viernes, 17 de septiembre de 2010

Las voces del terremoto del 85

Lorenzo Franco

Han pasado 25 años y el recuerdo aún estremece. Sí, dicen que recordar es volver a vivir pero nadie, ningún mexicano, quiere volver a vivir ese despertar del 19 de septiembre, esas siete horas con 19 minutos que sacudieron no sólo a la tierra, sino el corazón de quienes allí estuvieron hombro con hombro, mano con mano, dando ayuda, dando esperanza y salvando vidas.
Como esos 58 xalapeños, que entregaron su mayor esfuerzo en los escombros, entre las piedras, entre una política absurda de querer aparentar trabajo para que los funcionarios salieran en la foto, entre la solidaridad del mexicano que tenía mucha voluntad pero poco conocimiento de cómo atender una crisis como la del 19 de septiembre en la ciudad de México…
Han pasado 25 años y las voces del terremoto aún estremecen…

“Actualmente, estamos organizando al grupo de socorristas veteranos de la Cruz Roja de Xalapa que participamos en las labores de rescate y primeros auxilio a los damnificados por el macrosismo oscilatorio y trepidatorio que hace 25 años asoló a varias ciudades del sur y centro del país, en particular al Distrito Federal, con una población entonces de más de 20 millones de personas, incluida su zona conurbada.
“A esa distancia del tiempo, aquí permanecemos por razones de trabajo unos 10 compañeros de aquel grupo de 58 voluntarios. Con excepción de uno fallecido, muchos están dispersos en diversas entidades, pero los hemos invitado para que asistan en esta ocasión a los actos conmemorativos de estas Bodas de Plata, relevantes por coincidir con el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución.
Jaime Caballero Hernández, conductor en el Servicio Urbano de Xalapa.

“Ahorita estamos formando el grupo de veteranos socorristas de la Cruz Roja xalapeña, que acudimos en septiembre de 1985 a la ciudad de México, donde permanecimos en promedio unos tres meses trabajando en labores de rescate, primeros auxilios, vacunación y medicación preventiva, así como distribución de alimentos, ropa y demás suministros de ayuda humanitaria a los damnificados, ubicados primero en albergues y después en campamentos que se instalaron en diversos puntos de la capital.
“Actualmente formamos parte del grupo de veteranos en general que ya existe, formado por elementos de la Cruz Roja, del Benemérito Cuerpo de Bomberos, agentes de Tránsito y policías municipales”.
Jaime Caballero Hernández.

“Antes de los sismos, en septiembre de 1985 nos tocó a un grupo de 50 socorristas de la Cruz Roja de Xalapa viajar en cinco ambulancias rumbo a Chiapas, en un operativo que cada año organizaba el Comité Nacional de Socorro en Casos de Desastres, a solicitud del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Ayuda a Refugiados (ACNUR) a fin de atender a grupos de guatemaltecos que a partir de la década de 1980 vivían temporalmente en albergues y campamentos en San Cristóbal de las Casas, debido a conflictos bélicos en su país.
“En esa época, íbamos y veníamos para cambiar de elementos y vehículos. El día 19, un grupo de 25 socorristas sentimos el temblor al estar en San Andrés Tuxtla, donde llegamos un día antes procedentes de San Cristóbal rumbo a Xalapa, pero tuvimos que pernoctar ahí porque algunas de las camionetas venían fallando.
“Fue entonces que nos agarró el temblor. Hicimos algunas llamadas y supimos que en la capital del Estado no había pasado nada grave, excepto el susto, porque no hubo daños mayores en esta región.
“Al llegar a la Cruz Roja xalapeña nos dieron instrucciones de descansar, porque en la madrugada del vienes 20 saldríamos hacia México, a alcanzar a otro grupo que ya había sido despachado. Según los noticiarios de radio y televisivos, la capital del país prácticamente había desaparecido.
“Al llegar allá nos tocó la réplica, que fue también una de las mas fuertes. Nos habíamos concentrado en las instalaciones de la Benemérita Institución en la colonia Polanco, que sería nuestra base de operaciones en las semanas siguientes.
“Uno de esos días fue a buscarnos un paisano que vivía allá, para urgirnos a ir en auxilio a unas personas atrapadas en el cubo del elevador de un edificio, donde escuchó sus voces pidiendo ayuda.
"Como las ambulancias capitalinas y de otras entidades que estaban ahí en solidaridad andaban ocupadas en varios servicios, salimos nosotros en una ambulancia de la Cruz Roja de Xalapa pero por desgracia, en lo que nos trasladamos, ya había empezado un incendio.
"Llegaron los bomberos y con el agua de sus mangueras, terminó de colapsarse ese edificio. Fueron de las cosas más impactantes, dramáticas que nos tocaron presenciar.
Luis Álvarez Andrade, técnico en el área de Reembobinados de Radiotelevisión de Veracruz (RTV)

