jueves, 16 de julio de 2009

De victorias que son derrotas…

(Y reveses que son conquista)


Pedro Manterola Sainz

Cuando es sentida, la derrota tiene el amargo sabor de la confusión, del punzante desconcierto que se llena de preguntas espontáneas sin respuestas fáciles, sin conclusiones rápidas ni complacientes. También despierta la prisa de los culpables por señalar en otra dirección para desviar la atención sobre sus propias faltas y omisiones. Sus palabras se desparraman en columnas y se escuchan entre los suyos, junto con el aturdimiento de autoridades municipales y operadores estatales ansiosos por encontrar chivos expiatorios. Se percibe el afán de ocultar sus carencias y exhiben la petulante arrogancia de quienes se conciben a sí mismos como hábiles e imprescindibles. Se hace patente el oportunismo y la frivolidad con la que se publican diagnósticos sin el menor asomo de autocrítica, con la única intención de dañar a quienes les resultan incómodos. Se leen dictámenes, prescripciones, recetas y remedios, publicados como festín de prejuicios y lugares comunes, en lugar de buscar respuestas, análisis serios, conclusiones certeras.
Esas escaramuzas lapidarias, inventadas solo para ocultarse entre la polvareda, impiden discutir razones, prevenir consecuencias y adelantar soluciones. El pasado 5 de julio es solo un pasaje más en esta larga historia por vestir victorias y derrotas con trajes a la medida.
Vayamos por partes, y empecemos por el principio.
Martínez de la Torre es un territorio lastimado por las cíclicas pretensiones caciquiles de grupos políticos tradicionales del priismo, y las intentonas fundacionales de un panismo rancio y corruptor que se esconde entre las redes de complicidad del gobierno federal y la falsa humildad de sus más visibles representantes. En medio, una sociedad civil y una clase política dividida por intereses, ambiciones, buenas intenciones, oportunistas, incipientes e improvisados.
Toda aspiración de ser o participar en la vida pública tiene que pasar por ese entramado de factores que complican cualquier trabajo político serio. Desde los que se ostentan desde hace sexenios como dueños del territorio, hasta los que han vivido de hacer de los tiempos políticos temporadas de cosecha, todos ponen trampas y obstáculos que aparecen a través de los viejos pero efectivos canales de descalificación: el rumor, la columna, el falso operador, el traidor, el ladino, el taimado, el enemigo oculto… Aunque a veces son sorpresivos, no representan nada nuevo.
Una vez identificados, y sí es posible neutralizados, los factores de descalificación y sus promoventes, para avanzar se exige la conciliación, misma que casi siempre es forzada y al final nunca es sincera. Superadas estas etapas, viene la fase de construcción de alianzas, acuerdos, acercamientos, sondeos, y todos esos hechos y prácticas necesarias para caminar en cada parte del territorio. Del éxito de estas actividades surge la viabilidad de cualquier proyecto político. Esos acuerdos, esas alianzas, pueden ser obligadas o voluntarias, lo que a su vez las hace más o menos estables y firmes.
Pues bien, todas estas etapas, puntualmente, las llevó a cabo Mariely Manterola Sainz, candidata príista en el distrito o7, con cabecera en Martínez de la Torre. Los mecanismos del acuerdo, sus promotores y participantes, son todas las autoridades y representantes priístas de los municipios en el distrito y la región, convocados por el líder del priismo en Veracruz a trabajar, apoyar, transparentar e impulsar con buenas obras y gobiernos efectivos al partido, y al hombre, que los llevó al poder, sobre todo en los lugares de mayor padrón electoral. Pero si sufren de amnesia, nadie es culpable, ni el partido, ni el gobernador, ni la candidata ni los voluntarios en su campaña.
En Martínez, por ejemplo, los asesores locales, el cabildo y los consejeros de Xalapa no dejan gobernar al alcalde. En Misantla no hay pretextos, porque una candidata no puede cambiar de sede el Distrito judicial, ni el reclusorio, así que habrá otros factores. En Atzalan, resultó abrumadora la intimidante presencia del ejército. En todas partes, cada autoridad, representante, funcionario y participante tiene su propia agenda, y nadie está dispuesto a supeditarla a la campaña presente sí creen o sienten que pone en riesgo sus aspiraciones futuras. Y eso sucedió.
