lunes, 5 de julio de 2010

Uno pesca para alguien más...

Liz Mariana Bravo Flores
Andanzas de una Nutria


“Si hay tantos peces en el mar porqué siempre pesco el que no me deja nadar o uno que le cuelgan muchas más…”
Francisca Valenzuela.


Mi cuerpo se estremeció, mi corazón comenzó a latir rápido mientras la piel se me enchinaba. El tacto de mi dedo anunciaba la llegada de un pez grande. Me invadió la emoción y la adrenalina recorrió mi cuerpo cuando inicié la lucha.
“¡Papá, papá!”. Comencé a gritar al ver un pargo enorme saliendo del mar y, junto con mi padre, todos los pescadores corrieron a ofrecerme ayuda para quitarlo del anzuelo.
“¡Yo puedo hacerlo!”. Dije emocionada por tener en las manos al pez con el que estrenaba el equipo de pescar que me habían regalado mis padres en mi cumpleaños.
Tras lluvias, trabajo y pendientes que retrasaban el lanzamiento de mi caña, por fin había llegado la oportunidad en el torneo de familias del Club de Pesca “El Baloncito”.
Después de instalar el campamento cayó la noche. Compartimos el vino y el pan con los familiares del club, y emprendimos camino sobre la arena hacia “La Laja”. La luna anaranjada y gigante, me hizo enunciar el poema de Sabines y cargarme de energía positiva.
Las horas pasaban y nadie en el torneo había pescado aún. Dexter, el perro del Club, me había llenado de alegría, arena y saliva que el mar enjuagó tras empapar mi ropa.
Cambiamos la carnada de lisa a calamar o camarón, pero no había pesca.
Don Juan Bernard me ayudó a lanzar la línea con la promesa de que su mano me daría suerte y así fue; al poco tiempo salió el animal que bautizaría mi equipo.
Metí la mano a la bolsa del pantalón para sacar mi lamparita e iluminarme para destrabar al pez pero, en mi distracción y emoción, no reparé en que el agua de mar la ahogaría para siempre. Así anoté una nueva lección de pesca.
La madrugada se esfumó con el Club frente al mar y el intento de atrapar otro animal. Los rayos del sol comenzaban a asomarse y ello apresuró nuestro regreso al campamento para dormir un poco, convivir en familia y continuar pescando.
Al regreso a casa, supe que hay animales que uno pesca para alguien más, pues mi pargo se escapó en otra hielera para ser cocinado en un estofado que, pese a la promesa de convido, nunca probé; pero la experiencia, emoción y el placer de pescarlo… eso lo guardo en el corazón y en el inicio de la historia que se escribe con mi caña.
A un año de ese torneo, se aproxima el reencuentro familiar a orilla de mar, en donde seguro se tejerán andanzas que compartir por esta Nutria pescadora.

nutriamarina@gmail.com

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