viernes, 18 de febrero de 2011

Snorkelear

Liz Mariana Bravo Flores
Andanzas de una Nutria


“Si navego con la mente el universo, o si quiero a mis ancestros retornar agobiado me detengo y no imagino tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir”
Alberto Escobar


¡Al agua patos! Eso pensé cuando brincamos de la lancha para sumergirnos a explorar la flora, fauna, a disfrutar del sol, la sal, el viento y todo lo que implica el ambiente marino de la bahía de La Entrega en Huatulco.
Ilusionada por un paseo turístico que ofrecían a los asistentes al congreso que hizo que mi padre nos llevara ahí, insistí a los organizadores que, mi corta edad, no era impedimento para que me dejaran realizar el tour; sin embargo, ellos sostenían –y con razón- que mis 12 años no eran suficientes para que me llevaran sola. Entristecí ante la posibilidad de privarme de la gran aventura.
Resulta que mi papá tenía que estar en conferencias y para mamá la idea del mar no resulta su favorita, pues la sensación bajo el agua le genera fobia, la lancha le provoca mareo; cuando pensé que sería un día más en la alberca del hotel, la oportunidad llegó.
El doctor Vergara y su esposa, de Puebla, y a quienes yo no tenía oportunidad de conocer, pero que resultaron ser amigos de mis padres, al escuchar mi súplica a la guía de turistas, me dijeron que ellos podían hacerse responsable de La Nutria de 12 años que moría, tanto como ellos, por sumergirse en las aguas de La Entrega.
Bastó con el “Sí” de papá y la buena voluntad del matrimonio poblano para hacer realidad una de mis mejores aventuras: Conocer el mundo submarino que tantas veces, durante la pesca, he imaginado.
Emprendimos viaje a bordo de una lancha hacia el poniente de Santa Cruz, en Huatulco, para llegar a la antigua playa de Texca y actualmente denominada La Entrega debido a que ahí entregaron a Vicente Guerrero en manos del Capitán Miguel González para que lo fusilaran el 14 de febrero de 1831.
Ahí, “ajuareados” con el equipo propio para snorkelear, un par de aletas, un visor y un snorkel y, por seguridad, un chaleco salvavidas. Recorrimos el fondo de la bahía, mientras, a cada aleteo, descubríamos con asombro nuevas maravillas, como coral, tortugas marinas, peces multicolores, algas, conchas, caracoles, esponjas, anémonas y un sinfín de seres vivos que, en conjunto, daban a nuestros ojos un paisaje inolvidable.
Lo más sorprendente fue descubrir una cueva que estaba a la derecha de la bahía a la que, para entrar, había que esperar que saliera la ola y nadar muy rápido por debajo de la superficie marina para lograr atravesar la entrada antes de que la ola regresara pues, como muchas cuevas, ésta tenía un cúmulo de estalactitas y estalagmitas que serían mortales si una ola nos azotaba contra las paredes de la cueva.
En su interior, el mar era calmo, frío y de un azul turquesa que enamoraba. El techo de la cueva tenía un tapiz de murciélagos y el eco invitaba a gritar en espera de la respuesta.
Salimos del agua para volver al congreso con la sangre llena de aventura, de adrenalina y gratitud hacia aquél matrimonio con quienes, desde aquella ocasión no he vuelto a coincidir.
Nuestro corazón latió más rápido al encontrar, justo fuera de la bahía, a unos pescadores que recién habían sacado, de dónde estuvimos, un tiburón de talla mediana.
Más tarde, supe que para los veracruzanos, nadar en mares con tiburones es lo habitual, pues es en Chachalacas donde se han encontrado la mayoría de tiburones se exhiben en el acuario del estado.

nutriamarina@gmail.com

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