lunes, 22 de julio de 2013

Difamación, el arma de los sucios

Roberto Morales Ayala
Zona Franca

Tiene mil vertientes la política y muchas de ellas tienen que ver su parte sucia, el golpe bajo, la rudeza cuando el enemigo se crece y el ataque público con bases o sin bases, pero con ganas de demeritar.
Es lo que llamamos difamar, acusar para enlodar, desprestigiar y hasta degradar al oponente con imputaciones dolosas, basadas en la mala intención, restarle al rival todo rasgo de credibilidad, en hacerlo digno de desconfianza.
A eso se le conoce como guerra sucia, como campañas negras y son tan socorridas que muchos personajes que hoy están en el firmamento político deben su éxito a todo lo que su falta de escrúpulos les ha permitido cosechar agraviando al enemigo y sembrando confusión en la sociedad.
Algunos políticos dicen que su mejor capital es su prestigio. Lo cuidan como si fuera una perla mágica, el tesoro de la reina o un cheque con una cifra de más de seis ceros. Su prestigio siempre está en juego y aquello que lo vulnere acaba con sus sueños y los condena al escarnio y en el peor de los casos, al olvido.
Las campañas negras se basan en dos conceptos: las que resaltan los defectos del rival político, pero que se fundamentan en realidades, y las que nacen de acusaciones falsas, sólo para enlodar al contrario. En estas últimas, el elemento estrella es la difamación.
Las campañas negras que destacan los negativos de un candidato o de un servidor público, le sirven a la sociedad porque permiten ver los defectos de quien pretende gobernar o ya gobierna. Las campañas negras surgidas a partir de acusaciones sin fundamento, son desleales y sólo las practican los políticos de baja ralea, malintencionados y de escasa moral.
La difamación incluye todo: imputaciones falsas o ciertas pero con la intención malsana de provocar desprestigio y destacan supuestos actos de corrupción, conductas inmorales, amantes por aquí y por allá, viajes con cargo al erario público, tráfico de influencias, contratos a los amigos, a los familiares o a los socios siempre y cuando se caigan con el diezmo, negocios aprovechando el ser alcalde, diputado, senador o funcionarios de gobierno de cualquier nivel.
La difamación es el caldo de cultivo de cualquier campaña de desprestigio y nada tiene que ver con hacer el retrato del político sino que su objetivo es demeritar y hacer al oponente repulsivo a la sociedad.
En 2006 hubo de todo, desde acusaciones por hechos reales hasta acusaciones infamantes. A Andrés Manuel López Obrador lo exhibieron con el episodio en que se ve a su hombre de confianza, René Bejarano, recibiendo decenas de fajillas de dinero —y hasta las ligas— del empresario Carlos Ahumada Kurtz. AMLO decía no tener nada que ver en el hecho, enmudeció y se desplomó en la intención de voto. El hecho era real y la campaña negra lo acabó.
Al mismo López Obrador, cuando se acercaba el día de la elección, le soltaron una andanada mediática en que aseguraban que era un peligro para México. Eso fue un exceso, repetido en televisoras, radio y prensa, cuyo efecto se vio en las urnas y en su derrota por un escaso margen, pero al fin derrota.
La campaña de 2012 fue igual. A Enrique Peña Nieto lo exhibieron como un inculto que no sabe ni el título de tres libros, que seguramente ni los ha leído; que habla el inglés tan mal que no sabe pronunciar la palabra sandwich; que no sabe cuánto cuesta el kilo de tortilla, y que le gusta tener amoríos e hijos fuera del matrimonio. Peña Nieto terminó de caer en las encuestas cuando los jóvenes de la Universidad Iberoamericana lo echaron en medio de una gritería, pero aún así pudo ganar la elección.
López Obrador, en cambio, aguantó que le exaltaran su amistad con Hugo Chávez, tan dado a decir locuras y excentricidades, cuando que El Peje nunca conoció, dice él, al ex presidente bolivariano, ya fallecido. Pero lo que le sí le pegó fue el pase de charola que hizo en una residencia de Las Lomas, en el Distrito Federal, a un grupo de empresarios para su campaña, cuya grabación frenó el avance que tenía hacia la silla presidencial, quedando a siete puntos del priísta Peña Nieto.
Difamación y calumnia son armas políticas. Buscan desacreditar al adversario. No son campañas negras para resaltar los negativos del candidato o político rival, sino para atribuirle hechos que le provoquen menosprecio y le resten credibilidad ante la sociedad.
En Las Choapas, por citar un ejemplo cercano e inmediato, se está dando cuando el ex alcalde y ahora diputado local electo, Renato Tronco Gómez, orquesta campañas negras contra sus opositores, cuyo fin es provocar desencanto social y repulsión hacia el PAN y PRD.
Tronco, que no es un santo ni se distingue por una conducta ética en su paso por la política, propala que el ex candidato perredista Marco Antonio Estrada Montiel, volvió al PRI y que se integró de inmediato a la bancada priísta en el Congreso de Veracruz. Su intención es obvia: causar desánimo y que a Marco Estrada se le vea como un traidor.
La campaña negra es incesante aunque estéril y de menor impacto. Creen en la traición de Marco Estrada los sectores a los que Renato Tronco ha mantenido dormidos o a aquellos a quienes ex alcalde ha privilegiado con negocios y prebendas, porque así es el juego de la política. Unos son tontos y otro se hacen los tontos.
Las campañas de desprestigio permean entre la sociedad porque así son los pueblos. Su memoria es corta. Olvidan pronto. Perdonan a quienes les hacen daño, a quienes roban el erario, a quienes se enriquecen a la vista de todos, a quienes les roban la tierra, a quienes embellecen sus ranchos con dinero de dudosa procedencia, y a quienes le dan a comida bajo precio pero también de mínima calidad, sabrá Dios si mañana se mueren de una intoxicación.
Sólo las sociedades maduras, o aquellas que se rebelan contra los políticos que actúan movidos por su mala intención, se resisten a creer en las mentiras de los profesionales del engaño.
El caso de Renato Tronco es ilustrativo. Usa a su periódico para mentir un día sí y al siguiente también con el fin de hacer ver a Marco Estrada como un priista que volvió al redil, que abandonó a su gente, que los traicionó, cuando el ex candidato del PRD expresa que es diputado local independiente y que continúa en la lucha por impedir que mediante un fraude Miguel Ángel Tronco Gómez sea impuesto como alcalde de Las Choapas.
La diferencia entre uno y otro es que Renato se esconde en las enaguas del tronquismo para difamar y desacreditar, y Marco Estrada le responde de frente. Cuestión de hombría y de falta de ella.
La difamación es, pues, el arma de los sucios. A ella recurren los políticos sin casta y sin clase, a quienes se les niega lo digno y lo sano, los que carecen de ideas para gobernar, los ladrones del presupuesto, los golpeadores de manifestantes, los sembradores de violencia y encubridores de funcionarios delincuentes, los que atentan contra el medio ambiente, los que lucran con el empleo, los que son lo peor de la sociedad.
Lo único que les queda para enfrentar al político opositor, es difamarlo. Fuera de eso, no tienen nada.

(romoaya@gmail.com)(@moralesrobert)

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