jueves, 10 de junio de 2010

Que no nos gane el silencio

Pedro Manterola Sainz
Hoja de Ruta

Los hombres que se dicen poderosos esconden con discursos la ambición que cura sus frustraciones, subsiste en ellos un desprecio por lo propio que suplanta el sentido de pertenencia con ansias de posesión, que pervierte la conciencia del origen, desdibuja la convivencia, el anhelo por evolucionar para extender espacios ciudadanos de construcción y diálogo.
En estos pueblos no hay quien viva porque ninguna pregunta colectiva tiene respuestas compartidas, porque no hay quién convoque a vivir con lo mejor de todos, ni quién sepa tolerar u omitir lo peor de cada uno.
Ante tanta muerte, tanta miseria, tanta mentira, frente a tanta apatía, contra toda esa soberbia que se siente en el aire, nos refugiamos en el silencio, en el soterrado temor, con la impotencia a flor de piel, con la imposición de conjugar verbos en pasado, con el escepticismo del presente y la incertidumbre de un futuro sin mañana. En medio de tanta falacia, de tanta demagogia pública y privada, parados sobre un tejido en descomposición, nos mantiene en pie la convicción de no desertar, la confianza de emprender, la voluntad para intentar.
Busquemos en medio del dolor, la pólvora y los cuerpos acumulados la voz de la autoridad, los argumentos del gobierno. “Son todos casos aislados”, recita. Si a nuestro alrededor se desmoronan familias enteras por el dolor de la ausencia, si vivimos con el recelo permanente a rostros y vehículos extraños, desconocidos, si quebrantamos la confianza en nosotros y en los nuestros, si perdimos la calle como espacio de todos, de encuentro, camino y llegada, para verla convertida en paredón, ruta de huida y territorio sin ley, si los gobernantes son cada día más cómplices de delincuentes y menos aliados de los ciudadanos, ya sea por omisión, interés o indolencia, si cualquier joven, mujer, empresario, estudiante, anciano, trabajador o profesionista puede ser abatido impunemente, si todos somos humillados con cada balazo, cada grito, cada lágrima, cada muerte, entonces todo caso aislado es una isla olvidada en las aguas fermentadas de una delincuencia gobernante y un gobierno claudicante. Y como islas somos ya un archipiélago que forma un continente.
Así de aislados son los casos de violencia, muerte, secuestro, robo, amenaza, chantaje, extorsión, “piratería”, soborno, diezmo, “chayote”, traición, mentira, oportunismo, vergüenza… En Xalapa, en Martínez de la Torre, en Poza Rica, en Costa Esmeralda, en Naolinco, en Boca del Río, en Coatzacoalcos, en la montaña, en la costa, en el bosque, en la selva, en el mar, en el cine, en el teléfono, en los medios, en la radio, en la cantina, en la prensa, en el estero, en la Alcaldía, en la carretera, en facebook, en la diputación, en la banqueta, en la casa, en messenger, en la tienda, el restaurante, el consultorio, la tienda, la oficina, la escuela, la frontera, las campañas, la fábrica, la empacadora, el surco, todos, todos somos y vivimos casos aislados.
Aislados de nosotros mismos, aislados en las calles, en las plazas públicas, en la convivencia sana, pacífica, aislados con amigos y familia, aislados en la charla, el debate, el café, la copa, el cubilete, la comida entre amigos, aislados ante un gobierno de muchas palabras y ninguna respuesta, aislados frente a candidatos en competencia trenzados como enemigos en el pantano, aislados de partidos corrompidos y planillas en subasta, aislados de falsos dirigentes campesinos que bajan la vista y agachan la cabeza cuando los miran de frente, aislados de un clima político que desnuda la miseria de funcionarios tan indignos como insensibles, una burocracia gobernante sin estatura, oficio ni calidad política, humana o moral, tan abusiva como desprestigiada, tan decadente como enriquecida, tan arbitraria como lasciva , tan inaceptable y sucia como el mar del Golfo, vestido de negro en señal de luto por sí mismo y por todos los que estamos con él en peligro de extinción.
Eso somos: ciudadanos en peligro de extinción. Animales irracionales en riesgo, llenos de muerte, de dolor, azar, sacrificio, confusión, amenaza, impotencia. Somos casos tan aislados y estamos tan generalizados que ya somos lugar común, rutina dolorosa e indignante, pretexto para el discurso teatral, el pésame en horario triple A, la declaración tan tronante como absurda, la renuncia imposible de gobernantes tan preocupados por su biografía que se olvidan de vivir y gobernar
“¿Qué vamos a hacer?” “¿Qué pasa?” “¿Así nos vamos a quedar?” Son preguntas que se repiten como repique de campana, una y otra vez. Son las mismas campanas que llaman a misa de cuerpo presente.

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