* Éramos chavos, pero muy entrones *
“El reglamento de la Cruz Roja es muy claro. Nadie menor de 18 años puede ser voluntario o socorrista. Yo tenía apenas 16, la misma edad que otros compañeros, pero también los había de 14, 15 y 17 años. Éramos una delegación muy especial en ese sentido.
“Pero también era particular, porque de todos los comités nacionales dentro de Cruz Roja de socorros para casos de desastres, era el único que no estaba en el Distrito Federal, sino aquí en Xalapa.
“Por eso, a los más chavos nos ocuparon en la sede central para la recepción de ayuda humanitaria que empezó a llegar procedente de diversas partes del país e incluso, del extranjero.
“Esa ayuda se separaba y clasificaba por artículos -medicamentos, alimentos, productos básicos, ropa y zapatos por talla y sexo; cobertores y colchonetas, que se despachaba en un principio a los albergues y después, a los campamentos para damnificados.
“En esos días fuimos testigos de la solidaridad de toda la gente que quedó a salvo, particularmente familias adineradas de las Lomas de Chapultepec, Virreyes, Pedregal de San Ángel y otros suburbios elegantes, cuyos hijos jóvenes acudieron a la Cruz Roja como voluntarios para ayudar en lo que podían, como donantes de sangre o llevando bebidas calientes, refrescos, sándwiches y golosinas a quienes estábamos ahí”.
Luis Álvarez Andrade.

* El panorama en la ciudad, como escena de guerra *
“Cuando salimos a nuestros primeros servicios, todavía era caótico el panorama urbano, entre columnas de humo y nubes de polvo que se levantaban sumándose al smog cotidiano, lo cual tornaba más lúgubre el ambiente acentuado con el ulular de patrullas, ambulancias y carros-bomba. Tanto de día como de noche, había grupos tratando de rescatar a quienes aún permanecían vivos bajo toneladas de escombros.
“En algunos sitios estaban los Bomberos apagando el fuego de los incendios provocados por fugas de gas o corto circuitos eléctricos. Por todas partes, cuadrillas de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, de Teléfonos de México, del DDF y de PEMEX, controlaban fugas de gas en edificios habitacionales; de agua en calles agrietadas y combustibles de gasolineras; levantaban postes caídos y reanudaban las comunicaciones cortadas.
“Incluso, me tocó ver cuando los traxcavos y otros grandes equipos mueve tierra sacaban cadáveres despedazados al retirar paredes y techos derrumbados”.
Jaime Caballero Hernández

* Tras los sismos del 85, nuevo concepto de Protección Civil *
“Obviamente, una tragedia de esta magnitud en una ciudad tan grande, nos agarró desprevenidos en materia de protección civil. Ese 19 de septiembre fue un parteaguas en tal sentido y a partir de entonces, se empezaron a realizar simulacros de salvamento y se hicieron más rígidos los reglamentos de construcción.
“Se empezó a exigir, por ejemplo que todas las edificaciones de más de tres niveles contaran con escaleras y salidas de emergencia; que los centros de diversión tuvieran salidas de emergencia y tomas de agua para Bomberos;
“También se exhortó a que los edificios escolares dispusieran de pasillos más amplios e iluminados, con patios y entradas accesibles; aulas, talleres, laboratorios, bibliotecas, canchas y auditorios, con las necesarias medidas de seguridad.
“En particular, esto se pidió también para guarderías publicas y privadas, sobre todo cuando se acondicionan en locales impropios para este propósito, lo cual no resultó efectivo, por ejemplo en el caso de la Guardería ABC de Hermosillo, Sonora, siniestrada el 5 de junio de 2009.
“En todos estos casos, más vale prevenir invirtiendo en equipo, instalaciones y capacitación, que después andar buscando ‘chivos expiatorios’ a quiénes culpar de las negligencias”.
Saúl Marín Olvera, adscrito en el Departamento de Protección Civil de la Termoeléctrica de Laguna Verde.

