lunes, 16 de agosto de 2010

1914

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Cosas Pequeñas

En abril de 1914 las tropas del Ejército Constitucionalista de Carranza se acercaban al Ejército leal a Victoriano Huerta, que cuidaba el estratégico puerto de Tampico. Ante la inminencia de una confrontación que se preveía salvaje, EUA envió a su marina de guerra para proteger los muchos intereses y ciudadanos de su país en Tamaulipas.
9 marinos de un navío fondeado en el Puerto, el USS Dolphin, fueron a un almacén cercano a Puente Iturbide; iban armados y su lancha ondeaba la bandera de EUA, contraviniendo las reglas internacionales y el protocolo entre países amigos. Los infantes se adentraron río arriba por las aguas del Pánuco -lo que estaba prohibido por las ordenanzas- y atracaron en un muelle reservado. Don Juan Sánchez Azcona afirma que estaban ebrios.
Los estadounidenses fueron detenidos y presentados ante la autoridad militar mexicana, a la que declararon que “sólo querían gasolina”. Aunque fueron puestos en libertad de inmediato, el almirante Mayo, al mando de las tropas de EUA, exigió a las autoridades mexicanas que para desagraviar “al pueblo de Estados Unidos” rindieran honores a la bandera de EUA, izándola con 21 cañonazos de las baterías mexicanas, en un plazo de 24 horas. La jefatura militar mexicana ofreció una disculpa escrita, pero se negó firmemente a complacer la humillante exigencia de los expedicionarios.
Ése fue el pretexto perfecto para la invasión de Veracruz, cuyo puerto empezó a recibir plomo de la artillería norteamericana mucho antes de que el Congreso de EUA autorizara al Presidente Wodrow Wilson la expedición punitiva. Ante la inminencia del desembarco, Huerta ordenó al General Gustavo Mass, jefe de la plaza, que abandonara Veracruz. Unos dicen que fue una maniobra correcta, para evitar un baño de sangre y una cauda de destrucción innecesaria sobre el principal puerto de México. Otros afirman que no fue otra cosa que un vil acto de cobardía del felón y magnicida don Victoriano.
La Flota Estadounidense del Atlántico comandada por el mismo almirante Mayo llegó hasta Antón Lizardo, sumándosele poco después las fuerzas del almirante Frank F. Fletcher y luego, otras 2 divisiones de torpederos y 17 barcos de distinto calado. Más de 50 barcos de guerra (algunas fuentes hablan de 44) y unos 3 mil infantes de marina tardaron unas 24 horas en hacerse con el control de la Ciudad.
Según el militar y periodista Justino N. Palomares, durante la invasión estadounidense de Veracruz -no sólo en las escaramuzas iniciales, sino en los siete meses de “abusos, infamias y oprobios de los yanquis”- murieron 1’817 personas. Otras referencias hablan de unos 300 mexicanos caídos como víctimas de la irrupción violenta. El propio Palomares afirma que tuvo en sus manos una fotografía macabra de más de 800 cadáveres de soldados integrantes de las fuerzas invasoras, lo que a todas luces parece una exageración. La tradición oral de los porteños recuerda muertos y heridos, pero no tantos como 1'817, ni 800 ni 300.
Se habla de traiciones, incluso la leyenda involucra a un homónimo del presidente Ruiz Cortines, quien habría trabajado para las fuerzas invasoras como pagador. Pero sí es un hecho que hubo acciones heroicas: Virgilo Uribe, que recibió un certero centralazo en la frente apenas se asomó a una de las ventanas de la Escuela Naval mientras cambiaba el cargador de su arma; José Azueta, artillero e instructor de los batallones 18º y 19º de la Guarnición de Veracruz, quien estaba franco el día de la invasión, pero al enterarse de ésta fue al cuartel por una ametralladora, tumbándose sobre la calle frente a la Preparatoria (en la esquina de Landero y Cos y Esteban Morales) y causando numerosas bajas a los estadounidenses hasta que lo abatieron las balas gringas -sobrevivió varios días y se conserva una memorable foto de él convaleciente-; Alasio (Alacio en la moderna ortografía) Pérez, cadete del 18º Batallón, quien comandó con valor a un grupo de voluntarios y fue masacrado en la madrugada del día 22; el policía -“gendarme”, según las crónicas de época- Aurelio Monfort, primero en disparar con su pistola de cargo a los invasores, fuera de la cantina 'La Flor de Liz', donde su cadáver permaneció botado por más de 24 horas.
Gilberto Gómez, Antonio Fuentes, la Cruz Blanca Neutral, la Cruz Roja, “Los Españoles” avecindados en Veracruz y los hijos de éstos que disparaban a los gringos desde las azoteas, los presos de San Juan de Ulúa, por supuesto los estudiantes de la Escuela Naval, que dieron grandes muestras de valentía y patriotismo, muchos voluntarios, algunos miembros de la policía municipal... a todos ellos se les reconoce como héroes de la invasión de Veracruz, que concluyó 7 meses después.
Jean Meyer lo explica así: “El aprieto del presidente Wilson fue tanto más grande cuanto que sus 100 enviados cerca de los jefes revolucionarios mexicanos le dieron respuestas contradictorias. Carothers, el cónsul de Torreón, tomó partido por Villa; John Lind, por Zapata; J. L. Silliman por Carranza, etcétera. Wilson, perplejo, decidió: ninguna facción obtendría el reconocimiento diplomático y sería necesario que los revolucionarios se pusieran de acuerdo sobre un jefe que llamaría al pueblo a las urnas. Esto se produjo en Aguascalientes pero no fue aceptado por Carranza. Tras algunas dudas, los Estados Unidos optaron por él, en contradicción con la primera línea política seguida; esto equivaldría a cerrarle la frontera a Villa y prohibirle obtener créditos y armamento en los EUA. La facción carrancista recibía así un apoyo material y moral decisivo que ayudaría a Obregón a obtener las victorias finales y a Carranza la alianza de muchos. A partir del fracaso de la Convención de Aguascalientes, en octubre de 1914, los EUA habían mostrado hacia quiénes se inclinaban: cuando en noviembre, en plena derrota, Carranza huía rumbo a Veracruz, las tropas estadounidenses que ocupaban el puerto desde el mes de abril, embarcaron algunas horas antes de su llegada”.

antonionemi@gmail.com

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