viernes, 15 de agosto de 2014

La corrupción pública y la apatía de la sociedad

Eduardo de la Torre Jaramillo
Escenarios

La corrupción pública se podría definir como el uso indebido de un cargo o función pública en aras de la obtención de un beneficio privado o personal; la cual es muy elevada en los países en desarrollo y en los llamados emergentes; y los especialistas como Guillermo de la Dehesa ubican las siguientes causas de aquel fenómeno: “…carecen de suficiente nivel de democracia, de normas claras de conducta y transparencia o de un sistema judicial eficiente”.
Continuando con la línea de interpretación anterior, la diferencia con los países desarrollados en el tema de la corrupción pública es menor, porque tienen muchos años de experiencia democrática, un mayor nivel de alternancia política en sus diferentes niveles de gobierno y un sistema judicial más eficiente. 
Empero, en México y Veracruz hay otra diferencia significativa: la clase política, ésta que en su mayoría es joven, sin experiencia política, sin formación académica relevante, sin valores políticos, sin respetar la legalidad, sin conocer las claves de la política, carecen de sentido común y de olfato político; son pragmáticos, prefieren hacer negocios privados o grupales que hacer política; y quizá, nuestra clase política es un fiel reflejo de la sociedad que tenemos, porque esos políticos emanan de esta desordenada sociedad mexicana.
Me atrevo a decir que el desorden de la sociedad mexicana reside en la renuncia a la responsabilidad, a lo cual le agregaría que va en el mismo sentido de la impunidad y desazón; un país donde las “reglas no escritas” eran las que conducían a los gobiernos del PRI, pero que esa cultura política no fue combatida en la alternancia, sino que en lugar de cambiar al sistema político se optó por adaptarse gustosamente a esas “reglas no escritas”, tan sólo por citar un ejemplo: las presidencias nacionales del CEN del PAN de 2007 a 2010 fueron designadas por el dedazo presidencial, y allí empezó su crisis democrática interna de Acción Nacional; porque el dedazo se imitó, y se combinó con las prácticas fraudulentas del PRI (acarreo, compra de votantes, afiliaciones masivas de personas de adultos mayores, así como de personas que no saben leer y escribir, y un gran etcétera); inclusive se canceló su vertiente ciudadana y se impulsó a afiliar siervos electorales.
Retomando el tema de la impunidad, ésta no sólo está entre la clase política, sino que le pertenece a todas y todos los mexicanos, y se actúa de la misma forma en la vida cotidiana con la basura, los semáforos, el uno por uno, el estacionamiento en segunda fila o la falta de responsabilidad en asuntos de nuestra vida personal. El fin del priismo en el año 2000 no vino acompañado de una sociedad que quisiera alcanzar el desarrollo del país, lo que se vivió fue una anarquía: hubo alternancia sin alternativa, la sociedad se desencantó inmediatamente de la democracia, en el 2003 sólo votó el 38% de los electores (en una elección intermedia siempre se vota menos), y el desorden tomó carta de naturalización y ya no por la “reglas no escritas”, sino que ahora por la sobrerregulación de la vida mexicana, y que en la práctica no se cumple ninguna regla y sobre todo porque no hay sanciones, sólo cuando al poderoso le conviene aplicar la ley (como el caso de Elba Esther Gordillo).
Es así como en México, el problema no es de control, sino de reglas y sobre todo de cultura de la legalidad, es decir el cumplimiento de las reglas que permitan una convivencia pacífica, que eliminen la impunidad y que eso modifique la forma de hacer política en el país. Ese desorden implica que el país no sea competitivo, que no haya innovación, que no sea productivo; todo esto se cambia por una gobernabilidad rentista, ya que es muy cómodo para el gobierno “pagar” a diversos grupos sociales por el mantenimiento del control político, por eso es mucho más fácil comprar a la oposición política de manera global, además de corromper a los supuestos liderazgos políticos y sociales, con lo cual es más rentable pagar la traición, la deslealtad; que el profesionalismo, los resultados políticos y sobre todo la apuesta al desarrollo del país.
Finalmente, cuando se mira a los partidos políticos, hay que decir hoy en día, que aquellos tienen los presidentes que se merecen esas militancias deformadas por el dinero; las consecuencias de votar o mejor dicho de no votar por parte de la sociedad (porque vivimos en democracias delegadas, es decir, los ciudadanos abstencionistas le dejan a una minoría que vote por representantes políticos de baja legitimidad) en la vida pública origina que se es copartícipe de la degradación ética, política y social de una clase política depredatoria y de la propia sociedad mexicana o veracruzana.

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