“Los principales daños estaban en las colonias Roma, Juárez, Condesa, Guerrero, Tabacalera, Doctores, Obrera, Unidad Tlatelolco, Centro Urbano Presidente Juárez y en el primer cuadro, donde cayeron hoteles, hospitales, escuelas, fábricas, talleres, edificios de oficinas y viviendas, un total de 400 edificios, así como 1,700 con severos daños.
“En las horas siguientes era común atender a miles de lesionados en los lugares mismos de la tragedia, en tanto las cuadrillas de rescate se abocaban a sacar con vida a los sepultados o bien, a los fallecidos.
“Las primeras cifras oficiales hablaban de 6,500 muertos, pero al paso de los años se supo que fueron más de 20,000 entre fallecidos y desaparecidos, así como unos 30,000 lesionados”.
Jaime Caballero Hernández.

* Aun nos falta cultura de la protección civil *
“Es necesario que contemos con una cultura de la protección civil, inculcada desde la infancia como en otras naciones. Después de los sismos, muchas acciones de salvamento eran bien intencionadas, pero mal ejecutadas por la falta de entrenamiento y capacitación.
“Tras los sismos del 85, la gente llegaba a hacer lo que pensaba que estaba bien, pero no tenían ni la capacitación, ni las herramientas, ni sabían qué hacer de inmediato. Tampoco consideraban los riesgos a que se exponían, cuando se metían a pretender ayudar.
“Además, no había hasta entonces una voz de mando con experiencia. Había buenas intenciones, pero descoordinación. Hubo quienes tomaban el mando y ordenaban: ‘Ustedes por aquí, ustedes por acá’, pero no había la experiencia para decir: ‘aquí ya no se metan, esto es riesgoso’. En aquellos momentos, en el DF todos actuaron con buena voluntad, pero no con conocimiento.
“Pasaban los helicópteros de todas las dependencias gubernamentales o sobrevolaban en vuelos rasantes, pero las vibraciones de aspas y motores aceleraban los derrumbes de lo que ya estaba por caer.
“También entraban vacíos a las zonas colapsadas y salían grandes camiones de volteo cargados con cascajo, cuyo peso y movimiento aceleró la caída de muros y techos. Ahora sabemos que eso no se hace así.
“Previo a esta tragedia, supimos que desde agosto de 1985 había llovido fuerte en varias zonas de la capital, incluso con granizadas atípicas cuyo hielo se quedó en aleros y azoteas, derritiéndose lentamente por el sol al paso de los días, cuyo peso y humedad provocaron reblandecimiento de techos y paredes en algunas construcciones antiguas.
“En San Antonio Abad, Anillo de Circunvalación, Fray Servando y otras calles adyacentes, hubo edificios que se cayeron porque ahí operaban fábricas y maquiladoras de ropa, cuya construcción y pisos no estaban diseñados para soportar el peso de la maquinaria, el almacenamiento de materia prima y prendas confeccionadas, ni del personal que laboraba en varios turnos”.
Saúl Marín Olvera.

* La Cruz Roja capitalina, a la altura de las circunstancias *
“Obviamente, muchos sobrevivientes de los sismos presentaban cuadros de crisis nerviosa, psicosis, neurastenia, histeria o depresión, sobre todo quienes habían sido rescatados de entre los escombros o habían perdido a familiares, ante la impotencia de no saber qué hacer.
“Nos tocó ver a gente que escarbaba desesperadamente con las manos ya sangrantes, tratando de rescatar a amigos o a familiares. En general, la gente sufrió una crisis impactante ante una tragedia de tal magnitud, pese a que los capitalinos están acostumbrados a otros temblores más leves -por estar asentada la ciudad sobre subsuelo acuoso- exceptuando el sismo del 28 de julio de 1957, registrado como de 7 grados en la escala de Mercalli, cuando se cayó la escultura del ángel que remata la columna de la Independencia, en el Paseo de la Reforma.
“En la Cruz Roja de Polanco se organizó y funcionó adecuadamente el banco de sangre y los respectivos almacenes de medicamentos, material de curación e instrumental quirúrgico que llegó como parte de los donativos nacionales y extranjeros. Aparte, estaban las bodegas de alimentos, ropa de abrigo, zapatos, prendas de vestir y otros enseres para los damnificados.
“También la gente de menores recursos fue solidaria, ayudándonos en la distribución de ayuda humanitaria en los albergues y campamentos para damnificados ubicados en el barrio de Tepito y en las colonias Doctores, Guerrero, Obrera y otras con fama de que ahí viven personas violentas”.
Luis Álvarez Andrade.

Prometo poner el lunes los nombres de los 58 héroes...

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