufrimiento; aún sin quererlo los mismos emisores de noticias se convierten en actores de éstas y al público sólo le queda esperar la siguiente estadística de muertos, que seguro no tarda. No es extraño que algunos denuncien estrategias intimidatorias de las grandes mafias basadas en los medios de comunicación y propongan acotar, reducir y hasta omitir las noticias sobre estos hechos violentos, que realmente les funcionan a los delincuentes como una estupenda propaganda, gratuita además.
A propósito de este combate público por la atención que vive la humanidad en la era de la información, un ensayo estupendo y lúcido de Daniel Innerarity dice: “En una sociedad articulada en torno a los medios de comunicación, la distinción fundamental está entre la atención y la ignorancia; todo se decide en la capacidad de percibir y ser percibido. No hay nada peor que pasar inadvertido, que ser invisible. La propia existencia parece incierta mientras no sea confirmada por la mirada de otros. Pero atraer esa mirada ya no es tan fácil, porque hay mucha competencia y ya no está garantizado llamar la atención con la mera transgresión o desviándose de lo establecido… Cada vez son más los que combaten por ese bien escaso que es la atención pública: desde los políticos hasta los que protestan y únicamente quieren que se sepa que existen. Me ven luego existo, es el principio que explica muchas operaciones en el combate público por la atención”.
Queda el problema severo de la dependencia tecnológica y la paulatina nueva dependencia a través de internet, pero lo peor de todo es la otra censura, la de la gente hastiada, cansada de tanto y de tantos, que prefiere gozar de su legítimo pero doloroso “derecho a no saber” y que decide convertir en nada, -en ignorancia— lo que debiera ser agravio perseguido; en otras palabras: diga lo que quiera, denuncie lo que quiera, el alud de información se encargará de que pase desapercibido, de que no ocurra nada, así sea infame, loco, perverso, injusto, inmoral o inútil lo que quiso usted denunciar.

antonionemi@gmail.com

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