Lydia Cacho
La juventud mexicana de entre 15 y 19 años le teme a la vida. El 45.2% de las mujeres y el 35.7% de los varones consideran a esa edad que su vida es un fracaso. El 62% de las adolescentes dejan de comer por tristeza; el 61.5% de mujeres está deprimida, contra el 47.2% de hombres. El 42.6% de niñas cree que no vale la pena vivir, y el 28.7% de niños no le encuentran sentido a su existencia. Las cifras son abrumadoras, y por su usted cree que todo está bien en casa, vuelva a preguntárselo. Entre el 84.9 y el 62% de estudiantes viven con miedo y temor a casi todo, incluyendo a las personas adultas y sus opiniones. Más de la mitad de jóvenes no pueden comunicarse con su madre y padre, y casi la mitad aseguran que son incapaces de mostrar sus afectos en casa. Casi el 40% nunca les cree a sus padres.
Estos datos los revela con precisión la Primera Encuesta Nacional de Exclusión Intolerancia y Violencia elaborada por la SEP y presentada por el subsecretario de educación media superior, el Dr. Miguel Székely. La encuesta no solamente nos muestra qué piensan y sienten las y los estudiantes de escuelas públicas de todo el país (que bien podría extrapolarse a las escuelas privadas), también nos rebela cómo su propia intolerancia, racismo, violencia y exclusión, les lleva a perder el sentido de la vida y la alegría. La intolerancia entre jóvenes es abrumadora. El 54% no acepta que haya estudiantes con VIH Sida en su escuela; el 52.8% del estudiantado se declara homofóbico, la mitad desprecian a adolescentes con discapacidades. El 47.7% rechaza a las personas indígenas en su entorno y casi el 40% no está dispuesto a convivir con personas de ideas políticas diferentes. ¿Sorpresa? Baste recordar cómo se dividió el país y las familias con la crisis postelectoral del 2006.
Pensaríamos que entre los 15 y los 19 años nadie nos rechazaría por nuestra religión, pero en realidad el 35.1% de estudiantes aseguran no querer convivir con personas de fe diferente a la suya. El 30% rechaza a personas extranjeras y desprecia a jóvenes de baja condición socioeconómica. Casi el 40% no quiere tener compañeras de otro color de piel diferente al suyo. El círculo vicioso se fortalece sin que ellas y ellos se percaten de que son quienes nutren la fórmula para la infelicidad. Casi la mitad de estudiantes ejercen violencia verbal y se dedican a hablar mal de las y los demás. La mayoría admite que se siente mal cuando es blanco de violencia, pero no asume su responsabilidad al ejercerla.
Parece que el discurso político contra la corrupción, la violencia de género, los asesinatos por homofobia, las políticas públicas sobre VIH Sida y el racismo, no da resultados. Las nuevas generaciones están más deprimidas y son más intolerantes, dos ingredientes que exacerban la violencia social y familiar. La construcción de la paz precisa de dos factores esenciales: el deseo de la felicidad propia y ajena, y el respeto a las diferencias. El reto está en aprender desde la infancia que dañar a las y los otros siempre acaba por destruirnos; insitucionzalizar la educación para la paz.
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