martes, 18 de octubre de 2011

Palabras inflamadas del Presidente

Ángel Lara Platas

En los anales de la historia moderna de México, no había habido ninguna página abierta tan ajada como la que ahora tenemos frente a nuestros ojos.
Para muchos es una noche larga y fiebre lenta. Para otros es el resultado del extravío en el camino de nuestra verdadera identidad, que como sociedad perdimos en algún momento en el tránsito de la revolución mexicana a un modelo de país que construimos sin el adecuado cimiento de valores. Pareciera que desde entonces no hemos encontrado nuestra consonancia cultural e intentamos, sin conseguirlo, sustituirla por modelos de otros países diferentes al nuestro.
La falta de valores en los jóvenes -función que como padres no hemos alcanzado a asumir responsablemente-, aunado a la carencia de oportunidades de trabajo, han derivado en el agrupamiento de estas masas de brazos nuevos y fuertes, que sin oportunidades enfrente, se han dejado envolver por personajes siniestros que a cambio de sueños bermejos de corta vida, son arrastrados por los inciertos y abrojados caminos de la delincuencia.
La autoría de este capítulo, sin lugar a dudas, es responsabilidad de dos partes: sociedad y gobierno.
Un punto que no aparece en la agenda oficial es la integración familiar. La desatención de este rubro es un motivo fundamental de la disolución familiar. Una familia disoluta no puede aportar los mejores hijos al loable servicio de la nación.
En contraparte, un gobierno con procedimientos viciados y políticas equivocadas, no podrá ofrecer mucho al desarrollo integral como nación.
Pero si nos convence la idea que la culpa es de todos, exceptuando obviamente a los desposeídos cuyo renglón hay que llenar aparte; debemos partir de ese punto.
Los que se encargan de estudiar a la sociedad, coinciden en la idea de que tiene que asumir un papel más protagónico en el concierto de los temas políticos nacionales, línea a línea y plano a plano.
La actitud contemplativa y un tanto marginal, debe tornarse en una participación más pujante y más decidida, empuñando en alto las armas del saber y el conocimiento.
La participación de la sociedad en general, debe saltar los muros callados de su actitud silenciosa e insignificante y un tanto apartada del contexto político-electoral, y colocarse en una posición de alta exigencia apoyada en la pasión de su juicio y experiencia.
Una sociedad más analítica, participativa y menos inmóvil, contribuye indefectiblemente en la profesionalización de la política en general.
Los vacios de la sociedad son ocupados en tutoría por terceros como es el caso de los influyentes medios de comunicación, cuyo empeño por participar en las decisiones políticas ha sido evidente. De manera particular destaca el interés del duopolio televisivo por colocarse en el centro de las grandes decisiones políticas. En sus estrategias de comunicación se puede observar la clara intención de adjudicarse el papel que solo corresponde solo a los ciudadanos en plenitud de sus derechos civiles.
Con mucha frecuencia se les ve asumir el papel de autoridad y potestad para juzgar y sentenciar. En otros casos actúan como ministros plenipotenciarios o embajadores de sus intereses.
El problema crece cuando se observa al poder presidencial afectado por el descuido, la debilidad y la lentitud. Y apocado frente a los verdaderos enemigos de México.
Un presidente de la República que no pierde la oportunidad de criticar sin antes intentar resolver los problemas con mayor audacia. Quien, además, con estupefaciente naturalidad pasa de máximo gobernante a ciudadano dolido y afectado por sus propias decisiones, como jugando el juego del continuo cambio de silla para reírse del que se quede parado.
En el contexto de esas controversiales actitudes y criterios encontrados, se dan unas declaraciones sobre Veracruz y su gobernador, más dirigidas a crear una atmósfera volcánica en un contexto electoral, que consolidar puentes de entendimiento y acuerdos sensatos y responsables, haciendo a un lado las inclinaciones ideológicas y filiaciones partidistas.
Sin corresponder a la posición seria y respetable de un presidente de la República, criticó Javier Duarte por algo cuyo verdadero origen está en los equivocados procedimientos en el combate al crimen organizado, tal como de manera cotidiana lo externan los diferentes grupos de la sociedad civil y los expertos que se dedican al estudio de estos temas.
El Presidente de los mexicanos debe borrar de sus discursos lo que supone, imagina o adivina. Tampoco debe acusar sin analizar con seriedad cada uno de los temas de la agenda nacional. Eso es muy delicado y produce verdadero espanto a quienes lo oyen.
Sus palabras, lejos de elevar el discurso a nivel de razón, parecen harto inflamadas de encono en contra de los que portan otros colores partidistas.
Tampoco es políticamente saludable que siga utilizando la metralla verbal y mediática para tratar de vulnerar, con fines electorales, a entidades federativas con mayor población electoral como es el caso de Veracruz.

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