viernes, 20 de agosto de 2010

El mito de la seguridad

Salvador Muñoz
Los Políticos

Lo llamábamos Lobo o Mike.
Era nuestro portero.
Pesaba todos los kilos y era tan alto como un oso… No sé entonces por qué le decíamos Lobo.
Jugamos juntos en la prepa con Erick, el Japo, El Charro (su hermano), el Santos, el Tiburón, el Rayita, Mayoral, el Güero Álvaro, Caballero, El Ronco (no sé si supo que fue mi cuñao), El Chayanne Oropeza, Sánchez Sánchez (un ambidiestro que admiré el día que le anotó un gol desde media cancha al “Olaf Heredia”) y yo.
Fuimos compañeros de la mayoría de pintas de venado, de saladas, de hacernos a la rata… ¡Vaya! No asistir a clases e irnos a balnearios naturales, tomar camiones del servicio urbano, entrar a los almacenes Blanco por asalto y salir con frituras, refrescos y porquería y media ante la mirada de odio de empleados que nos confundían con chavos del Tec. de Orizaba.
Lobo era el encargado de manejar los camiones…
Un día me enseñó un truco de portero cuando se enfrentaba mano a mano con un delantero.
“Mira”, y me mostró su mano abierta cubierta por el guante de guardameta… tenía un montón de tierra.
–Cuando viene el delantero, hago un movimiento y le boto la tierra en la cara para cegarlo.
Un día me regañó.
–¡No metas la mano, Abuelo, pégalas al cuerpo!
Acababan de pitar un penal en nuestra contra. En el campo de Bachilleres Independencia había muchas piedras que provocaban que la pelota tuviera un rebote extraño y eso hizo que en una jugada el balón fuera a mi mano, pero el árbitro se sacó un penal.
Otra ocasión, por estar entre los más chaparros, me pidió que cuidara el poste izquierdo mientras cobraban un tiro de esquina en contra. Dejé el poste antes de que se cobrara el tiro para cubrir a alguien que se había desmarcado. Fue un gol olímpico a media altura que, de haber estado allí, lo hubiera impedido. Me regañó.
Después, creo que en un campo de Río Blanco, corriendo a mi primer poste para atajar el balón, lo metí en mi propia portería… ¡Y Lobo volvió a regañarme!
Regañar es un decir…, era un Lobo noble y al igual que todos los de la prepa Independencia, tenía ese aire de rebeldía, de desmadre, de niño.
En el propedéutico, entre Lobo y demás compañeros me levantaban de manera horizontal sobre las ventanillas de los otros salones, mientras yo simulaba que nadaba, provocando la risa de los compañeros que tomaban clases, al mismo tiempo que una mentada de madre de la maestra Aracely y demás cuerpo académico…
Nos fuimos de pinta a muchos lugares, hicimos muchos desmanes (sin lastimar nunca a nadie), estuvimos en Puebla, Veracruz y Xalapa. En la Ciudad de los Ángeles, Lobo insistía en que me pagaba a una prostituta porque tenía la idea de que era virgen… ¡Yo!, no la prostituta. “Anda Abuelo, yo te pago…”, sin saber que conocía los placeres de Eros con una novia a la que le era más fiel que perro, aunque al final, fue una de las causas que me invitó a quedarme en Xalapa.
Un día, Lobo, quien manejaba una combi, sufrió un accidente en carretera y fue detenido por elementos de la Federal de Caminos quienes lo estuvieron golpeando… No se dieron cuenta que golpeaban a un joven de 17 años que parecía un hombre de 25 o más.
Así era… Lobo era un niño atrapado en cuerpo de hombre; reía, era travieso, se acercaba y me decía: “Abuelo… Abuelo… ¡cómo se me antoja fulana, sutana, perengana!”…, y a esa edad, ¡a quién no!
En fin…
Hace unos días todo ese mundo de joven se vino de golpe cuando me enteré que a Lobo, el Mike, mi amigo, mi portero, mi cuate, fue “levantado” y su familia, hace poco le hizo una misa porque ya no regresó.
La percepción de la inseguridad dejó de ser de oídas para trasladarse a un amigo, a un compañero, a un hermano…
Brindé por Lobo dos lágrimas, y sigo siendo más incrédulo de una autoridad que parece preferir estar ciega que aceptar una realidad, pues la seguridad es un mito.

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