lunes, 6 de octubre de 2008

Incertidumbre

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Cosas Pequeñas

La reciente “crisis hipotecaria” de los Estados Unidos, que varios analistas reconocen como el detonador de la debacle financiera que atenaza a las economías de muchas naciones del mundo (México incluido) dejó en claro la ligereza e irresponsabilidad con las que se manejó el patrimonio de miles de ahorradores, chicos y grandes, que estuvieron a un pelo de rana de perder su dinero, simplemente porque un gran número de los préstamos para los que se usaron los fondos, eran impagables; hoy se sabe que una enorme cantidad de personas que obtuvieron fácilmente el dinero, sobre todo para hipotecas, sencillamente no podían cubrir el importe de sus mensualidades, independientemente de las tasas de interés o las condiciones de la economía en general.
Una primera explicación para tamaña imprudencia se encuentra en la competencia feraz y la voracidad de los mercados; a fin de cuentas, el negocio de los prestamistas está (o debería estar) en los préstamos y las entidades que “no colocan” créditos tampoco pueden ofrecer a sus clientes rendimientos atractivos; es la obvia ecuación en la que las mayores ganancias se corresponden con los mayores riesgos, riesgos que –en este caso— se volvieron certezas malignas.
A la necesidad de generar ganancias se pueden agregar otros factores como la impericia y, en no pocos casos, la inmoralidad de los ejecutivos financieros que, evidentemente, se atreven con el dinero de otros y no con el propio. Pero en todas estas y otras explicaciones del fenómeno subyace un hecho indiscutible: la libertad ilimitada con la que durante las últimas décadas se desarrollaron negocios especulativos capaces de crear multimillonarios instantáneos y quebrar a países enteros aún en menos tiempo, gracias a flujos incesantes y no controlados de capitales y a transacciones bursátiles que hicieron de los mercados de valores algo más cercano a casinos de mafiosos que a un instrumento para el desarrollo económico: un espacio perfecto para dar rienda suelta a la avidez y la acumulación descarnada, a costa de quien sea y de lo que sea.
La década de 1980 significó –en lo político— la consolidación del modelo Reagan/Thatcher comprometido a reducir a los gobiernos a su mínima expresión, despojándoles de su sentido de entes moderadores y, si fuese posible, hasta desapareciéndoles. Por lo que toca a la economía, esa especie de anarquismo conservador asumía sin rubores la convicción absoluta de Milton Friedman y sus “Chicago Boys” en las fuerzas de mercado y la presunta capacidad de éste para regularse a sí mismo. En palabras de Ignacio Sotelo: “Se volvió a creer a marchamartillo en el mercado, limitando al máximo, no ya la intervención del Estado para recuperar un equilibrio siempre precario, sino que se renunció incluso a la regulación estatal que la mundialización hacía por lo demás impracticable”.
Aprobado ya por el Congreso de Estados Unidos el paquete de 700 mil millones de dólares para salvar a las empresas en peligro de quiebra (aunque en realidad podrían ser más de 800 mil, por los agregados que hicieron al mismo senadores y diputados, a cambio de sus votos), queda por saberse si realmente tendrá los efectos esperados el que se utilice dinero de los contribuyentes norteamericanos para estabilizar los mercados y revertir las tendencias de crecimiento negativo. Habrá que ver si es suficiente y si sus efectos serán de largo plazo o, en cambio, las finanzas del mundo volverán a ser presas del desasosiego y el desánimo. Más de un dirigente europeo exigió a los Estados Unidos que asumiera pronto y frontalmente su enorme responsabilidad en esta crisis que involucra y arrastra a prácticamente todos los bancos centrales del mundo. Es pronto para saber si las medidas tomadas satisfacen ese legítimo reclamo y se evitará que Europa entre también en recesión, como pareciera probable.
Habrá que ver, también, si estas medidas benefician a las víctimas reales: los consumidores. Como lo vivimos en México con el FOBAPROA, con este tipo de acciones suele ocurrir que las instituciones financieras reponen sus activos con dinero de los impuestos pero los deudores terminan perdiéndolo todo, incluyendo la tranquilidad.
¿Serán castigados los culpables? No pocos se beneficiaron de esto. Necesariamente las pérdidas de unos son ganancias de otros; ¿en dónde están?, ¿qué pasará con ellos?
En lo que toca a la “economía global”, ¿se volverán las naciones en desarrollo sobre sí mismas?, ¿reactivarán los “vetustos” conceptos de ‘mercado interno’ y ‘soberanía’?, ¿se apostará menos al rejuego de las divisas y empezará a gravarse el trasiego de capitales especulativos?, ¿seguirá premiándose el principio de rentabilidad exenta de impuestos?, ¿se atemperarán los esquemas de crecimiento basados en la explotación desmesurada de los recursos naturales?
A pesar del paquete financiero aprobado por el Congreso de EUA, las dudas son muchas y de fondo. Pasarán semanas, meses, antes de que el panorama sea menos nebuloso.
Por otro lado, la declaración del Presidente George W. Bush al presentar su propuesta de rescate financiero (“Creo en el mercado pero evidentemente éste ha fallado”), los duros cuestionamientos del gobierno Alemán (“Estados Unidos perderá su liderazgo financiero en el mundo”), y la dolorosa confesión del presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet (“…[es] un momento excepcional, grave en la historia financiera. Probablemente el más grave en los países occidentales desde la Segunda Guerra mundial”), no son otra cosa que el epitafio de una etapa de la historia contemporánea que ciertamente propició el crecimiento económico del orbe (pero a costa del empobrecimiento y pesar de muchos), permitió el desarrollo de algunas economías regionales (a cambio del abatimiento de otras) y fue campo abierto para la defraudación y el abuso. Por lo menos ésta es una certeza: acabó el tiempo de dejar hacer y dejar pasar.
Lo que falta es saber hacia dónde dirigirse. Esa es la principal incertidumbre.

antonionemi@gmail.com

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