lunes, 28 de febrero de 2011

Números Arábigos

Juan Antonio Nemi Dib
Historias de Cosas Pequeñas

Es demasiado pronto para medir -y explicar- en toda su dimensión los movimientos sociales de protesta surgidos en el norte de África y en el Medio Oriente, pero nadie duda de las implicaciones que tendrán para el futuro de toda la humanidad. Parecen sociedades y acontecimientos lejanos a nuestra realidad cotidiana, pero no lo son; por el contrario, los efectos de estas protestas se dejan sentir ya con toda su fuerza en la economía planetaria (algunos afirman que apenas es el principio) y es fácil prever que afectarán los equilibrios geopolíticos actuales y, eventualmente podrían derivar en conflictos de mayor envergadura, incluso confrontaciones bélicas.
Después de varias visitas infructuosas al ayuntamiento, Mohamed decidió “que valía más la pena morir que vivir en la miseria”. El pasado 17 de diciembre se roció de gasolina y se prendió fuego, causándose las quemaduras que acabarían matándole, aunque no inmediatamente, sino hasta principios de enero. La reacción social no se hizo esperar: la furia contenida por los excesos del presidente Ben Alí y su familia durante 23 años continuados de gobierno represor, finalmente estalló. Así, la hoy célebre “Revolución de los Jazmines” acabó derrocando al dictador, con sorprendente rapidez.
Bouazizi Jamás se imaginó que sería el detonador, por lo menos el visible, de una serie de manifestaciones que hoy tienen en jaque a una docena de naciones del mundo árabe, que quitó del gobierno egipcio a otro dictador sempiterno -Hosni Mubarak-, que ha producido una guerra civil en la que Muamar Kadhafi actúa con brutal salvajismo (bombardeando con la fuerza aérea a la población civil) intentando aferrarse a un poder ejercido durante 42 años y que inevitablemente perderá, no sin costo de sangre.
2.- La pobreza, la exclusión y la falta de oportunidades ayudan a explicar las explosiones sociales en Irak, Yemen, Egipto y Túnez, pero no así de Libia (con más de 14 mil dólares anuales de producto interno bruto per cápita) ni de Bahrein (con 39 mil 400 dólares de ingreso por habitante). Hay otros elementos que no pueden excluirse del análisis: la confrontación entre las distintas corrientes religiosas, la frustración de las nuevas generaciones por la falta de espacios para su participación y, en buena medida, el hartazgo frente a estructuras sociales y de dominación que han servido durante décadas para el enriquecimiento de la élites que se sustenta en ofensivas prácticas de corrupción y saqueo.
3.- No se trata de hacerle eco a la teoría de la conspiración, pero es muy difícil explicar la rapidez y la eficacia de estos movimientos sociales, en medio de sociedades sumamente controladas, con eficaces sistemas represivos y poco o ningún respeto por la vida humana y menos aún por las leyes. No son pocos los analistas que se preguntan si hay alguien detrás de todo esto o si se trata, realmente, de movimientos espontáneos que se basan exclusivamente en la voluntad popular.
4.- Es un error suponer que los derrocamientos ocurridos hasta ahora serán por sí mismos la garantía de mejores estadios para la población de las naciones “liberadas”. Los gobiernos provisionales -en Túnez y en Egipto- están integrados con las mismas estructuras de poder de Ben Alí y de Mubarak; los ejércitos que fueron pilar de los regímenes represivos son ahora los “custodios” de las respectivas transiciones y habrá que ver cuál es su nivel de compromiso con las causas populares y cuál con el estatus quo que antaño defendieron y al que, por supuesto, servían.
5.- Hay una posibilidad cierta de que los movimientos sociales desemboquen, sobre todo si realmente se producen comicios democráticos y abiertos, en el triunfo de partidos y organizaciones religiosos de corte más o menos radical. Ése no será un factor de estabilización y menos aún, de agrado para Occidente. Tanto las élites internas como los intereses exteriores buscarán evitar, en la medida de lo posible, que el islamismo radical tenga acceso al nuevo poder público. Es predecible que dicha exclusión producirá aún más tensiones.
6.- El Presidente del Estado Israelí, Simón Pérez afirmó en España que su país asiste “encantado a las demandas de los países árabes porque son el mejor garante de la paz”. La de este brillante político hebreo es una posición que admite muchas lecturas: ¿quién asegura que los nuevos regímenes árabes serán pro-israelíes?, ¿acaso los dirigentes israelíes saben de lo que están hablando porque tienen la mano metida?, ¿será verdad que la posición anti-israelí de los países ahora convulsos pertenece sólo a los gobiernos derrocados y no a sus pueblos?
7.- Es evidente que Estados Unidos -y por ende Israel- perdieron en Ben Alí y en Hosni Mubarak a dos valiosos aliados históricos e incondicionales. Cuesta trabajo aceptar la idea, sumamente perversa, de que Obama y Netanyahu hubieran propiciado sus respectivos derrocamientos, a menos que pudieran asegurar lo que vendría después. No así en Libia que, por supuesto, se convierte en un jugoso botín gasolinero (“invadible por causas humanitarias”, like Irak, of course).
8.- Alguien gana con toda esta crisis. Evidentemente y, para empezar, las compañías petroleras y los especuladores financieros. De los demás, se irá sabiendo en la medida en que aprendamos a sumar estos nuevos números arábigos.

antonionemi@gmail.com

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