jueves, 19 de agosto de 2010

Dos más dos, no necesariamente son cuatro

Jorge Arturo Rodríguez
Tierra de Babel

Pura hipocresía, a eso me huelen los dimes y diretes entre la Iglesia Católica y el gobierno del D. F., protagonizados por el cardenal Juan Sandoval Íñiguez y Marcelo Ebrard, por el asuntito ese de la adopción de niños por parejas homosexuales. Vaya, apesta, porque ambos tienen cola que les pisen. Para qué hacernos güeyes. El mismísimo Chuchín dijo que al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios…
Pero nunca estaremos contentos, la hipocresía es el colmo de todas las maldades, dijera Molière. ¿Cuándo aceptaremos que la tolerancia es esa sensación molesta de que al final el otro pudiera tener razón? No, claro que no; antes, te chingo, porque “de que lloren en mi casa, mejor en la tuya”, ¿no?, cuando se pudiera evitar el dolor en ambos hogares.
Bien lo dijiste, Martin Luther King, hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos. Ojalá algún día llegáramos realmente a pensar y actuar como Walt Whitman: “cuando conozco a alguien no me importa si es blanco, negro, judío o musulmán. Me basta con saber que es un ser humano”.
¡Jesús!, gritan las mentes “sanas”, ante el visto bueno legal de los matrimonios gay y la adopción de niños por parejas del mismo sexo. ¿Se les hace eso un terrible delito? Pero, expresara Fernando Vallejo, autor de La puta de Babilonia, “no se les hace un delito comerse a las cerdos y a las vacas, que tienen un sistema nervioso complejísimo y que sienten y sufren como nosotros. Ni criar a unos pobres pollos, desde que nacen hasta que se mueren, sin ver la luz del sol, en unas jaulitas estrechas de unos galpones de infamia, en las que viven sobre sus excrementos destrozándose de desesperación a picotazos. Me produce un profundo desprecio esta sociedad cristiana de carnívoros y reprimidos sexuales”. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Vaya caso, como el de muchos. Yo, la verdad, comparto lo que dijo Denise Dresser, que hay sectores de la sociedad que piensan que los padres homosexuales serán un peligro para los niños que adopten o conciban. Y Dresser les pregunta: “¿No están al tanto de la amplia literatura académica que contradice los estereotipos comunes y descalificadores sobre los padres homosexuales? ¿Sabían que su capacidad de ser padres no es diferente a la de los matrimonios heterosexuales? ¿Sabían que -según estudios- los hijos de parejas homosexuales no tienen ni más ni menos posibilidades de ser homosexuales cuando crezcan?”. Es más, de acuerdo con varios estudios, se asegura que la homosexualidad “no se pega” ni infecta la salud emocional de los chicos; los hijos de estas parejas confirman que están orgullosos de sus papás o mamás (El Universal, 25 de enero/2010).
Este dichoso problemita, para mí, tiene dos palabras claves que pueden ayudar a solucionarlo: convivencia y tolerancia. Como escribió Antonio Machado, que dos y dos sean necesariamente cuatro, es una opinión que muchos compartimos, “pero si alguien sinceramente piensa otra cosa, que lo diga. Aquí no nos asombramos de nada”. Pero otra cosa es la difamación. Estaremos atentos en qué termina este desmán.
Hasta la próxima
jarl63@yahoo.com.mx

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