Al interior de la campaña, se subestimó la capacidad del panismo para comprar votos. Pero esa capacidad corruptora debería haber sido contenida por estructuras cuyos responsables aún hoy no pueden informar que hicieron durante dos meses de campaña. También deberían haber funcionado los mecanismos de movilización del voto, para cuya ejecución se calculó un gasto total que debería ser compartido entre las estructuras políticas y partidistas de la zona. Nadie compartió esos gastos, salvo visibles excepciones, y lo único que se gastó fueron palabras, adjetivos, pretextos y culpables. Y ese cálculo también dio pie a una serie de mentiras, acusaciones y exabruptos de los que aún resuena el eco.
No todos los operadores municipales funcionaron, por exceso de confianza, por desidia, por arrogancia… Ninguna autoridad pudo refrendar en las urnas el apoyo que expresó la ciudadanía en las elecciones del 2007. Se puede culpar a la candidata de ello. Es lo más fácil, lo cómodo, pero también lo más absurdo.
La candidata recorrió una y otra vez los nueve municipios hasta sumar el 95% del territorio del distrito, casi todas las colonias, ejidos y comunidades. Se reunión con seccionales, comisariados, empresarios, citricultores, ganaderos, mujeres, comerciantes, ministros evangélicos, curas, cafeticultores, plataneros, pescadores, profesionistas, ancianos, estudiantes, la comunidad lésbico-gay, maestros, sindicatos, deportistas… No faltó nadie de ser escuchado, atendido, visitado.
El panismo, por su parte, apostó desde el principio a la descalificación, a la repetición insaciable de rumores y mentiras sobre la candidata, mentiras que aún hoy encuentran quién las repita y las publique.
Todos los votantes priistas, y muchos de los que votaron por otros partidos, saben que en Mariely, en su trato y sus palabras, no hay nada más lejano que la arrogancia. Conocen su sensibilidad, su sencillez, su valor y su disciplina. Lo saben incluso quienes pretendieron hacer lugar común de una mentira repetida hasta la saciedad. Pero sólo Mariely llegó a lugares dónde ningún otro candidato, de ningún partido, puso el pie, incluidas comunidades de Atzalan dónde no vieron nunca a la candidata que dice ser de ahí.
En su recorrido, dio muestras de conocer y dominar la problemática del distrito, de sus nueve municipios, y para todos había una propuesta, una idea, una gestión, un compromiso. Tan es así, que Acción Nacional rehuyó el debate de manera por demás vergonzante. Esos compromisos se firmaron ante notario y se hicieron públicos en los medios de la región. Por decisión propia, se negó a contestar calumnias, hecho que la enaltece. Nunca respondió ataques, y menos los que provenían de otra mujer, aunque sabía que del otro lado no había la misma sensibilidad ni los mismos escrúpulos.
El panismo recurrió al ejército para amedrentar a priistas de la sierra de Atzalan, y hay sobrados testimonios de ello. Agredieron físicamente a priistas promotores del voto, intimidaron con la PFP a líderes de colonias identificados con el PRI. Iban abajo por 9 puntos porcentuales hasta el día del cierre de campaña. ¿Cómo ganaron? Gastando en la compra del voto alrededor de 5 millones de pesos, de los 8 que tenían destinados para ese fin, según activistas de esa campaña. Y hay cientos de testigos y una denuncia pública en contra de una activista del Partido Acción Nacional que compraba votos a favor de Alba Leonila Méndez Herrera, ofreciendo 5oo pesos por sufragio en la sección electoral más extensa de la cabecera distrital. Pagaron a delincuentes para que repartieran, a pie y desde una avioneta, panfletos difamatorios, dignos de la bajeza de sus creadores y patrocinadores. Así ganó el PAN y su candidata. Esa fue su campaña, esas sus estrategias.
Hace tres años no estuve en la campaña de Rubén Reséndiz Velasco, candidato a diputado federal impulsado por los grupos políticos tradicionales del priismo en esta zona. En esa campaña se ganó un solo municipio, Tenochtitlan, y los operadores que hoy festinan la derrota del 2009 obtuvieron 32, 623 votos totales, de los cuáles 9,819 fueron aquí, en la cabecera, uno de ellos el mío. En esta ocasión hicimos una campaña que ganó 3 municipios, incluido Tlapacoyan, gobernado por el PAN, obtuvimos un total de 44,438 votos, y en Martínez de la Torre 11,209, y quién sabe si entre esos sufragios podemos contar los de ellos. Es evidente, incuestionable, que hay un avance significativo. Con los votos de Mariely, hace tres años hubiéramos ganado la elección que ellos perdieron. Caray, ¿pues con quien se pelearon? Con los electores, con los ciudadanos. No cabe duda: para decir lo que se quiere, hay que saber lo que se dice.
No sé quien dijo que la derrota es huérfana. Pero debe haberlo dicho porque la sensación de ser vencido no tiene madre.

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