miércoles, 17 de septiembre de 2008

Lo que digas con la boca…

Pedro Manterola Sainz
Hoja de Ruta

Las palabras tienen la fuerza, sentido y trascendencia que les da su origen, y por eso hablar implica una responsabilidad. Hablar por hablar, fingir talentos o callar ineptitudes, dirigir sin liderazgo, pregonar noticias rancias, reducir conceptos a lugares comunes, hacer evidente el servilismo, repetir mentiras para enturbiar verdades, alardear con ideas y opiniones ajenas o atribuir a otros nuestras culpas, tiene una trascendencia restringida, un efecto imprevisible y un peso temporal. Saber pensar, dialogar, debatir, asumir el compromiso de nuestras palabras, aspiraciones y experiencias, razonar y precisar quién y por qué, sostener perspectivas, ideas y opiniones, respaldarlas con argumentos frescos, originales, puede tener o no relevancia para los demás, pero es necesario en el intento de ser uno mismo y no lo que otros quieren, para evitar servir como fachada, vivir enmascarado o de respiración artificial.
Las palabras nacen con autoridad, convicción, fantasías o prejuicios. Su origen otorga a las palabras sentido, congruencia, carácter, fuerza, eficacia, inconsistencia, ingenuidad o ligereza. Pueden ser creíbles, razonables, influyentes, pretensiosas, necias, superficiales, contradictorias o insostenibles. Veamos: durante su período opositor, panistas y perrredistas señalaban corrupción e impunidad como un asunto exclusivo de priistas. Con esa falsa premisa, un señalamiento que podría haber determinado desde entonces mecanismos de control y transparencia, se convirtió en un lugar común de opositores sin perspectivas. Pero los panistas perdieron la castidad cuando en el 2000 mudaron sus negocios a los Pinos y al Palacio Municipal, y, junto con la voracidad degradante de la pureza izquierdista, redujeron a escombros las expectativas de un país distinto. Hoy, podemos ver a panistas, perredistas o priistas desviarse por los atajos de una corrupción que solo tiene remedio en la educación, la cultura, los valores, la transparencia y la firmeza. Ni la política ni los negocios son sucios por sí mismos. Hay malos políticos y falsos empresarios. En todos los partidos y todas las familias.
También las consecuencias cambian según el origen de las palabras. Que cualquiera sepa y señale a algún funcionario, alcalde o edil por mutilar los recursos y popularizar el diezmo, no tendrá hoy las mismas repercusiones que cuando haga lo mismo algún adversario en plena campaña electoral. Tampoco es lo mismo que don Justiniano, el intendente de la oficina, me diga en broma, aunque sea cosa seria, “Te aumentaron el sueldo”, a que esas irreales palabras las escuche de mi Coordinador, del Secretario de Educación o del Gobernador. Y, ni hablar, tampoco es igual si mis parientes o mi compadre, tan farolero y murmurador, me dicen “Tú serías buen candidato”, a escucharlo de la boca del que decide que siempre es, que se le va a hacer, solo uno y como él ninguno.
En un debate, una negociación o un acuerdo, debe haber congruencia, conceptos, ideas, criterios, significados y palabras relacionadas entre sí, lo que suena fácil pero no es sencillo. Y no es sencillo porque los interlocutores a veces no saben lo que dicen, si saben lo que dicen no saben lo que hacen, y cuando saben lo que hacen no siempre saben lo que quieren. En Martínez tenemos ejemplos. Veamos: para destacar un sustantivo y destinarle un adjetivo, conviene entender el tema del que se habla y comprobar lo que se dice. Así se evitan incoherencias. “Los sectores del Partido son venerados y representativos”, por ejemplo, utiliza un sustantivo indefinido y adjetivos discontinuos, muy convenientes si el aspirante-hablante busca parapeto tras palabras sin demostración posible, ni ahora ni en campaña, pero que exhiben la contradictoria perturbación del hablador y sus dichos: de repente son venerados y representativos los mismos que hace apenas unos meses fueron relegados y repudiados, y hoy son utilizados y maltratados.
