Erwin Bárcenas Oliveros
Un Clavo al Ataúd
De las horas que podrían traducirse en días, tal vez meses de plática que he sostenido con mi adorada amiga, cómplice y colega Gabatea (sigan su contestatario tuiter: @MondoGaba), entre un café, algún postre o de plano unos tacos en el Tigrín, de esas horas, de esos tacos, cafés y postres, se desembocó en esta conjetura razonada:
El dinero no garantiza la seguridad; la educación, la sabiduría; ni la paciencia, el éxito.
Pero más que una desalentadora verdad a medias, lo que se había concluido en esa frase, era el sentido de que no basta con lograr de a uno, el objetivo que nos llevará a alguna de esas tres metas y otras decenas más.
Mover un poco el balance de lo que hacemos para adentrarnos a otras áreas de mejoría es algo que nos causa una “güeva” monumental, invertir tiempo y esfuerzo, ya no decir dinero, es sacrilegio y blasfemia para el que prefiere lo inmediato.
El dinero es importante, sí, ¿la educación? BÁSICA; paciencia es oro molido por años... pero, esfuerzo, tiempo para aplicarnos, improvisar, medir, calcular, replantear... vaya, todo aquello que se requiere para lograr no sólo avances, sino cambios tanto en nuestras vidas como en el entorno, ciudad, pueblo, comarca, colonia.
Pero radica que las virtudes no son el problema a resolver. La indiferencia, el inmediatismo, la corta visión, el “lo queremos hoy, no mañana”, el paternalismo de los que gobiernan viciando y adormilando la iniciativa del trabajador, citando a Denisse Dresser: “En México se estudia para empleado, no para emprendedor”.
El dinero no garantiza la seguridad; es voluble, caprichoso, no quiere a nadie, no cuida a nadie, no es seguro.
La educación, a pesar de ser buena desde la cuna, la casa, la familia, no es sinónimo de saber, de conocer, profesa mi madre: “Lo que no te enseñan en tu casa, te lo enseñan en la calle”.
“Llega un momento en que la paciencia deja de ser una virtud”, se vuelve adormilamiento, conformidad, incapacidad, es una terrible enemiga cuando de crecer, de ganar, de ser mejor se trata. El paciente se transforma en convaleciente a la tenue luz del “Aquí seguiré esperando”.
El mexicano exige, grita, reclama, añora, ruge, anhela, pide el cambio... pero ¿cómo pedir cambio, cuando ni siquiera queremos pagar para obtenerlo?
Twitter: @ataud
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