viernes, 25 de diciembre de 2009

Navidad para herejes

Pedro Manterola Sainz
Hoja de Ruta

La palabra hereje ahuyenta a las buenas conciencias y sacude a los beatos. Espanta a la doble moral. En su origen, hereje es quien tiene una opinión propia, particular, sobre algún dogma o doctrina. Hoy las herejías son cosa lo mismo de fe que de sangre e ideología. Se da en toda actividad humana, sea económica, social o política. Siempre hay un dueño de la verdad, un defensor del dogma que le favorece, en empresas, familias, gobiernos e iglesias. Cuando la opinión del hereje, el que piensa por sí mismo, no es tolerada por la clase dominante, surge el conflicto y germina la ruptura. Paradójicamente, la fiesta mayor del dogma católico tiene su origen entre paganos, simiente de la herejía. La navidad es pues una fiesta religiosa nacida en tierras paganas. Es también un pretexto para exponer el sentimiento relegado, para festejar el reencuentro inconcluso, para concretar el abrazo pendiente, para dejar salir las palabras guardadas.
Poco se habla del origen de estas fiestas del solsticio de invierno, tal vez porque lo religioso sobrevive en la esfera íntima, al menos mientras es conveniente y oportuno que así sea. La religión también obra el milagro de transformar preceptos morales y principios intangibles en legislaciones punitivas contra la mujer y su cuerpo. Gracias a la religión también se ven cosas que de otra manera serían increíbles, como es el milagro de la ubicuidad de las intenciones, prodigio que se da en el Vaticano, dónde las bodas de personajes públicos pueden ser anunciadas de manera involuntaria, descuidada y deliberada al mismo tiempo. El maridaje de lo religioso y lo político tiene invariablemente un efecto pernicioso que los políticos se empeñan en desdeñar.
Estos días se prestan para ceremonias, adoraciones, plegarias y ritos. El invierno, el fin de año, es también espacio dedicado a la cosecha, al recuento de acciones, daños y beneficios que dejan 365 días de trajín. Son días de aguinaldo, para los afortunados, y de angustias, para los endeudados. Nadie sabe de dónde proviene la costumbre de este pago extraordinario. Y es extraordinario porque se da solo de manera anual y porque en no pocas ocasiones es sorprendente que se pague de manera puntual.
El término aguinaldo nace, dicen los eruditos, en una antigua expresión de los druidas, sacerdotes celtas que encomendaban en estas fechas las cosechas a los dioses, mientras desde lo alto de un encino esparcían sobre la gente hojas de muérdago, para ellos planta sagrada. Al hacerlo, repetían la expresión «A gui l´an neuf», que significa más o menos «al muérdago el año nuevo». El conjuro druida suena parecido al término castellano de aguinaldo.
Para nosotros, tan dados a atribuir leyendas y milagros a personajes públicos, puede ser más creíble la versión que atribuye el origen de esta prestación a don Emilio Aguinaldo, un filipino del siglo XIX, general y político, por supuesto, cabeza del movimiento independentista de su tierra. Don Emilio cada fin de año otorgaba generosas gratificaciones tanto a la tropa como a los ciudadanos que hubieran tomado parte en sus batallas. De ahí se extendió la costumbre que hoy en nuestro país es para todos ley y para muchos letra muerta.
¿A quién, y qué, festejamos el 25 de diciembre? En estos días de ocio obligado pregunté a los que saben sobre el tema. Recibí muchas respuestas y ese es un breve repaso de algunas de ellas, todas coincidentes con la fecha atribuida al nacimiento de Jesús. En este recuento encontramos fiestas dedicadas lo mismo al persa Mitra, que significa en sánscrito “amigo”, dios de la luz solar, cuyo festejo era el 25 de diciembre con la culminación del solsticio invernal. En Roma, Apolo, dios latino del sol y la luz, relevante y versátil hijo de Zeus, era celebrado el 25 de diciembre en la fiesta del nacimiento del Sol invicto y Saturno, dios de la agricultura y de las cosechas, era festejado durante las Saturnales, que iniciaban el 17 de diciembre y finalizaban el 25 de este mes. Los mismos días de las posadas, tradición tan mexicana. En todos los casos se ofrecían banquetes, se daban regalos y se intercambiaban papeles entre amos y sirvientes. Esta última parte de la tradición es obvio que no prosperó en nuestras tierras. La Iglesia Católica, siempre de acuerdo con sabios e historiadores, al parecer muy impíos, adoptó de los paganos el 25 de diciembre como la fecha del natalicio de Jesús. O sea que el origen de la fiesta religiosa más importante de Occidente es, en principio, cosa pagana, laica. De herejes.
La fiesta más universal de Occidente se celebró por primera vez el 25 de diciembre de 336 en Roma, pero en Oriente se siguió festejando hasta el siglo V el nacimiento y bautismo del niño Dios cristiano el 6 de enero. Las fechas se acomodaron al paso del tiempo para conmemorar el 25 la navidad, del latín nativitas, nativitatis ‘nacimiento’, ‘generación’, y el 6 de enero para recordar el bautismo de Cristo. A la fiesta del bautizo llegaron Melchor, Gaspar y Baltazar con sus ya conocidos regalos de oro, incienso y mirra, presentes que por cierto nadie sabe bien a bien dónde quedaron, porque nadie volvió a saber de ellos. Luego entonces el 25 de diciembre fue escogido para reemplazar con la Navidad la fiesta pagana del natalis solis invicti (festival del nacimiento del sol invicto), el solsticio de invierno en el hemisferio norte, a partir del cual el sol sube cada día más por encima del horizonte. Jesús y sus enseñanzas, por supuesto, trascienden la efeméride.
Las tradiciones navideñas tienen pues muy variados orígenes, siempre coincidentes con antiquísimos ritos agrícolas paganos, celebrados el inicio del invierno. La navidad nace del homenaje de los romanos a Apolo y a Saturno, del rito celta de inicio de cosecha y de los honores de los persas al dios de la luz, Mitra. Los romanos intercambiaban regalos y adornaban sus casas con flores y vegetales. En esas épocas aparecieron los teutones en tierras romanas, y la fiesta se convirtió en pachanga, porque los germanos contribuyeron al festejo con comida y bebida en abundancia. Esa parte se conserva más o menos en los mismos términos, así se trate de festejos en Berlín, Roma, Londres o Paso de Novillos.
Somos producto de culturas tan disímbolas como la griega y la gérmanica, la celta y la romana, de la cristiana y de liturgias de enigmáticas religiones de oriente. De todos los dioses, hicimos uno. A ese uno le llamamos único y de él hemos hecho lo mismo fe que caricatura, honor que burla, razón que pretexto. Todos festejamos la navidad y todos deseamos, al menos de palabra, lo mejor a nuestros semejantes.


