lunes, 1 de septiembre de 2008

Abortando


Juan Antonio Nemi Dib
Historia de Cosas Pequeñas

Las iglesias y, particularmente la católica, no exageran cuando definen al aborto voluntario en cualquier etapa de la gestación como interrupción de un proceso de vida. La discusión respecto del momento en que un óvulo humano fecundado se convierte en “viable” resulta muy ambigua desde el punto de vista ético puesto que equivale a preguntarse hasta cuándo es válido eliminar a un ser vivo, dependiendo del grado de madurez física que tenga (algo así como “si aún es muy pequeñito, podemos prescindir de él”).
Contrariamente a esta tesis, a principios de 2007 y con motivo de la modificación –en la Asamblea de Representantes— al código penal del Distrito Federal para permitir el aborto inducido, se conoció un informe del Colegio de Bioética que afirmaba: “el embrión de 12 semanas no es un individuo biológico, ni mucho menos una persona: carece de vida independiente, ya que es totalmente inviable fuera del útero. El desarrollo del cerebro está apenas en sus etapas iniciales y no se han establecido las conexiones nerviosas que caracterizan al ser humano. El embrión, por tanto, no experimenta dolor ni ninguna otra percepción sensorial”.
A este respecto, la Doctrina Católica postula que “…[el aborto] es un delito abominable y constituye siempre un desorden moral particularmente grave”.
Hay quienes piensan, en el otro extremo, que el derecho de la mujer a decidir libremente sobre su maternidad es intrínsecamente superior al derecho a vivir que pudiera tener un hijo suyo al que, por razones obvias, es imposible preguntarle su opinión.
A dicha opción de las mujeres, la Iglesia responde: “…lejos de ser un derecho, es más bien un triste fenómeno que contribuye gravemente a la difusión de una mentalidad contra la vida, amenazando peligrosamente la convivencia social justa y democrática”.
En esta misma línea de defensa del aborto, apoyándose en las nuevas tendencias de la psicología conductista, algunos aseguran que el nacimiento de hijos no deseados es la causa esencial de muchos problemas para la sociedad y para los propios bebés, que seguramente crecerán sin el afecto indispensable para un buen desarrollo de la persona, probablemente en condiciones materiales precarias y, quizá, con una percepción de rechazo que complicará su adaptación al medio social (de aquí siguen con una fórmula casi aritmética: desadaptado es igual a presunto delincuente).
Desde el punto de vista estrictamente biológico, no hay duda de que el aborto inducido es la negación del principio de reproducción que –se supone— constituye la función primaria, si no la única, de todo ser vivo. Sin embargo, cualquier demógrafo responderá que faltarían algunas décadas, quizá muchas, para que los abortos inducidos, por sí mismos, pongan en peligro la viabilidad de la especie humana y que es de mayor preocupación la tasa negativa de crecimiento poblacional que empieza a hacerse endémica en varios países.
Pero detrás de las posiciones ideológicas y de los ácidos debates que se producen en torno al aborto, hay algunos hechos inobjetables:
1.- La Suprema Corte de Justicia de la Nación declaró por mayoría de votos que la despenalización del aborto en la Capital de la República fue constitucional y apegada a derecho, por lo que esta medida adquiere carta de naturalización (al menos legalmente) y no es remoto que pudiera replicarse en otros sitios del País.
2.- Durante el primer año, la vigencia de la ley no produjo una avalancha de “abortos legales” en la Ciudad de México.
3.- Independientemente de que la ley lo permita o no, se estima que cada año se producen en nuestro país alrededor de 535 mil abortos inducidos, considerando que la proporción corresponde a 21 por cada 100 nacimientos y asumiendo que en 1977, el 19% de las mujeres en edad fértil lo había experimentado alguna vez por lo menos.
4.- Buena parte de dichos abortos se realizan en condiciones deplorables de higiene y técnica quirúrgica, que a veces terminan con daños graves a la salud de las madres e incluso las matan. Se estima que entre 2 mil y tres mil mujeres mexicanas mueren cada año a causa de “hemorragias” e “infecciones” vaginales que, en realidad, son consecuencia de legrados mal hechos.
Quizá para algunos el tema legal esté resuelto pero evidentemente no es el caso en la perspectiva ética. A fin de cuentas, en ningún caso aplica mejor la expresión “contra natura” que en éste: la interrupción inducida del embarazo.
En una de las aristas más filosas de este problema y ante la evidencia de que la actividad sexual precoz alcanza niveles sin precedente en nuestro país, dado que se tienen registros ciertos de que, por ejemplo, en algunas regiones las niñas sostienen relaciones sexuales incluso a los once años de edad, la liberalización de las prácticas abortivas puede agravar los problemas de salud pública, más que resolverlos y encontrar salidas “fáciles” a un problema que para los ideólogos liberales se resume en el “derecho a decidir” que corresponde a la posible madre prematura, cuando en realidad es evidente la falta de madurez y la carencia de elementos informativos ciertos para el ejercicio de una sexualidad plena y responsable.
Yo no espero que una adolescente impulsada por un medio agresivo y entrenada en la cultura del placer total, aquí y ahora (vertiente clarísima de la sociedad de consumo que nos avasalla), se encuentre en las mejores condiciones físicas y emocionales para ser madre, pero mucho menos para decidir si aborta o no a su bebé no deseado. Queda el camino de educar, de formar realmente, de entender que no todo en la vida es placer sin costo ni consecuencia, que no todo se resuelve abortando.

antonionemi@gmail.com

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