domingo, 11 de septiembre de 2011

El paraíso del Guayabal

Liz Mariana Bravo Flores
Andanzas de una Nutria

“Amo tanto, tanto la vida, que de ti me enamoré; y ahora espero impaciente ver contigo amanecer…”
Ismael Serrano


La visita al Guayabal fue maravillosa. Realmente llegamos a ese edén oculto entre los caminos cercanos al Palmar, Veracruz, a causa de que el viento sopló fuerte cuando estábamos en medio del mar y, por seguridad, debíamos salir del agua salina.
Junto con los amigos del club de caza y pesca, llegamos a ese lugar guiándonos con las señas propias de los aventureros: “En la caseta das vuelta en U, donde veas una entradita del lado derecho a orilla de carretera no te metas, la pasas y a la segunda entradita, está claro porque tiene dos palos enmarcándola. Te sigues derecho vereda abajo hacia la izquierda y, en la nopalera, tomas a la derecha y ahí te lleva el camino”.
¿En la nopalera? ¿Cuál nopalera? Si el lugar estaba plagado de éstas; sin embargo, parece que los amigos conocían muy bien la ruta porque llegamos directitos.
Bajamos la lancha de Felipe Saldaña y, por turnos, fuimos a dar vueltas en la laguna a ver si lográbamos pescar algo. La verdad es que ya lo hacíamos por engolosinados, ya que durante nuestra estancia en el mar habíamos sacado varios animales, entre los que se encontraban dos petos de por lo menos tres kilos cada uno.
Cabe mencionar que estos peces son deliciosos en ceviche y, como en otras ocasiones les he platicado, salir de pesca implica, además de la práctica del deporte, una gran oportunidad para cocinar, comer, reír, beber y disfrutar entre amigos.
De modo que, ni tardos ni perezosos, aprovechamos la oportunidad de estar reunidos, en medio de un lugar de ensueño y con todo lo necesario para preparar ceviche y, lo mejor, con la compañía del experto en este platillo: Fidel Serrano, mejor conocido como Chocorrol.
Fue ahí en donde aprendí a preparar este platillo fresco y delicioso que, para muchos, representa una dificultad pero que, realmente no lo es.
Teníamos seis kilos de peto, limones, ajos, sal, cebolla, jitomate y cilantro; teníamos el antojo y la actitud para cocinar; don Juan llevaba tequila para repartir entre los amigos y, sin problema, El Chocorrol asignó tareas a cada uno de nosotros para comenzar a preparar aquél deleite.
Fue una tarde de sorpresas. Para algunos el hecho de ver a mi padre o a Felipe, dos hombres grandes, fuertes, corpulentos y barbados meter mano en la cocina al aire libre; para otros el hecho de que yo me animara a tomar una paloma de las que estaban preparando, pues quizá mi cara de cría les hacía pensar que no tenía gusto por el destilado de agave; y para mi, la sorpresa fue al probar el delicioso platillo que quedó después de picar, mezclar y dejar cocer todos los ingredientes sólo con el jugo de limón.
Aquella tarde, después de pescar y comer, dimos algunos paseos en la lancha, mismos que nos permitieron disfrutar de las gaviotas y otras aves a orilla de la laguna, de las ranitas brincadoras que jugaban en el lodo, de un atardecer sin precedente, del sonido de los árboles meciéndose con las caricias del viento.
Aquel día que el viento nos sacó del mar, se convirtió en una tarde de amigos, en una celebración de la vida misma, de esas que se quedan tatuadas en tu corazón.
Varias veces he intentado volver al Guayabal, pero mi falta de orientación no ha permitido mi acceso a ese paraíso natural; pero sin duda, para vivir una tarde como aquella, tendría que volver en compañía de Chocorrol, Felipe Saldaña, Edwin Bello, don Juan Bernard, mi Padre, Carlos Bravo Matus y Eduardo Serrano Taxilaga.

nutriamarina@gmail.com

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