miércoles, 24 de septiembre de 2008

El juego que (no) todos jugamos (I)

Pedro Manterola Sainz
Hoja de Ruta

Juegos Sexenales
Antes de ser viables, imposibles o evidentes, los proyectos, las ideas y las aspiraciones se conciben, se incuban, germinan, se obstaculizan, se postergan, mueren o renacen, circunstancias que pueden darse incluso al mismo tiempo. Puede suceder que una aspiración al principio sea caprichosa, se haga factible, se vuelva deseable, después extravagante y termine siendo indefendible. Ha sucedido en Veracruz y en el País recientemente, y en este municipio cualquier día. También existe la posibilidad de que un proyecto sea irrealizable al concebirse, factible a los 3 años y posible a los 6. O impensable al principio, encaminado a la mitad e inviable casi al final. O posible primero, deseable después e impostergable el día de hoy. Cada proyecto es un mundo.
La viabilidad de cada propósito o aspiración depende del carácter y las capacidades de su protagonista, casi siempre también su creador y promotor, y, en menor medida, de las eventualidades y circunstancias que lo rodeen, ya sean extrañas, adversas, propias o ajenas. A partir de ahí, podemos imaginar o idear asuntos triviales o trascendentes, personales o colectivos, como pueden ser fundar una empresa, comprar un rancho, dirigir un periódico, buscar, y encontrar, El Dorado, seducir a Halle Berry, navegar en el Mediterráneo, combatir la miseria de la Huasteca, poner orden en el gabinete, conocer Marruecos, levantar un País, ser alcalde, dirigente del PRI, diputado, candidato, presidente o, es inevitable, ser gobernador.
En este último caso, Veracruz vive la antesala de un proceso que paradójicamente está avanzado. Y en el principio fue, y es, eternamente, el verbo. En este caso, conjugado en un presente terminante e imperfecto: “Yo quiero……” seguido de un predicado, a veces más bien predicamento, que tiene que ver con ser, tener o hacer.
Del pensamiento, de la imaginación, la idea llega al verbo y empieza a superar la etapa de ocurrencia o sueño, pasa al bosquejo y evaluación del propósito hasta que llegue a ser un concepto, evoluciona de concepto a idea, y la idea permite diseñar un proyecto, que madura de ahí a plan, acción, hecho y logro. Además del talento para crear e impulsar una idea propia, innovadora, hay que encontrar los elementos que le den cuerpo, forma, consistencia. Aún como simple espectador, se puede deducir que el tiempo, la mano de obra y los recursos se convierten en factor clave.
Se puede empezar por investigar hasta saber todo sobre el tema de nuestro interés, además de recolectar y disponer los recursos necesarios, así como reclutar y organizar el equipo de trabajo, no sin antes comprobar que sus elementos conocen, comparten, respetan e impulsan el proyecto. A partir de ahí, es deseable analizar y definir la estrategia y las tácticas de acuerdo al tiempo disponible y el territorio a conquistar. Desde el principio, y a cada paso, todas y cada una de las preguntas necesitan respuestas fieles, obvio, y también razonadas y precisas, porque si hay dudas acerca del qué, habrá un desorden en el para qué, cuándo, cómo, dónde y con quién, esta última tan relevante como saber con quién no. De cada respuesta se derivan acciones, decisiones, nuevas ideas. Se precisa entonces la estrategia, se establecen las tácticas, se asignan responsables. Todos con una tarea según sus aptitudes, bajo el principio de que (casi) todos sirven para algo, y nadie sirve para todo. Bueno, casi nadie. Si se da el caso de que solo uno defina, decida, actúe y disponga, el desorden, la apatía y la inercia serán el preludio del fracaso. No es lo mismo dirigir una Sinfónica que intentar ser hombre orquesta.
Dirigir requiere coordinar el talento de un grupo de individuos. El director indica tiempos, ritmos, turnos, volumen y fuerza. Se necesitan las dos manos, la derecha para poner orden, la izquierda para moderar la intensidad de los instrumentos y la fuerza de sus ejecutantes. La resonante habilidad de un hombre orquesta no equivale a la armonía de una agrupación musical dirigida con carácter. El director permite el lucimiento de algún solista extraordinario o suaviza la imprudencia del que está desafinado. Si de plano algún integrante desentona, si hay ejecutantes que oyen “flauta” y piden 2 órdenes sin queso, el director debería substituir al incapaz y no andar remendando su torpeza.
