lunes, 21 de marzo de 2011

El Hombre Nuclear


Salvador Muñoz
Los Políticos

Steve Austin... astronauta... su vida está en peligro... lo reconstruiremos... poseemos la tecnología para convertirlo en un organismo cibernético... poderoso... superdotado.
Así fue mi primer encuentro con una palabrita que significaba que aquel hombre que la poseyera, en este caso Steve Austin, haría bien: Nuclear.
La serie en inglés era algo así como “El Hombre de los seis millones de dólares”. En español, los traductores le dieron el toque especial: “El hombre nuclear”, quizás por la guerra fría que se vivía, creyeron que era más espectacular tal nombre.
Por supuesto que para los niños o jóvenes de aquella época, inolvidable será el “ti-ti-ti-ti-ti” de la visión biónica de Steve Austin. Para las recientes camadas, pues ni idea de lo que estoy hablando.
Total que mientras mi infancia me la pasaba corriendo a la velocidad que ejercía el agente Steve Austin, diez años pasaron más rápido para que en 1986, otro suceso me trajera de nuevo esa palabrita que, quizá por la radiación que emanaba, de “buena”, pasaba a “mala”: Nuclear.
Chernobyl era la noticia más tremenda que pudiera uno recordar en torno a lo que significaba el uso de este tipo de energía.
Los años posteriores a la explosión de un reactor tampoco fueron alentadores. Miles de revistas, de periódicos, de reportajes, daban cuenta de los tremendos estragos que causó entre la población afectada por la radiación. Recuerdo esas noticias de bebés que nacían sin brazos, sin piernas, deformes... los hijos de Chernobyl.
Y conforme pasó el tiempo, de “mala”, la palabra “nuclear” se volvió perversa, catastrófica, terrible cuando Erika Vetzler (creo que así se escribía) pasa a la fama con sus célebres palabras en el noticiario “24 Horas”: ¡Es nuclear, Jacobo, es nucleaaar!
Era 1990, estábamos en la redacción de El Política, y la noticia nos sacudió. Estallaba la Guerra del Golfo... sin bombas nucleares, como lo afirmó en escandalosa transmisión a nivel nacional la corresponsal de Televisa.
Hubo que pasar muchos años para que la palabra “nuclear” tuviera un enfoque crítico en una caricatura: Los Simpson.
Si bien, es fuente de energía para Springfield, exhibe el poco cuidado que hay en torno a los trabajadores y los desechos.
Hoy, con Japón y sus plantas nucleares, el temor a la radiactividad aflora en los diversos medios de información. Gente que teme subirse a un Nissan, una Toyota, jugar Nintendo o ver un episodio de Candy Candy por temor a la radiación... sí, exagero un poco pero...
¡Oh! Malas noticias... la radiación ya nos alcanzó.
Y no precisamente por Fukushima, la planta nuclear que viene siendo la última noticia en todos lados... peor aún... la radiación la tenemos en casa.
Si usted está leyendo esta columna en la computadora, está recibiendo una dosis de radiación a través de la pantalla. Si en ese momento le habla su esposa al celular, igual recibe una dosis de radiación en el oído. Si ya se paró para calentar la comida en el horno de microondas, acaba de comer su dosis de radiación. Si se molestó por los comentarios de este redactor y decide mejor ver las noticias con Lolita Ayala o “Nos vemos por Telever”, igual tendrá dosis de radiación... y si sencillamente opta por salir a la calle dejando celular, IPod, Blackberry y Nextel para evitar un mínimo de radiación, ¡igual se jode! los rayos ultravioleta están haciendo lo suyo... en pocas palabras, como sea, de cualquier modo, todos los días, recibimos descargas de radiactividad sin necesidad de ir a Japón...
Ocurra lo que ocurra en la planta nuclear de Fukushima o que digan ambientalistas, Madres Veracruzanas, científicos y demás, que Laguna Verde no está en condiciones de funcionar aun con las visitas de doctor de nuestras autoridades federales y estatales a la central, al parecer, todos hemos de ser, de un modo u otro, ¡un hombre nuclear!

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