domingo, 1 de agosto de 2010

¡Cristero!

Magno Garcimarrero
Propinas

Mal presagio es para el sector liberal veracruzano, que un candidato electo en grado de tentativa como lo es Javier Duarte, asista a recibir el bendito abrazo del obispo Reyes Larios, a no ser que hubiera sufrido una confusión: lo mandaron a preguntarle su suerte al predicador pulpito alemán y, él pensó que lo mandaba Alemán a preguntarle al predicador del púlpito.
Todo es posible, pero en Veracruz que presume de ser la cuna de las leyes de reforma, desde los tiempos en que el presidente Benito Juárez anduviera a salto de mata precisamente por la persecución auspiciada por la Iglesia Católica y sus testaferros, no se ve bien esa simpatía, esa química entre quien representa el negocio “espiritual” y quien pretende representar el interés político.
Los tiempos han cambiado, en esta época de transparencia institucionalizada, existe mucha información sobre el enorme intereses que históricamente ha sostenido la Iglesia pretendiendo conservar y ahora recuperar sus fueros, mientras tanto la república procurando una igualdad ciudadana, democrática, sin esquilmos, supuestamente caritativos para la salvación con los que durante cuatrocientos años medraron la curia a costa de sus fieles penitentes.
Las Iglesias sin excepción, son instituciones peligrosas, fascistas, ventajosas; no es inteligente concederles un mínimo de injerencia en el poder público, siguen la vieja práctica de tomar el pié cuando se les da la mano. Si hay instituciones que propugnan por alzarse con los puestos de gobierno más representativos y poderosos son hoy en día, en México, la Iglesia Católica y la delincuencia organizada. Parece ridícula la comparación, pero en eso son idénticas. Lo peor es que la población tiene a la delincuencia organizada como mala y se cuida de ella, pero de la Iglesia no se cuida, todo lo contrario, le concede una bondad que no tiene ni ha tenido nunca, cree dogmáticamente en lo que le manda cuando el dogmatismo es precisamente la trampa más desalmada con que nos asalta, pues no nos permite pensar ni analizar y, le compra el producto más caro del mundo: “la salvación” que presupone tener por verdad mentiras más grandes que ruedas de molino. ¿Salvarnos de qué? ¿Del infierno que se inventaron ellos en los tiempos más oscuros, mágicos y abstrusos de la humanidad? ¿De qué nos van a salvar las Iglesias? ¿Quién nos salva de ellas?
¡Y ahora el candidato electo en grado de tentativa se va a abrazar con el obispo!
¡Válgame la República y la trinidad de poderes: legislativo, judicial y ejecutivo, tres divinas instituciones y un sólo gobierno verdadero. Un ejecutivo que estará sentado mero enfrente del todo poderoso y de ahí bajará a repartir despensas entre los damnificados. Creo. Creo en el poder judicial que ha de juzgar a los vivos y a los tontos con sus nuevas cuatro adquisiciones que en breve entrarán en el anti-dinámico tortuguismo burocrático al que no se le mira salvación ninguna. Creo. Creo en la nueva hornada de diputados plurinominales y de los otros que habrán de legislar, lo esperado y lo inesperado a lo desesperado. Creo en el espíritu de las leyes (no de los Reyes), en el perdón de los contrarios, en la resurrección del color rojo y en la vida perdurable del viejo régimen. Amén.

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