¿Quién no recuerda alguna árida conversación donde solo se utilizan lugares comunes, prejuicios y monosílabos: “sí, todo, siempre, yo, no, nada, nunca, tú”? Las palabras configuran decisiones, pruebas, falsedades e imposturas. Los verbos obligan al movimiento, los nombres a las definiciones, los adjetivos son variables, pero los adverbios de tiempo y espacio son inalterables. Proposiciones, conjunciones o interjecciones señalan el propósito del hablante. Un nombre propio define a quien lo usa o lo evita, y es mejor que ocultarse tras algún artículo como “ella, él, un, una, unos, unas”. Por ejemplo, es honorable saber a cuál mujer nos referimos si decimos “una mujer”, o se corre el riesgo de arrastramos de una ambigüedad a una falta de respeto hasta llegar a una mezquindad. Quien abusa de los pronombres vive temeroso del peso de los nombres. “Ellos no saben lo que hacen”, no es lo mismo que decir “Miguel no sabe lo que hace”, lo que daría fuerza e identidad al señalamiento, y de paso obligaría al emisor a demostrar que él si sabe lo que dice.
Nuestra palabra puede ser sólida, si la cumplimos, o vacía, si hacemos malabares para justificar vacilaciones, acto de oportunismo que consiste en una permuta de principios por coartadas. Las palabras delimitan fidelidades y lejanías, volubles o afianzadas, siempre frágiles en inevitables y complejos tiempos sucesorios lejanos, presentes o inmediatos. Pueden ser palabras engañosas o rotundas, según el emisor, el receptor y el sujeto que busca tener un predicado. “Fulano es candidato de _____”; “Perengano quiere ser ______”; “Zutano va a ________ esa elección”; “Merengano le es fiel a _______”; “Butano va a llegar a _____”; Las elecciones se ganan con______”, y así hasta el infinito. Escoja la respuesta: Javier, Héctor, Alberto, José, Erick, Adolfo, Jorge, Gobernador, Diputado, Secretario, Ganar, Perder, Anular, Decidir, Fidel, Miguel, Felipe, Dinero, Poder, Palacio, Pacho, Inteligencia, Estrategia, Suerte…
Los adverbios puntualizan qué, cuando, cuánto, cómo y dónde. Si se trata de talento, posibilidades, dinero o perversidad, alteran los criterios para determinar si lo que tenemos alcanza para lo que queremos, si es bastante, poco, nada, insuficiente o innecesario.
Los adverbios son cosa seria. De lugar, aclaran espacios y posiciones, lo que nos permite saber si hay algo o alguien adelante, atrás, arriba o abajo de nosotros, y si es mucha o poca la distancia entre personajes, metas y objetivos. De tiempo nos indican si las cosas serán hoy o mañana, primero, antes o nunca. También pueden incluirnos o excluirnos de equipos y proyectos: “cabe”, “bajo”, “excepto”, “firme”, “difícil” o “tampoco”. Ponen en orden deseos, aspiraciones y predilecciones: “primero”, “atrás”, “lejos”, “despacio”, “acaso”, “también”, “poco”, “sí” o “no”.
Las conjunciones determinan el carácter incluyente o no de un proyecto, un gobierno o una estrategia: “y”, “o”, “ni”, “pero”, “ya”, pueden anteceder a una invitación, una evasiva, una oferta, una advertencia o una despedida, que es también una liberación. Las interjecciones sirven para imaginar la escena que les da origen: “¡Aaah!”, cuando nos hacen entender algo; “¿Eeeh?”, cuando no es posible entenderlo; “¡Adiós!”, cuando entendemos que no es posible entender nada; “¡Ojalá!”, cuando las buenas razones sobreviven a los malos augurios; “¡Toma!”, cuando ya valieron madre las buenas razones y se cumplieron los malos augurios; “¡Silencio!”, cuando el que manda descubre que tenemos razón; “¡Fuera!”, cuando el que manda nos demuestra que estamos equivocados por tener la razón…
Las palabras reclaman lucidez para saber cuando son testimonios de buena fe y cuando son trampas de la envidia y el resentimiento. Usarlas bien incluye hacerlo con conciencia, justicia y claridad, lo que no siempre es posible y casi nunca es a tiempo. Esto es básico para cualquiera, y vital para comunicadores, políticos, empresarios, presidentes, ediles, dirigentes, empresas, familias, precandidatos, asesores y gobernadores.
Siempre por su origen, las palabras a veces nos llevan lejos, y otras ni crecer nos dejan. Escucharlas es más revelador que decirlas, porque de escuchar y entender depende la certeza y legitimidad de argumentos y respuestas. Y respuestas convincentes es lo que hoy casi todos andamos buscando. Por eso, lo que se dice con la boca, se sostiene con…. los hechos.

pmansainz@hotmail.com

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