martes, 19 de enero de 2010

Junípero y Vaca

Salvador Muñoz
Los Políticos

En el Capitolio está la escultura de un religioso. Para ser más precisos, es el único latino en una de las salas más importantes de ese edificio que concentra a los personajes ilustres de la historia norteamericana.
Se trata de Junípero Serra, un franciscano que en 1988 fue canonizado por Juan Pablo II aun contra la oposición de ciertos grupos que consideraban a este religioso como un colonizador más que un evangelista.
El siete de diciembre de 1747, un grupo de misioneros llega a Veracruz y de allí parten a Querétaro. En ese grupo iba Junípero Serra quien viajó a pie a ese punto de México. Años después lo envían a las Californias, donde encuentra a indígenas que no conocían la agricultura ni el ganado. Empieza la evangelización y colonización. Conforma nueve misiones y le da un giro a la vida de los indígenas. Por eso, el estadio de California quiso que se erigiera una estatua de Fray Junípero en una de las salas del Capitolio.
Pues Fray Junípero hizo presencia en el Congreso local ayer en boca del diputado Sergio Vaca Betancourt quien declamó “Déjame dormir, mamá”, versos del franciscano que dicen así:
“Hijo mío, por favor,
de tu blando lecho salta.
Déjame dormir, mamá,
que no hace ninguna falta.

Hijo mío, por favor,
levántate y desayuna.
Déjame dormir, mamá,
que no hace falta ninguna.

Hijo mío, por favor,
que traigo el café con leche.
Mamá, deja que en las sábanas
un rato más aproveche.

Hijo mío, por favor,
que España (Veracruz: dixit Vaca) entera se afana.
¡Que no! ¡Que no me levanto
porque no me da la gana!

Hijo mío, por favor,
que el sol está ya en lo alto.
Déjame dormir, mamá,
no pasa nada si falto.

Hijo mío, por favor,
que es la hora del almuerzo.
Déjame, que levantarme
me supone mucho esfuerzo.

Hijo mío, por favor,
van a llamarte haragán.
Déjame, mamá, que nunca
me ha importado el qué dirán.

Hijo mío, por favor,
¿y si tu jefe se enfada?
Que no, mamá, déjame,
que no me va pasar nada.

Hijo mío, por favor,
que ya has dormido en exceso.
Déjame, mamá, que soy
diputado del Congreso
y si falto a las sesiones
ni se advierte ni se nota.
Solamente necesito
acudir cuando se vota,
que los diputados somos
ovejitas de un rebaño
para votar lo que digan
y dormir en el escaño.
En serio, mamita mía,
yo no sé por qué te inquietas
si por ser culiparlante
cobro mi sueldo y mis dietas.
Lo único que preciso,
de verdad, mamá, no insistas,
es conseguir otra vez
que me pongan en las listas.
Hacer la pelota al líder,
ser sumiso, ser amable
Y aplaudirle, por supuesto,
cuando en la tribuna hable.
Y es que ser parlamentario
fatiga mucho y amuerma.
Por eso estoy tan molido.
¡Déjame, mamá, que duerma!

Bueno, te dejo, hijo mío.
Perdóname, lo lamento.
¡Yo no sabía el estrés
que produce el Parlamento!”

Conste... estamos hablando del año 1700 y tantos. Ya había diputados o parlamentarios o congresistas… y tal parece que a más de tres siglos, las cosas no han cambiado. Gracias diputado Sergio Vaca por esa perla de la Historia… ojalá hiciera mella en la labor que realizan nuestros legisladores… locales y federales.

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