viernes, 25 de marzo de 2011

A volar por los 500 escalones!!!

Liz Mariana Bravo Flores
Andanzas de una Nutria

“En busca de un sueño, transcurren los ríos, en busca de un sueño, se salta al vacío…”
Silvio Rodríguez.


Mi rostro ruborizado hasta los pies era muestra del bochorno que me provocó escupir cuanta maldición, leperada e injuria llegaron a mi mente. Por más que intentaba controlarme y cerrar la boca, la adrenalina y el pánico se apoderaron de mí.
En principio, cuando me lo propusieron, una chispa de emoción recorrió mi cuerpo, brinqué, me reí, aplaudí, y volví a brincar. No dudé ni por un segundo en aceptar la propuesta de modo que, ni tardos ni perezosos, los anfitriones de Orizaba me condujeron hacia los 500 escalones, cerca del puente de Metlac, en donde un experto me colocó el arnés ajustado a piernas y cintura, un mosquetón, guantes y el casco de seguridad.
Hasta entonces todo marchaba de maravilla. Yo ya me había deslizado sobre una tirolesa de niña; pero a la que estaba a punto de subir no era cualquiera, se trataba nada más y nada menos que de la tirolesa de los 500 escalones en Orizaba, Veracruz, misma que está catalogada como una de las más largas y altas del mundo.
Antes de lanzarme, vi hacerlo a uno de los guías de la zona, lo que demostraba que era segura y que ellos sabían bien lo que estaban haciendo. Los cables de acero, que según me dijeron eran de media pulgada, parecían anchos, fuertes y seguros, lo que a muchos hubiera dado confianza; sin embargo, una vez que subí al sitio donde me engancharían a la cuerda que me haría volar sobre el Río Blanco, las piernas comenzaron a temblarme, empecé a sudar frío, me paralicé. Sentí como mi corazón latía a toda velocidad intentando escapar de mi cuerpo para no ser lanzado al precipicio.
Después de tomarme mi tiempo para hacerme a la idea, para convencerme de que sería divertido, dimensionar el largo y altura del trayecto, entender que si decidía lanzarme de ida debía realizar también la tirolesa de regreso (pues no hay otro modo de cruzar); tras disfrutar los ríos de adrenalina que corrían por mi cuerpo desde hacía ya varios minutos, por fin me hice de valor, tomé aire y brinqué al vacío.
Mientras salían los venenos de mi boca, pensaba en que quienes deciden suicidarse lanzándose desde algún lugar al precipicio deben estar muy seguros de lo que hacen y ser muy valientes pues, por lo menos para mí, esos instantes antes de brincar a la nada, aun sabiendo que viajaría con toda la seguridad existente, fueron de pánico.
Mientras recorría los 288 metros de ida y los 270 de regreso, a 120 metros de altura sobre el río y la vegetación de Orizaba, me relajé y, por un momento, cerré los ojos para intensificar la sensación del viento frío en mi piel, para sentirme volar.
Los abrí para fotografiar con mis ojos el paisaje inigualable. Pasé tan cerca de la copa de los árboles que, por un momento, pensé que me estrellaría contra ellos.
Al término, las piernas aún temblaban y mi corazón golpeaba con toda su fuerza, pero la sensación de libertad me enganchó para siempre.
Al reencontrarme con los empresarios que me invitaron, quienes me esperaban en el punto de partida, mi rostro se ruborizó hasta los pies en muestra del bochorno que me provocó escupir cuanta maldición, leperada e injuria llegaron a mi mente al momento de lanzarme, y de pura vergüenza decidí volverme a lanzar pero esta vez de cabeza.
Desde entonces, cada que tengo la oportunidad de visitar la Ciudad de de las Aguas Alegres ésta me arranca una sonrisa y me conduce directo hacia la tirolesa de los 500 escalones.

nutriamarina@gmail.com

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