jueves, 29 de agosto de 2013

El que tenga oídos…

Jorge Arturo Rodríguez
Tierra de Babel

No sé ustedes, pero a veces como que ya no sabemos ni pa’ donde movernos, ni pa’ donde voltear a ver sin que ahí mismito esté la desgracia, la desdicha, la adversidad, muchas veces hermanada con la violencia y la muerte provocada por la estupidez humana, la necedad andante… Vaya, todo aparece no sólo envuelto sino inyectado de negatividad, de pesimismo, de desesperanza.
Eso por un lado; por el otro, a veces como que llega a cansar tanto bombardeo dizque informativo y de propaganda comercial y política, pero sobre todo de tanta porquería de entretenimiento televisivo. Dicen por ahí que nada con exceso, todo con medida, y quizás ahí esté la solución. Por lo pronto, sólo les comento del hartazgo que padecemos (¿o yo solo lo padezco? ¡Gulp!), por los sucesos negativos que nos obligan a que olvidemos lo que somos, por decir lo mínimo que no es precisamente lo menos importante.
 William Shakespeare recomendaba: anunciad con cien lenguas el mensaje agradable; pero dejad que las malas noticias se revelen por sí solas. Para qué preocuparnos. Ya lo decía Douglas Adams, nada viaja a mayor velocidad que la luz, con la posible excepción de las malas noticias las cuales obedecen a sus propias leyes. Ahí ta’.
 Creo que fue el periodista Abbott Liebling quien dijo que la gente generalmente confunde lo que lee en los periódicos con las noticias. Y la verdad, no le entendí mucho; que alguien me lo explique. Pero me quedo con que nos confundimos, sí, y mucho. ¿Cómo salir de este embrollo, de esta confusión, o al menos descansar un poco de ello?
 Isaac Asimov dijo alguna vez que en primer lugar acabemos con Sócrates, “porque ya estoy harto de este invento de que no saber nada es un signo de sabiduría”. Ahí ta’… El que tenga oídos… Incluso el poeta romano Lucrecio se preguntaba: “¿Por qué no salir de esta vida como sale de un banquete el convidado harto?” El que tenga oídos…
 ¿A qué viene toda esta palabrería? Hace unos días, el escritor Felipe Garrido, director del programa universitario de Formación de Lectores de la U. V., expresó que “en Veracruz sólo 11.4 por ciento de la población alfabetizada es lectora; luego hay un porcentaje muy grande de gente que está alfabetizada que sabe leer y escribir, que lee y escribe todos los días de su vida por razones de trabajo o estudio, pero que no dedica tiempo a la lectura por el gusto de leer, y es que eso es un lector. Cuando hablamos de lectores, hablamos de gente que además de todas sus lecturas obligatorias, por trabajo o por estudio, dedica un rato del día a leer”.
 Ahí ta’, ¿leer no sería un buen camino para sanarnos del hartazgo, de la confusión en la que estamos casi sitiados? Cambiar el sentido de las cosas, de esas que nos agobian, darles un giro de 180 grados. Estar atentos, sí, de lo que pasa a nuestros alrededor, pero, vaya, impedir que por eso nuestra vida misma se marchite, sino todo lo contrario, a partir del impulso lector y creador y crítico reflexivo, enfrentar la realidad cotidiana y circundante, aligerarnos, activarnos.
 Fue Georg Christoph Lichtenberg quien escribió el aforismo: “La hora que se le regala al condenado a muerte vale una vida”. El que tenga oídos…

De cinismo y anexas
Jorge Luis Borges expresó que el verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta “el modo imperativo”.
 Por cierto, el poeta griego Dimitri Papaditsas escribió el siguiente “Prólogo”:

Aquello que ocurre dentro de nosotros por sorpresa
Cuando nos visita un suceso o un pensamiento
Nos libera de la sensación de la vida cotidiana

Los ojos de nuestro semejante se llenan de rocío de la mañana
Olvidadas primaveras llegan con todas sus fiestas
Desesperadas súplicas expulsan su desesperación
Y sin disminuir sus fuerzas reparten
Su luz

Aquello que ocurre dentro de nosotros
Musicalmente nos toca a través de la existencia
Y nos refresca, como la sombra
De algunas hojas que se mueven sobre una tumba.

Por lo pronto, ahí se ven.
Hasta la próxima

jarl63@yahoo.com.mx

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