De vuelta a las preguntas, ya sean preliminares, sobre la marcha o sobre la cantidad y calidad de los elementos disponibles, las dudas se resuelven, se responden y sobre todo se aclaran, o se corre el riesgo de actuar sobre premisas equivocadas, injustas, unilaterales o confusas. Aquí sirvan como ejemplo las encuestas a medida.
Puede ser que los deseos, sueños o propósitos se den una sola vez o de manera recurrente, que nazcan y resurjan a diario, cada año, cada trienio, cada mes o cada seis años. Y en Veracruz, por cierto, han pasado 4 años del sexenio que transcurre, lo que puede crear diversos estados de ánimo que van desde la euforia a la nostalgia, pasando por la prudencia, el equilibrio, la impaciencia, la confianza, el nerviosismo, la ansiedad, el miedo y la resignación. Cada uno afecta de manera distinta a quien lo padece o lo disfruta, lo que a su vez modifica o altera conductas, pensamientos y acciones, con efectos diversos y a veces impredecibles. O incomprensibles.
Inevitablemente las horas se hacen días, lo que obliga a los protagonistas de alguna aspiración a repasar el tiempo necesario y disponible para dar cauce a sus deseos. Y contar los días revela la intensidad y concentración que pone cada quien en su objetivo. Para quienes tienen iguales e incompatibles intenciones, percatarse de que un competidor descuenta y califica el tiempo requerido para llegar al objetivo podría servir de alerta. Y alerta no debería significar alarma, porque la alarma se convierte en paranoia y precipita acciones que deberían ser medidas, pensadas, creativas.
Veamos como ejemplo al generador de un proyecto sexenal que percibe claramente los tiempos propicios en la ruta hacia el objetivo planteado, plazo que puede ser, dije que solo como ejemplo, de 467 días, y contando. O restando. Esa claridad en el tiempo, en fases y períodos, pone en evidencia que el aspirante conoce de memoria la ubicación de la meta, que el camino está trazado y está ya en recorrido. Es, al mismo tiempo, síntoma, advertencia, provocación y testimonio.
Una aspiración así es al mismo tiempo, según el caso y la perspectiva, viable, indeseable, interesante, compartida, ajena, reprimida, alentada, problemática, entregada o conquistada. El tamaño y la trascendencia del objetivo suma posibilidades y resta protagonistas, porque es evidente que no cualquiera puede alcanzarlo.
Ante objetivos simultáneos, y por eso incompatibles, no es razonable solo descalificar al adversario sin detenerse a evaluar el talento y los recursos propios. Frente a un propósito al mismo tiempo común y divergente, es prioritario clarificar quien o quienes son capaces de lograr el objetivo y quienes de plano ya no pueden. Tampoco es sensato esperar tiempos oficiales para preparar e integrar los elementos necesarios. En estos casos, el principio está antes que el comienzo. Cada protagonista asume los riesgos y ventajas de moverse a su propio ritmo. Y, para mayor puntualidad y confusión, después de 467 días inicia solo otra etapa de una labor que ya empezó. Una vez frustrado o alcanzado el propósito, pasarán otras 365 jornadas para renovar o destruir expectativas. En total, 832 complejos días a partir del 21 de septiembre. El propósito de muchos será cumplido por uno, y solo uno podrá ver satisfechos sus afanes y cumplidos sus deseos. Y para entonces solo sabemos lo que va a terminar, porque nadie conoce lo que estará por empezar. Pero sea lo que sea, ya está en marcha.
La evolución determina la extinción de las especies incapaces de superar condiciones adversas o aprovechar circunstancias propicias. El pecado de Napoleón en Waterloo fue un general desobediente y el exceso de confianza; el acierto del ejército enemigo fue conocerlo y anticipar sus movimientos. Y nadie se atrevería a tachar a Napoleón de estratega incompetente.
Los sexenios nacen y mueren, y sólo entonces se reproducen. Pero aunque se reproduzcan, no son hereditarios, y nunca son iguales entre sí. El tiempo no tiene prisa, pero tampoco pausas. Pasa, transcurre, corre o camina, pero no se detiene. Y si el tiempo pasa, quiere decir que también se acaba. Y cuando se acaba, no se repite. Y como no se repite, no hay lugar para rectificaciones. Y sólo si algo nace, tiene posibilidades de crecer.

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