jueves, 8 de julio de 2010

Follaje

Magno Garcimarrero
Propinas

El domingo once de los muy corrientes, se celebrará el día mundial de la población y para esa fecha estaremos contando seis mil millones de seres de nuestra especie más o menos, de los cuales la mitad son hombres y la mitad mujeres o sea que, si nos pusiéramos a follar los unos con las otras para celebrar como Dios manda, dentro de nueve meses seríamos nueve mil millones; sin contar los que tuvieran cuates, trillizos o una orquesta completa, ¡que se dan casos! No por eso el mundo se saldría de sus goznes, que es muy cierto aquello que dijo Lavoisier de que “nada se crea, nada se destruye, sólo se transforma”, así que el follaje lo único que consigue es reacomodar las materias primas y a veces a las primas-hermanas, para que se pueble el planeta de gente, aunque esto es siempre en perjuicio de otras especies y materias que por estar ocupadas siendo despreciables seres humanos, desperdician la oportunidad de ser unas lindas piedras o sabrosos chilacayotes, o unas bonitas flores del campo.
El crecimiento exponencial del género humano ha sido preocupación histórica desde que se supo que los vástagos no llegaban por milagro o traídos por la cigüeña, sino gracias a la bendita fornicación a la que de inmediato se le puso taxativas de toda índole. Los métodos de control poblacional devienen desde la prehistoria: se sabe que nuestras antepachangas se ponían piedrecillas en la vagina para estimular movimientos expulsivos del semen recibido.
Con la cultura llegaron reglas de conducta como la abstinencia y el coitus interruptus, de tal suerte que los primeros métodos anticonceptivos del mundo civilizado fueron la oración, la frustración y los trabajos manuales en solitario. Papel importante en el control demográfico ha jugado también la venganza o vendetta entre familias, las revoluciones, las guerras, las epidemias y, últimamente los tsunamis, los terremotos y la guerra entre cárteles, todos estos fenómenos naturales y prácticas sociales van moderando o cuando menos retardando el posible hecatombe universal que de no frenarse lo tendríamos a la vuelta de la esquina, a según Alvin Toffler.
La ciencia de buena conciencia ha contribuido de manera directa e indirecta al control poblacional: directamente mediante la invención del condón, de la píldora del día siguiente que actúa como decía mi tía cuando rezaba el rosario: “antes del ese, en el ese y después del ese”. De modo indirecto la ciencia ha inventado distractores domésticos como la televisión que te permite olvidar que junto a ti respira tu pareja, y el ordenador mediante el cual puedes allegarte escenas más eróticas que sonrojarían al Marqués de Sade de haber tenido la fortuna de vivir nuestro prodigioso tiempo.
No puedo dejar de mencionar la bondad de los contratos de convivencia por lo que se refiere a su inocuidad para la multiplicación demográfica, el casamiento entre dos caballeros o dos damas tiene la ventaja de la imposibilidad física de procrear, lo que contribuye a magnificar las bondades de la unión en pareja a saber: se gana compañía, se abarata el gasto, se duerme bien porque no habrá escuintles que desvelen con sus chillidos y se reparten los quehaceres de la casa y de la calle. ¡Me sorprende descubrir que estoy describiendo el matrimonio ideal!
No quiero insinuar con esto que yo lo practicaría, yo ya estoy por encima del bien y del mal, tampoco que el matrimonio tradicional es una invención equívoca, aunque algo me dice el hecho de que quienes la defienden son precisamente los que han hecho voto célibe. En fin, me parece que la mejor manera de celebrar el día mundial de la población es acostarse a dormir temprano.

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