Sin embargo, al menos por ahora son mucho más profundas las diferencias que las semejanzas. Y eso se percibe, se respira. Arruinamos el planeta, maginamos aún más a los jodidos y enriquecemos a los poderosos, escuchamos mentiras y atestiguamos simulaciones lo mismo entre hombres de negocios que entre la mal llamada clase política, hombres públicos y privados que desacreditan con sus actos una tarea que busca reivindicarse mientras sus conspicuos practicantes la denigran. Y eso sucede lo mismo en Rusia que en Marruecos, en Honduras y México, en Puebla y Sonora, en los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, entre priistas, panistas, perredistas y “pejistas”. Los aprendices de brujo aparecen en cualquier país, en los estados, en este distrito y en nuestro humillado municipio. Y la confusión es aprovechada por los mitos que dicen ser leyenda. Siempre a espaldas de una sociedad hastiada. No se espanten sí después los ciudadanos les devuelven la moneda. Ya les ha pasado, pero poco les importa porque son producto de nuestra poca memoria.
Ya vendrá 2010. Por ahora, disfrutemos de presencias y reuniones que den lugar a la armonía, que propicien la reflexión y den pie a la rectificación de los errores y el reinicio de las tareas pendientes. Tengamos para los ausentes un recuerdo entrañable y dediquemos nuestros actos a la honra de su memoria. Hagamos nuestros los deseos de un muy buen año para todos los hombres y mujeres de buena voluntad. A todos ellos, muchas felicidades. Mientras tanto, que los falsos profetas, se digan empresarios, comerciantes o políticos, sigan creyendo que la navidad se festeja el 28 de diciembre.

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