viernes, 15 de noviembre de 2013

Juegos centroamericanos, oropel para un gobierno en quiebra

Roberto Morales Ayala
Zona Franca

La elite que gobierna el estado hace cosas inconcebibles. En un Veracruz ahogado por los desastres naturales, en deudas multimillonarias; en la corrupción voraz del gobierno duartista; en protestas ciudadanas y un ambiente de inseguridad, todavía se promueva la celebración de los XXII Juegos Centroamericanos y del Caribe. Así, por absurdo que parezca.
No Javier Duarte, pero otro gobernador con mayor sensatez, ya habría suspendido el evento. Se carece de recursos económicos y se carece, también, de infraestructura deportiva para su realización.
Otro gobernador, no Javier Duarte, ya habría reparado en los reportes de obra, en el rezago en la construcción, en los millones invertidos, en lo que falta por realizar, en el dilema de dónde sacar dinero para cumplir con el compromiso y a cuantos veracruzanos, los que requieren caminos, puentes, escuelas, proyectos productivos, empleo, habrá que sacrificar.
Javier Duarte no, pero otro gobernador con más sentido social, ya habría concluido que es un acto de cinismo ser sede de esa justa deportiva en Veracruz, sede de los prestigiados Juegos Centroamericanos y del Caribe en 2014, cuando aquí, en este estado, sólo se fomenta el deporte por razones de lucro, por negocio de políticos, visto como fuente de enriquecimiento y no para darle una alternativa de bien a la sociedad.
Veracruz vive una realidad que Duarte oculta por todos los medios, tal como hiciera en su momento el presidente Gustavo Díaz Ordaz con las Olimpiadas de 1968, error que todavía padecemos ya que en lugar de progreso y proyección internacional, ese despilfarro económico y de violencia lo único que arrastra hasta nuestros días son resentimientos y cuentas sociales por pagar.
Veracruz no está para bollos. Lejos de aminorar, la deuda pública se ha incrementado, las obligaciones de pago siguen latentes, las quejas de los acreedores pasan de la solicitud comedida al reclamo abierto, la obra pública está regida por el criterio del diezmo y el contrato para los amigos, y gran cantidad de recursos se fuga hacia campañas políticas, gastos de operación electoral y soborno a los partidos de oposición para que no hagan olas ni alcen la voz sobre los problemas torales del estado.
Javier Duarte de Ochoa vive su tercer año de gobierno y no lo hace de la mejor manera. Inició con una deuda de 34 mil millones de pesos y 36 meses después la cifra aumentó a 37 mil millones.
Eso sí, presume su programa Adelante, que no sería otro Oportunidades, el del gobierno federal, que no daría dinero a los vecinos y colonos de áreas marginadas para aliviarles sus carencias, sino que impulsaría el empleo, los procesos de producción, que no sería paternalista y que sería el motor de desarrollo que le estaba siendo falta a Veracruz.
La realidad es que Adelante sólo ha sido un gestor de obra de la que se beneficia un selecto grupo de constructores, algunos fidelistas y algunos duartistas, pero que no ha sacado a los veracruzanos del subdesarrollo.
La obra pública que realizan los municipios, la mayor parte con fondos federales, está regida por los designios del gobernador Javier Duarte y en su mayoría es ejecutada por empresas constructoras que trabajan en la línea del mandatario estatal.
Sigue Veracruz teniendo altos niveles de marginación, de pobreza, de analfabetismo y de abandono. Las inversiones privadas generan empleo volátil y a menudo mal pagado. El resultado es salario mediocre, vida mediocre.
La inseguridad sigue siendo el aspecto que más preocupa a los veracruzanos. Los procesos de depuración de la policía veracruzana han resultado un verdadero fracaso. Duarte de Ochoa se sujetó al programa nacional para acreditar una policía confiable; les aplicaron a todos los elementos los exámenes de confianza; los sometieron al antidoping; los capacitaron; se fueron a la calle 3 mil policías de casi 10 mil que habían en las nóminas de las corporaciones. Y no funcionó.
Esas son las miserias de Veracruz con las que no ha podido el gobernador Javier Duarte. Son los rezagos que han marcado a este gobierno y que seguirán, y quizá se agravarán, porque las políticas públicas del cordobés no han servido más que para terminar de enmarañar el embrollo.
Lo peor de todo es que al gobernador Javier Duarte le gusta la vida de oropel, no de oro porque eso sería hablar de algo genuino, sino del barniz dorado que simula el oro y que con el paso de los días se destiñe. Frente al desastre en que está convertido Veracruz, impulsa una serie de distractores: la Cumbre Tajín, las Fiestas de La Candelaria, el Sí Hay Festival Xalapa, el Festival de la Salsa, el Encuentro Internacional del Mar, y también los Juegos Centroamericanos y del Caribe.
Veracruz está sumido en la pobreza. Los recursos apenas alcanzan para mantener el aparato público. No hay desarrollo. Hay estancamiento. Las zonas marginadas siguen igual o peor. Los acreedores repudian a Duarte y le exigen públicamente que atienda la deuda. La Universidad Veracruzana también revela que el gobierno le debe dinero. Los hoteleros se quejan. Las lluvias causan inundaciones, dejan a la gente sin nada y ni el gobierno estatal ni los alcaldes realizan obra hidráulica para prevenir los estragos.
Frente a ese panorama, el gobernador persiste en realizar los Juegos Centroamericanos cuando se carece de recursos, la deuda pública no aminora, comienza a desfasarse el tiempo de construcción de las instalaciones deportivas y todo amenaza con estallarle en las manos.
Es el Veracruz de oropel de Duarte, inserto en el Veracruz de las miserias. 

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